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Crónica

Templo Shaolín en China: Vida y negocio en la cuna del Kung-Fu

El enviado especial de EiTB, Hodei Arrausi, ha entrado en el Templo Shaolín de China y ha podido estar con los monjes budistas impulsores de este arte marcial.

Un monje reza en el Templo Shaolín. Foto: Hodei Arrausi
Un monje reza en el Templo Shaolín. Foto: Hodei Arrausi
La vida y el negocio en la cuna del Kung-Fu

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Hodei Arrausi

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El coche aminora la marcha cada pocos metros. "Ahí hay otra, esa es una de las más prestigiosas. Su fundador es una estrella infantil de cine de kung-fú" - nos explica el conductor.

Roger, nuestro cámara va tomando imágenes de las explanadas valladas que  surgen a un lado y al otro  de la ventanilla. En unas se ven docenas de niños rapados, muy pequeños algunos. En otras son cientos, miles, los  aprendices de kung-fú realizando estiramientos imposibles y movimientos sincronizados. Con cada golpe, un grito.  Una sola voz.

"Es mejor que no bajéis. No les gustan las cámaras, especialmente de medios extranjeros" – nos avisa el conductor, que trabaja para el Templo Shaolín, a donde nos dirigimos. Le pregunto si el templo no toma medidas contra todas esas escuelas que lucen en sus carteles, sin reparo alguno, el nombre Shaolín. "No podemos hacer nada, algunas  llevan 30 años aquí, y tienen muchísimo poder. Ni siquiera el gobierno local se atreve a intervenir".

El Templo Shaolín tiene más de 1500 años de antigüedad, aunque en la actualidad apenas quedan un par de pabellones originales. La mayoría fueron destruidos por el fuego durante la guerra civil china. Fue aquí donde Bodhidarma trajo desde la India el budismo zen. Y donde el místico indio creo los fundamentos del kung-fu, transmitido por los monjes de generación en generación.

Son las 4 de la mañana. Dentro del templo solo el dorado en los detalles de las fachadas y las siluetas puntiagudas de los tejados aciertan a abrirse  paso entre la oscuridad. Un gong rasga el silencio. Poco a poco las sombras rapadas, vestidas de naranja, van tomando posiciones. Se escapa algún bostezo. Las voces se coordinan. Pronto crearán un zumbido, rítmico, casi hipnótico, que va ganando en intensidad.

Estamos aquí para ver qué queda del principal templo budista en del mundo en la china del milagro económico. Todavía no lo sabemos, pero ese rezo matinal, breve y silencioso como un bostezo, es lo más cerca que estaremos de percibir algo semejante a la vida mística y monacal que se le presupone a un lugar como este. A partir de ese momento, los monjes desaparecen en sus dependencias, unos a meditar, otros a entrenar. Es el turno de los turistas.

"Tenemos un millón y medio de visitas al año. Son nuestra principal fuente de ingresos" - dice en inglés el responsable de relaciones internacionales del templo. Unos ingresos que superan los 6 millones de euros al año. La sensación de estar entrevistando a una gran corporación, perfectamente estructurada, más que a los miembros de un templo milenario, cada vez es mayor.

En los años de la revolución cultural los monjes fueron perseguidos pero a partir de 1979, con la llegada de la política de reforma y apertura, el gobierno chino potenció el centro ante el creciente interés  que el arte marcial despertaba por todo el mundo. A principios de los noventa llegaron los primeros extranjeros a la zona, deseosos de perfeccionar su kung-fu.

El responsable de relaciones internacionales  nos lleva hasta un pabellón renovado. Sobre el tartán se ejercitan una veintena de monjes. No están todos los que hemos visto de madrugada rezando. Los que ahora vuelan por el aire, saltan y se mueven con una rapidez y coordinación asombrosa son los más jóvenes. Una especie de selección que lleva el nombre Shaolín por exhibiciones por todo el mundo.

Un último detalle ayuda a entender un poco más el actual espíritu del templo. Las zapatillas que calzan los monjes son de la marca Feiyue. Las mismas zapatillas  de lona simple y suela pírrica que han calzado las gentes humildes de china durante años. Las mismas que ahora son una marca de moda en Estados unidos y Europa y por la que se pagan cantidades que haría reír a los viejos del pueblo.

El monasterio shaolín da la sensación de haber hecho eso: sin desprenderse de la fachada – y seguramente de parte del espíritu original – el templo se ha calzado los atuendo de la modernidad para sacar tajada del gran negocio del kung-fu. No en vano, el actual  abad, máster en dirección de empresas y  conocido como el abad ejecutivo, intentó en 2009  sacar a bolsa al monasterio.

"El abad iba a acudir al rezo de la mañana, pero anoche llegó muy tarde de un viaje. Le ha sido imposible" nos dicen, todavía en ese momento en el que el templo es templo, los monjes entonan su mantra, y los gallos anuncian inevitable:  un nuevo día de turistas y devotos de las artes marciales en este valle que vive del kung-fu.

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