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La fiaca

Relatos góticos

"Con mis huesos no se juega"

Claudia Lopez de Viñaspre Saez de Ibarra

Lectura de "Con mis huesos no se juega" por su autora, Claudia Lopez de Viñaspre Saez de Ibarra , en La Fiaca

  • 6:09 min
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Escribo esta carta en mis horas más terribles, mi situación es desesperada.

Hasta hace unos meses, yo era una osamenta pacífica, mi forma de discurrir por el valle de las sombras era tranquila y sin sobresaltos. Durante el día dormía plácidamente acurrucada en mi féretro lleno de polvo, convivía sin demasiados conflictos con gusanos, arácnidos e insectos, y solo salía a merodear cuando había luna llena.

En el transcurso de mis excursiones me cuidaba mucho de los encuentros con humanos vivos y en plenas facultades, porque todo esqueleto sabe lo peligrosos que son cuando te tropiezas con ellos fuera de los límites del nicho. Mi vecino de arriba perdió el cráneo cuando una noche se descuidó y le sorprendió el alba mientras buscaba flores putrefactas para perfumar su ataúd. Un operario viviente del cementerio se tropezó con él por sorpresa, lo vio, y le lanzó un pedrusco que hizo rodar su cráneo más allá de los confines del camposanto.

El pobre Fausto ha tratado de recuperar su cabeza muchas veces, pero sin las cuencas de su cráneo, cada vez que lo intenta camina desorientado. Solo ha sido capaz de coger jarrones rotos de otros difuntos, pedazos de tierra, y rocas demasiado pesadas para llevar sobre sus clavículas. El otoño pasado le regalé una calabaza que sirviese de sustituta a su cráneo… sabía que no duraría eternamente, pero pensé que al menos perfumaría su hogar cuando comenzase a descomponerse.

Por todo ello, yo siempre fui muy prudente en mis escapadas nocturnas. Me gustaba tumbarme en un escondite entre dos lápidas para tomar baños de luna, me encantaba el olor a humedad de las frías noches de invierno, y disfrutaba del tono verdoso que daba el moho a las esquinas de mi sarcófago. En resumidas cuentas, me sentía una osamenta bastante afortunada.

Así fue durante largo tiempo, hasta que un funesto día mi suerte cambió. Estaba disfrutando de un reparador sueño diurno, cuando de pronto comencé a oír golpes sordos, que cada vez sonaban más intensos, más cercanos… hasta que después del último golpe, algún vivo desalmado abrió la tapa de mi ataúd, en pleno día. El sobresalto fue tan fuerte que me desmayé.

Lo siguiente que recuerdo son voces de humanos vivientes jóvenes, que hablaban de mí como si fuese una clase de espécimen de interés científico, cuyo único fin es servir de conejillo de indias a la humanidad. Tras eso, recuerdo imágenes inconexas de seres vivos vestidos con batas blancas que no paraban de observarme, limpiarme con brochas, y quitarme mi preciosa mugre natural. Aún no puedo entender qué cabeza enferma es capaz de robarle a un esqueleto su don más preciado. Su cadaverina, su propia esencia, esa amarilla mugre acumulada con tesón durante tantos años.

Por las noches me dejaban en paz, pero tenía tanta ansiedad que cada vez que intentaba escaparme de mi cajón metálico, incómodo y asquerosamente limpio… el miedo me paralizaba, comenzaban a castañetear mis tabas y era incapaz de dar dos pasos sin tropezarme con algo.

Pero siempre fui una osamenta perseverante, así que no me rendí. Todas las noches seguía intentando escapar de mi higiénico escondite, con mis huesos terroríficamente blancos, y mi dentadura aterradoramente recompuesta. Así fue, hasta que un día, cuando casi había alcanzado la puerta de salida al pasillo, ocurrió lo que más temía: me encontré de frente con un humano que volvía a la sala a recoger algún aparato… o quién sabe qué.

Me miró con sus vitales y brillantes ojos, y comenzó a emitir un sonido insoportable, hasta que se encendieron todas las luces, y el miedo volvió a paralizarme. Cada vez que intento recordar aquel momento me vienen al cráneo golpes, gritos, y luces cegadoras. Acto seguido perdí la vista y el conocimiento, no recuerdo nada más.

Cuando desperté mi esqueleto estaba totalmente separado en cajas, con sus correspondientes y siniestras etiquetas. El fémur por un lado, mi cadera por otro, los pies por otro, la cabeza por otro, las costillas por otro… la pesadilla de todo esqueleto.

Así estoy ahora, con mis huesos desperdigados por todas partes. Esta noche se han dejado una de mis manos sobre la mesa, que he decidido utilizar de manera desesperada para redactar esta carta y dejar un testimonio escrito, antes de que diseminen mis huesos por medio mundo.

Es por ello que quiero hacer constar mi sed de venganza. Convoco a todo zombi, esqueleto, fantasma o vampiro que llegue a leerme en algún momento de la eternidad, para que me ayude a consumar mi vendetta. Soy una osamenta enfurecida, y espero paciente que alguien me recomponga. Juro por todos los seres del inframundo que si alguna vez llegase a recuperar todos mis huesos, no habría humano viviente que escapase mis ansias de sangre…

Fdo. Aniceto el esqueleto