Internacional -
Análisis
Situación envenenada para Occidente
Los países occidentales saben que no pueden seguir dando apoyo a los dictadores de la región, pero nadie quiere que esos países, sobre todo Egipto, pasen a manos de integristas islámicos.
Jesús Torquemada
Para Estados Unidos y Europa, la situación que se está planteando en Egipto es muy complicada. Está en juego toda su estrategia en Oriente Medio.
Tal como están las cosas, da la impresión de que, hagan lo que hagan los estadounidenses y los europeos, el resultado va a ser perjudicial para sus intereses en esa zona.
Ya se han dado cuenta de que Mubarak es insostenible y de que no le pueden dar su apoyo, pero la pregunta es cómo dejarlo caer sin que Egipto pase a ser gobernado por fuerzas antioccidentales. Y otra pregunta importante es qué van a pensar los otros aliados de Occidente en la región.
Si Washington deja caer a Mubarak, que le ha servido fielmente durante treinta años, el jordano Abdalá II, el marroquí Mohamed VI, el saudí Abdalá bin Abdelaziz, el emiratí Al Nahyan, el kuwaití Al Sabah o el qatarí Al Thani pueden pensar que Estados Unidos no es un amigo fiable y que también les va a abandonar en cuanto se produzca una revuelta en sus países.
El miedo a lo que pueda pasar en Egipto tiene fundamento: nadie quiere ni imaginar que ese país pase a estar gobernado por los integristas islámicos, que lo primero que harían sería romper el tratado de paz con Israel y complicar la navegación por el Canal de Suez. Sin embargo, quizá es el momento de que los gobiernos occidentales se enfrenten a ese fantasma.
Como están demostrando Egipto y Túnez, así como otros países árabes en los que se percibe la agitación, los regímenes actuales tienen los días contados. A corto plazo, parece que el interés de los occidentales es sostenerlos, pero si se piensa a medio plazo es posible que sea más provechoso convencerles de que hagan reformas democratizadoras profundas.