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Análisis

Balance de daños

Iñigo Herce

Iñigo Herce

Los nuevos ayuntamientos constituidos han traido un triple cambio histórico: el PNV gobierna en tres capitales, Pamplona tiene un alcalde abertzale por vez primera y el vuelco en el Estado es colosal.

La constitución de los ayuntamientos es un día emocionalmente intenso para la clase política y la ciudadanía, no exento de sorpresas y paradojas. En esta ocasión, la valoración de daños se centra principalmente en Andoain –donde la indisciplina de un edil jeltzale ha creado un problema al recién firmado acuerdo entre socialistas y PNV- y Vitoria. En la capital alavesa, la entente entre EH Bildu y los jeltzales ha descabalgado al claro vencedor de las elecciones, Javier Maroto, lo que supone una declaración de guerra en toda regla que el PP de un cada vez más relevante Alfonso Alonso no va a olvidar fácilmente. El PNV se arriesga a gobernar la ciudad con una precariedad que tendrá que saber administrar, al tiempo que corta cualquier posibilidad futura de acercamiento en el Estado con el PP ante los eventuales escenarios que surjan de las urnas en las elecciones generales de otoño.

Pese al abuso del término, no es descabellado afirmar que la jornada del 13-J, día de San Antonio, ha resultado histórica. Por tres razones.

En primer lugar, el PNV ha recuperado el poder en las tres capitales de Euskadi. Desde hace treinta años los jeltzales no ocupaban el sillón consistorial de Vitoria-Gasteiz, Donostia y Bilbao. Ello, unido a la recuperación de buena parte del poder municipal perdido hace cuatro años tras el “vendaval Bildu”, sitúa a los jeltzales con una sólida red municipal que, unida a la foral y la autonómica le sitúan nuevamente como partido hegemónico en la CAV.  El contrapoder de EH Bildu queda además acotado gracias al acuerdo logrado con el PSE-EE, lo que le otorga una maniobrabilidad que redundará en la estabilidad institucional vasca.

En segundo lugar, Navarra. El vuelco del poder municipal ha sido de tal calibre que puede hablarse de una verdadera revolución foral. A la emblemática Pamplona, que será regida por vez primera por un alcalde abertzale, hay que unir la pérdida de las principales alcaldías por parte de UPN. El desplazamiento del poder municipal y foral de la formación regionalista retrotrae a Navarra hasta los años 20 del siglo pasado, cuando el sentimiento vasco-navarro convergía con naturalidad en la sociedad y en la política, y aflora esa otra Navarra social, oculta durante muchos años bajo el peso del poder regionalista.

Y, por último, España. Los resultados de las elecciones del 24-M y los posteriores pactos han desplazado al PP de numerosos ayuntamientos, entre ellos los simbólicos de Madrid, Barcelona, Valencia o Zaragoza. El cambio en el poder municipal en España ha sido, históricamente, un anticipo de otros cambios de mayor calado en otros niveles institucionales. Otoño está cerca.