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Análisis

Rajoy mira a otoño

Iñigo Herce

Iñigo Herce

No cabía duda de que el debate del Estado de la Nación celebrado en año electoral iba a traer una ofensiva del Gobierno para preparar el terreno y hacerlo más propicio para sus intereses. Así ha sido.

Rajoy ha sacado pecho de sus logros. El principal, el de haber evitado el rescate de España y haber invertido la tendencia económica. Los datos macroeconómicos, aunque aún moderados, pintan de color negro en lugar de rojo, lo cual da pie al Gobierno para sacar a relucir su mejor baza, la recuperación, pese a que el jefe del Ejecutivo se deslice por la pendiente del triunfalismo en un país que todavía cuenta con la segunda mayor tasa de paro de la Unión Europea.

A ello ha unido la previsible batería de medidas de corte más o menos social con las que apuntalar una apariencia de que lo peor ya ha pasado y de que es hora de empezar a aplicar otra serie de políticas.

Rajoy ha fijado una nueva frontera, la de la creación de tres millones de empleos. Esta idea introduce ya la idea de que tiene que ser el Gobierno del PP y no otro quien Gobierne para lograrlo. En la metáfora de George Lakoff, Rajoy ha puesto encima de la mesa el nuevo elefante. El otro elefante, el de la corrupción sistémica, simplemente no ha existido, lo que no es de recibo en un repaso a lo que se supone es la situación política del país.

Pero lo más llamativo del discurso del presidente del Gobierno de España ha sido la oficialización desde la tribuna del Congreso de Podemos como la principal amenaza política a la que tiene que hacer frente el PP. La parte política de su discurso ha venido a consagrar lo que en las últimas semanas se venía vislumbrando en el discurso de los populares. Al margen de veladas críticas a la inconsistencia del PSOE, el verdadero contrincante para el PP es la formación de Pablo Iglesias, a la que ha dedicado sus adjetivos más duros (“demagogos”, o “voluntarismo mágico”).  O el PP, o el caos,  ha venido a decir.

Un último apunte: aunque ya ni siquiera es casi noticia: ni Euskadi ni el final de la violencia de ETA ocupan una sola línea en el discurso de más de cien minutos de Rajoy.