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La fiaca

Relatos

La Santa Compaña, de Emma Penedo

Emma Penedo

Lectura de "La Santa Compaña", por su autora, Emma Penedo, en La Fiaca

  • 7:35 min
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Hace ya tiempo, años, décadas… Una noche de luna llena, de esas en las que la luna juega con las sombras de la noche y se divierte a costa de los pobres mortales que la temen, Brais, un joven inquieto, había salido como cada sábado a desconectar del trabajo de la semana y a tomar unas "cuncas" de vino del país, ese vino agrio y peleón que tanto gustaba a los hombres del campo.

A la vuelta, se le ocurrió atajar a través del cementerio, a saber que perrería se le había pasado por la cabeza aunque seguro que nada bueno. De repente mientras pasaba de tumba en tumba se hizo el silencio, un silencio tan abrumador que se hacía notar, esto no era normal, una nube negra dejó al descubierto la luna llena que iluminó el campo santo como si se tratase de un película de terror en la que de repente una mano asoma de una tumba para reivindicar su espacio entre los vivos. Los perros del pueblo aullaban como posesos, esto no era una buena señal, aunque no era supersticioso, si sabía que algo pasaba, algo que se escapaba a su entender, algo fuera de lo natural.

A lo lejos comenzaron a escucharse unos murmullos, como si un grupo de frailes rezasen sus maitines, cada vez se escuchaban esos susurros mas y mas cerca, tan cerca que podía escuchar el rozar de sus túnicas entre las lápidas, palideció, no podía ser, pero quien sino iba a estar rezando a esas horas entre las tumbas del cementerio, quien sino se iba a adentrar y caminar sin que sus pasos se escuchasen, quien podía hacer que el mismísimo viento se helase de miedo e hiciera que un escalofrío recorriese el cuerpo de este valiente joven, solo podía ser la procesión de las animas, la santa compaña, sin pensarlo empezó a correr, se tropezó y cayó al vacío, a la oscuridad, a la nada, sintió el peso de su propio cuerpo al caer; entre dolores intentó incorporarse para ver donde estaba, que era ese agujero, ¿Qué era? Era una fosa recién excavada, una tumba, ¿su tumba? Brais empezó a respirar con ansiedad, como si quisiese coger con usa sola bocanada todo el oxigeno que pudiese haber en el aire, sintió como su corazón se aceleraba, ese mismo corazón parecía querer escapar corriendo de su pecho y comenzó a marearse, iban a enterrarle vivo, le faltaba el aire…la vida se le iba y sintió como se acercaban esas almas susurrando, escuchó los roces de las túnicas contra las losas, ese olor a cera, y escucho una campana sonar…¡no! Iban a por él, respiró profundamente, e intentó recordar que le contaba su abuela, que debía hacer para librarse de ser atrapado, no podía recordar, temblaba, estaba tan nervioso, se golpeó la cabeza con la mano, no …no….no….era muy joven, se tapó los oídos para no escuchar esos susurros fantasmales, ese siseo de los sudarios, y se puso boca abajo como su abuela le había dicho un millón de veces, temblaba…sudaba por el miedo de una manera atroz y empezó a rezar con más ganas que nunca, con tanta ansia y tanto fervor que no estaba seguro de si rezaba en alto o si susurraba…. No importaba era tal el miedo, el pavor que no podría discernirlo aunque lo intentase.

Pero seguía escuchando a esos fantasmas, a esas almas de la noche, entonces sintió como le observaban desde lo alto de la tumba, el candil que el penado portaba iluminó el nicho y sintió la presencia de los aparecidos, de esos monjes, sintió como se acercaban a él, sintió los susurros de sus oraciones al oído, los espectros como fantasmas voladores le rozaban, y se le insinuaban entre las sombras, parecían querer decirle algo, pero Brais no escuchaba, no quería escuchar su llamada, solo rezaba una y otra vez.

Siguieron pasando a su alrededor, parecían querer cogerle en brazos y levantarle del suelo, por un momento sintió que así pasaba, podía oler el incienso, olía la propia muerte, la sentía, temblaba, lo notaba, Brais se asustó y en un momento de flaqueza o de osadía abrió los ojos para encararse con estos espectros, no les tenía miedo, con el puño apretado los miró cara a cara, en la lejanía entre susurros lejanos pudo escuchar de nuevo el sonido de una campana y un "ora pro nobis" solemne y tenebroso, y perdió el sentido

 

Por la mañana, en el cementerio alguien vio una silueta sentada y apoyada contra una lápida grisácea por la que el musgo trepaba como si quisiera abrazarla, allí estaba con la cabeza entre las piernas, Brais estaba allí, tenía una mirada fría como el hielo, lejana, con los ojos casi en blanco, su cara se había transformado, miles de arrugas le habían invadido como si hubiese vivido 50 años en una sola noche, unas enormes ojeras oscurecían su faz y el pelo había encanecido de repente, era el vivo retrato de un muerto viviente, y así fue, porque ya no volvió a vivir, día tras día la muerte fue invadiendo el cuerpo inanimado de Brais, lo devoraba de fuera a dentro y de dentro a fuera, hasta que lo consumió y dejó este mundo totalmente extenuado, nunca fue capaz de contar lo ocurrido, apenas pudo volver a hablar en los días que siguieron a esa trágica noche, nadie quiso decir nada, aunque todos lo sabían, todos sabían que la santa compaña se había cobrado un nuevo penado, la ley del silencio se impuso, nadie quería ser el sustituto, el condenado y así de pena, de cansancio y pura extenuación morir como lo hizo Brais días después aunque es probable que ya dejase de vivir la misma noche en que dejó su alma en aquel cementerio y tras dejar el alma apenas unos días más tarde, al fin llegó el final de la carne, un final casi anhelado, su cuerpo comenzó a convulsionar, sus ojos parecían querer salirse de las órbitas casi huecas, pegó un grito, unos perros aullaron en la lejanía, un cuervo negro como la noche emitió un graznido etéreo, y al fin su cuerpo se relajó, al fin podía descansar. El aullido de un lobo se confundió con el sonido lejano de una campana y el eco de un susurró concluyó "ora pro nobis".