Internacional -
HONG KONG
La hora de plegar los paraguas
Los trabajadores de cuello blanco, funcionarios armados con maletines, han vuelto a sus trabajos. Caminan entre los pocos que resisten acampados.
Hodei Arrausi | Hong Kong
Hoy alguien twitteaba que en el distrito gubernamental, en la avenida que durante una semana ha sido el sambódromo de los paraguas y de los anhelos de miles de jóvenes, se podían escuchar a los pájaros. El gobierno había exigido normalidad para hoy, lunes. Los trabajadores de cuello blanco, funcionarios armados con maletines, han vuelto a sus trabajos. Caminan entre los pocos que resisten acampados.
No se ha acabado, dicen los portavoces de los estudiantes. Ahora preparan la negociación con el gobierno local. Pero hoy suenan más apagadas que ayer las voces que han rejuvenecido, noche tras noche, himnos del pop ochentero hongkongés. Que han resistido pacíficamente. Que han debatido sobre qué ciudad desean. Que han blandido las linternas de sus móviles de última generación para iluminar (nuestras) reivindicaciones de ayer. Para ellos y para ellas es hoy, ahora. Ahora o nunca.
Porque, y esto creo que marca cualquier otro análisis posterior, las consecuencias de debatir, disentir y protestar no son las mismas aquí que allá.
La batalla por la calle, desde Internet
La revolución sí ha sido, otra vez, twitteada. Los símbolos, las fotos, los eslóganes han corrido como la pólvora por las redes sociales. Ahí han librado unos y otros la batalla por movilizar y desmovilizar. Pekín cerró desde el minuto uno weixin: imposible mandar fotos o buscar palabras como “lazo amarillo” en el resto del país. En twitter se ha librado también el pulso de llevar el miedo a la calle. Durante una semana no han parado los rumores y los montajes sobre policías infiltrados entre manifestantes, triadas locales pagadas para sabotear las sentadas, etc.
Al final de entre todo el humo dos hechos. Uno, algunos vecinos no están de acuerdo con las protestas - ¿cuantos? imposible saberlo, sin elecciones, referéndums, y consultas todo es más difícil de medir. Y dos, entre esos vecinos descontentos ha habido elementos violento más o menos coordinados con un claro objetivo: reventar las protestas pacíficas. ¿Hasta donde llega la mano de Pekín ahí? Difícil saberlo.
El análisis de la gran partida
Otra lectura de lo ocurrido es el que hacen dos artículos muy recomendables. Es el análisis de la gran partida. El que seguramente más importa pero menos aporta, por resabido. “Hay muchos “occupys” cuyo historial huele a podrido” – escribe Juan Manuel Olarieta en el primero de ellos. Merece la penar leer los detalles sobre la formación y la financiación y lazos con EEUU, de líderes como Beny Tai. En el segundo, el periodista Iker Izquierdo opina desde Taiwán: “se atisba el el fundamentalismo democrático que sirve de altavoz a los intereses del imperio”.
Coincido. Solo hace falta ver cómo se han hinchado los medios estadounidenses buscando y rebuscando similitudes con Tiananmen. Etiquetando rápidamente lo que está pasando con la palabra revolución. Algunos parecen relamerse con otro Tiananmen que desestabilice a China.
Pero no creo que los jóvenes de Hong Kong sean peones ciegos. “La farsa de Hong Kong”, “los ocuppys”, “los jóvenes hambrientos de democracia que comen hamburguesas” - los llama Olarieta.
Injusta y simplista forma de medir a quienes salen a la calle teniendo tanto que perder. Se alimentarán del capitalismo más salvaje, sí. Beberán del imperio. Pero también comen wonton, leen a Sartre, a Platón a Kropotkin, a Mencio y a Luther King. El sistema educativo Hong Konges se lo permite. De momento.
La brecha generacional
Esperamos a cenar. Es una de las noches que con que más fuerza suenan los rumores de una inminente carga policial. El camarero, un joven veinteañero, le confiesa al periodista de TV3 con el que comparto mesa que cuando acabe el trabajo irá a la calle, pase lo que pase. Y que no se lo dirá a sus padres porque no le apoyan.
Esto mismo lo escucharemos durante la semana varias veces. La lucha es de la generación más formada y que mejor ha vivido nunca en Hong Kong. La que ha gozado los privilegios de unas libertades que saben que diluidas en el sistema chino perderán. Los que se movilizan son jóvenes de instituto y universitarios. Los mismo que tienen mucho que perder cediendo ante Pekín. En cambio los que les gritan y les acosan en las calles adultos, cuando no ancianos. Los que no tienen nada que ganar. ¿Y los que callan? ¿Los que llevan un lazo amarillo pero no participan en las sentadas? ¿Los que llevan el lazo azul pro-Pekín? Imposible saber en un sistema donde no se pregunta.
Estamos siendo testigos de una protesta pacífica, asamblearia y eminentemente horizontal en territorio chino. Algo histórico. Instigada desde fuera? Seguramente sí. Pero una mecha no prende de esta forma sí está mojada. El malestar entre toda una generación incuestionable. Les preocupa la independencia de su modelo educativo, los salarios, la vivienda cautiva de una élite económica, la presión demográfica, la saturación de sus servicios, el creciente control de sus medios de comunicación... Problemas que CY Leung - el hombre elegido con 689 votos de 7 millones de habitantes - no les ha solucionado.
Y repiten: no es “una revolución de color”, “no es una primavera arabe”. Se trata, dicen, de asegurarse de que en 2017 un Jefe del Ejecutivo con el sello de calidad de Pekín no se pueda amparar en la falsa legitimidad de unas urnas adulteradas... para seguir con las políticas de Mr. 689.
Hoy las calles están más vacías pero los problemas siguen. El malestar de los jóvenes continuará. El sistema volverá a hacer aguas. Y volverán a salir los paraguas.