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Zinemaldia

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Sección Oficial

"Me gustaría que la gente usara 'Akelarre' como instrumento para sus luchas"

Natxo Velez | eitb.eus

El argentino Pablo Agüero presenta a concurso en la Sección Oficial “Akelarre”, filmada en Euskal Herria en euskera y castellano, y que se acerca a la represión contra las mujeres en el siglo XVII.

  • Pablo Agüero

    El director Pablo Agüero, durante el rodaje de "Akelarre". Foto: David Herranz.

Euskaraz irakurri: "Jendeak 'Akelarre' bere borroketarako tresna gisa erabiltzea nahiko nuke"

La lectura del libro La bruja: Un estudio de las supersticiones en la Edad Media, del historiador francés Jules Michelet (1798-1874), despertó en 2008 la curiosidad del director Pablo Agüero (Mendoza, Argentina, 1977).

Hoy, doce años después, Agüero ha vuelto al Zinemaldia para presentar en la Sección Oficial del festival donostiarra “Akelarre”, su sexto largometraje, un “film de guerrilla” que se rebela contra la herencia inquisidora empeñada en borrar de la historia a las mujeres del siglo XVII con hambre de independencia y libertad, encerrándolas en la misógina idea de “bruja” desagradable.

Rodada en Euskal Herria con una propuesta técnica y estética impecable (trabajan junto a Agüero el director de fotografía Javier Agirre y el director de arte Mikel Serrano), “Akelarre” muestra crudamente, alternando euskera y castellano, la infame persecución contra seis mujeres por parte del juez Rostegui (Alex Brendemühl), personaje basado en el funcionario francés de la época Pierre de Lancre.

La actriz vizcaína Amaia Aberasturi (Artea, 1997) capitanea el sexteto de jóvenes actrices que, lejos del fanático oscurantismo inquisitorial, da vida, voz, música y luz a estas mujeres, acompañada de Yune Nogueiras, Garazi Urkola, Irati Saez de Urabain, Lorea Ibarra y Jone Laspiur (gran descubrimiento, tanto en este papel como en “Ane”, otra película vasca en el Zinemaldia).

"Akelarre". Foto: David Herranz.

Hemos hablado con Agüero sobre esta película, que lo lleva por segunda vez a la lucha por la Concha de Oro.

El libro “La bruja” fue la primera chispa para hacer “Akelarre”. ¿Qué te removió esta lectura?

La gran revelación fue ver a la “bruja” como una mujer rebelde, perseguida por el poder monárquico, patriarcal y clerical. Era una visión revolucionaria en el siglo XIX, por eso el libro de Michelet fue prohibido durante años, pero sigue siendo revolucionaria aun en pleno siglo XXI.

Ese libro me guió para ir en contra de todos los clichés. Nos han impuesto la imagen de la “bruja” como una vieja curandera con la nariz ganchuda. En realidad, la mayoría de las mujeres condenadas en el País Vasco eran jóvenes, bellas y no hacían pócimas.

Se las presenta como viejas y feas para ocultar que su belleza y su libertad despiertan la libido de los hombres de poder y que eso los perturba. Se les atribuyen ritos demoníacos para estigmatizar la cultura local y condenar prácticas como el aborto y la contracepción, que, aunque precarias, ya existían. Se les asigna una nariz aguileña para hacer una amalgama con los árabes y judíos. Por eso, también se llama “sabbat” al supuesto “akelarre”.

Cuando lo leí en 2008, el libro de Michelet condensaba de pronto todo lo que venía haciendo en el cine –tratar la condición femenina, la injusticia social, la rebeldía…– y lo hacía con una potencia expresiva tan grande que su inspiración me llevó a luchar diez años para que “Akelarre” exista.

 “Diabolización de la cultura local”

¿Cómo te has documentado para poder recrear la Euskal Herria de hace cuatrocientos años?

Investigué durante años, pero me basé sobre todo en el libro donde el mismo Rostegui De Lancre cuenta sus juicios de brujería, porque lo que más me interesa es su visión subjetiva y deformada de la realidad. Es la diabolización de la cultura local, en el sentido más literal: todo lo que es diferente es considerado diabólico, el mundo es visto como un gran teatro donde el diablo interpreta múltiples roles.

Esa visión febril me llevó a un estilo cercano al terror, o más bien al thriller, combinando suspense y –cuando las cosas se vuelven demasiado delirantes– toques de humor.

¿Cuáles han sido las directrices para crear un universo estético tan cuidado?

Hacer lo contrario de una típica película de época. Evitar los desfiles de vestuarios, las escenas descriptivas y aburridas que parecen querer mostrarnos solamente el dinero gastado en decorados, buscar una estética más rugosa, bruta… y, al mismo tiempo, moderna.

Lo que nos interesa no es hacer un documental sobre cómo supuestamente se vivía en la época (lo cual en realidad siempre es una interpretación subjetiva, porque al no haber fotos no hay archivos “objetivos” de lo que realmente fue el siglo XVII).

Lo que nos interesa es vivir la experiencia que viven las protagonistas, sin caer en anacronismos pero con la sensación de que podrían ser nuestras hermanas, hijas o vecinas de hoy en día.

¿Cómo ha sido el trabajo con las actrices?

Hicimos un casting de casi 1000 candidatas, de las cuales muchas pasaron varias pruebas, individuales y grupales. No buscábamos características físicas particulares sino una gran sensibilidad, una capacidad de vivir las situaciones de ficción como si fueran reales y de expresar esa verdad interior. Ensayamos varios meses danza, canto y actuación. Durante ese proceso, fuimos creando la cohesión del grupo de amigas.

"Akelarre". Foto: David Herranz

Más material rodado que para la última de “Star Wars”

¿Cómo ha sido rodar en euskera y castellano? ¿Te has encontrado a gusto rodando en un idioma que no dominas y que, según el consejero del juez Rostegui, es “demoniaco, rústico y solo sirve para hablar con las bestias”?

El euskera es un idioma complejo, con muchísimos matices y variaciones. ¡Exactamente lo contrario de lo que pretende el juez!

Hicimos varias traducciones diferentes y hubo todo un debate sobre el tipo de euskera que debía hablarse. Finalmente optamos por la opción que refleja mejor el espíritu de la película: las chicas hablan un euskera lo más cercano posible a sí mismas, a su realidad y a sus emociones. No es un euskera de reconstitución histórica sino de intimidad y frescura. Me encontré muy a gusto, porque sentí que finalmente las actrices lograron apropiarse del texto, no lo declaman, lo dicen sin énfasis gratuitos, lo sienten profundamente.

Para alcanzar esa forma de verdad rodamos muchísimas tomas, con dos cámaras. Según lo que me informaba el productor durante el rodaje –un poco asustado–, llegamos a acumular más material rodado que la última “Star Wars”.

Espíritu “brujo y punk”

La música es un elemento con mucho peso en la historia. ¿Cómo lo habéis trabajado junto a Aranzazu Calleja y Maite Arroitajauregi (Mursego)?

Lo primero que me atrajo de Mursego es su actitud, sola en el escenario, tejiendo collages de texturas sonoras. Hay algo brujo y punk en ella. Exactamente el espíritu de “Akelarre”.

Investigamos mucho buscando melodías tradicionales, que fuimos modificando con arreglos para darles un carácter más espontáneo, como una canción cantada por un grupo de amigas. Y junto con el grupo de actrices, concebimos versiones diferentes para marcar la evolución hacia el clímax diabólico.

Otra etapa fue la composición de una música para las escenas, con cuarteto de cuerdas y un instrumento muy antiguo llamado nyckelharpa. En esa parte se incorporó Aranzazu para la orquestación. Pero de manera sutil, todas las melodías y armonías remiten a la canción original.

Una película “necesaria”

La historia está ambientada en 1609, pero la amenaza a lo diferente y el ansia por juzgar y condenar aquello que podría invertir el orden no ha cesado. ¿Ha sido esa la razón para escribir esta historia?

Si durante siglos se impuso un sistema de pensamiento único, se reprimió con violencia toda otra forma de pensamiento, se torturó, se asesinó y se hizo desaparecer de la historia a quienes pensaban diferente, no es sorprendente que tardemos en liberarnos de ese yugo.

Por eso me ha parecido tan necesario que esta película exista, porque nos da una perspectiva sobre la fundación de un sistema de pensamiento que creemos nuestro pero que nos ha sido impuesto.

“Akelarre” nos acerca la historia de las mujeres del siglo XVII desde un punto de vista muy diferente al oficial, al escrito por los propios represores. ¿Cómo crees que el cine ayuda a mostrar lo diferente, lo no hegemónico?

En el cine, como en la guerra, hay diferentes bandos. Desde principios del siglo XX, la Unión Soviética y los Estados Unidos decidieron utilizar al cine como un arma para invadir el mundo. No es una interpretación mía, sino una política asumida de esos países.

El mundo occidental fue educado por Hollywood con un pensamiento hegemónico. Cuando grandes directores –la mayoría, inmigrantes europeos– comenzaron a dar una visión del mundo más comprometida socialmente, fueron muy duramente reprimidos. ¡Es lo que justamente, en los años 1950, se llamó “caza de brujas”!

Hoy en día creo que una función vital del cine de autor es constituir un contrapoder rebelde, mostrando otra visión del mundo. Y el desafío es, siendo tan diferente a las películas a las que nos han acostumbrado bombardeándonos durante un siglo, lograr de todos modos divertir, asustar, conmover…

¿Independiente o autor? Guerrilla contra ejército regular.

"Akelarre". Foto: David Herranz.

 “La vida de las personas oprimidas es un thriller”

Dentro de ese marco más profundo y reflexivo, la película es un thriller. ¿Cómo has conjugado la parte más ideológica de la película con su vertiente más dinámica y dramatúrgica?

Ya en la realidad, la vida de las personas oprimidas y perseguidas es un thriller. En el caso de estas chicas, se las acusa de un crimen que no cometieron y del cual no saben casi nada. ¡Un crimen que ni siquiera existe! Tienen que defenderse contra una fuerza mil veces superior.

El juez tiene el poder absoluto: el poder de las armas y el poder de su cultura y su retórica. Las chicas son mucho más jóvenes e inexperimentadas, no tienen ni fuerza física ni formación intelectual. ¿Cómo pueden hacer para ganar esa batalla y evitar que las quemen vivas? Todos los ingredientes del suspense están contenidos en su verdadera historia.

Esta será tu tercera participación en el Zinemaldia donostiarra, segunda en su Sección Oficial. ¿Qué recuerdos tienes de tu paso por San Sebastián? ¿Qué esperas del paso de la película por el Zinemaldia?

Recuerdo como si fuera hoy el Kursaal repleto, el público aplaudiendo de pie durante largos minutos y Daniel Fanego, actor viejo y rudo, verdadero macho, llorando como un niño. Fue el mejor premio que he tenido.

En esta nueva película intento interactuar más con el público. Ya no me interesa ser un “buen director” y componer “bellos planos” sino solo lograr que los espectadores vivan una gran experiencia. Mi mayor sueño ahora es que “Akelarre” deje de ser mía. Me gustaría que la gente se la apropie, vea en ella su propia historia, haga sus propias interpretaciones, la use como instrumento para sus propias luchas, para expresar y sentir sus propias emociones.