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Relatos

"Teresa" de Raul Sanchez Alegría

Raul Sanchez Alegría

Lectura del relato "Teresa" por su autor, Raul Sanchez Alegría en La Fiaca

  • 6:02 min
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Dos aceitunas negras eran saboreadas como si el último manjar de un preso fueran.

El paladar recibía, acogía, acomodaba aquellas esferas empujadas por  una lengua excitada en toda la plenitud de sus papilas.

Oleadas de sabor enloquecían el cerebro del pobre prisionero de Teresa.

Aquellas aceitunas, y un poco de vino, eran el sustento de aquella noche…que podría ser la última, si ello la voluntad de Teresa mandaba.

Dos aceitunas naufragaban, garganta abajo, empujadas por la furia de otra boca.

Teresa tenía prisa por apurar el sacrificio y aquellas inoportunas olivas negras debían dejar paso a otra ansia: la suya propia.

 

Amanecía en Cala Mayor.

El ojo emergió  del mar descubriendo el mundo.

Las aves comenzaron a saludar al astro y un esplendor naranja bañó la playa.

Guijarros y arañas, conchas y miriápodos dorados por un instante fueron, y la mar lamió el seno de la tierra como si nunca lo hubiera hecho.

Los pinos despertaron, el monte cobró vida y en la caleta las barcas cabeceaban como cabecean las bestias y los niños, los borrachos y los amantes exhaustos pagando su precio a Morfeo.

Pero la placidez duró poco: dorado y fuerte un sol varón puso en fuga al mundo de los sueños.

Teresa lo sabe y se retira a su alcoba, dejando descansar a su juguete aterido de rabia, de miedo, de hambre, de –incomprensible e insaciable- deseo.

 

En la goleta falta el.

Y ya son tres días de ausencia.

Esta bien que la marinería se divierta.

Esta bien  que vaya al pueblo a relajarse un rato, que amen hembras zalameras, que caigan redondos, ahítos de vino…pero esta mejor que despierten  y (pelados y a tiempo) vuelvan.

“Es preocupante que cada año – desde hace tres- llegando a Cala Mayor un marino se pierda.”

Aquella zozobra agriaba a Markel, patrón de la goleta Zoe.

Markel conocía aquella sensación amarga de perder y no hallar rastro, de preguntar y sólo encontrar silencio.

Observando mejor, el patrón de la Zoé, aún podría encontrar miradas  que desearan explicar sin comprometerse, pero que nunca aclararían nada.

Mas bien dejaban campo abierto a cualquier conjetura: una novia, un robo, deudas de juego, accidente mortal  en el acantilado, fuga…

“desmaterialización “ del marino… y llegado el día, proseguir navegando con redoblado trabajo y preguntas inútiles que a nada llevaban.

 

A Teresa le gustaban los hombres que sabían leer y escribir con bella caligrafía.

Para aquellos otros  brutos que en posesión de aquellas artes no se hallaban, Teresa tenía destinado usos más mundanos: los convertía en taburetes, mesas, lámparas, felpudos, abanicos, o en alimento para sus cerdos (si aún llegaban a repugnarla).

Cautivos de Teresa, los hombres debían ganarse su humanidad o ser sacrificados como reses, agotada su virilidad ó el capricho y la fantasía de ella, quien era la que sus vidas guardaba o quitaba ...

El marino de la  Zoe solo era un bergante vergado, un proyecto de hombre de las cavernas, un niño medroso que por las hábiles manos de Teresa, en aquella calleja del puerto quedo hechizado.

La zorra comió las uvas verdes, que miraron aterrorizadas por postrera vez aquellas manos que bien tres días antes ansiaron hasta el delirio.

Manos que atrajeron al marino de la Zoe con sensualidad coqueta.

Manos que acariciaron el rostro turbio, los labios enrojecidos por el vino y el sexo inflamado de premura y fiereza casi dolorosas.

Manos que abrieron su camisa como abrieron la puerta del caserón apartado, como apartados fueron sus reparos.

Manos que tomaron buena medida de su calibre artillero, manos y boca que gozaron un espumoso mar denso, con el mismo deleite que gozaban ahora los ojos del desorbitado marinero.

 

Mediodía.

Despojos a los cerdos, saciado el cuerpo, purificada por el sol, Teresa se entrega al mar. Sonriendo mira golosa una goleta: “Volvera…”