Educar en la
"falacia de la igualdad"

IDOIA ALBERDI ETXANIZ - EITB MEDIA

Control obsesivo de los movimientos a través de las redes sociales, abusos psicológicos y agresiones físicas. Al igual que en la población adulta, la violencia de género se manifiesta de diferentes formas y adquiere diferentes dimensiones en adolescentes. Y al igual que hace décadas, se observa una clara banalización de esos comportamientos machistas. Es una realidad y los ejemplos son tangibles.

Se ha avanzado en educación, pero los roles y estereotipos sexistas siguen teniendo un papel importante en la vida de las y los jóvenes. Estudios recientes han revelado que uno de cada cinco hombres de entre 15 y 29 años considera que la violencia machista no existe y que es solo un invento ideológico. Comportamientos y pensamientos que, según la psicóloga social, técnica de igualdad y educadora sexual Eider Goiburu Moreno (Orio, Gipuzkoa, 1980), no dejan de ser un “fiel reflejo de nuestra sociedad”. “¿Acaso alguien piensa que la juventud de hoy en día ha sido educada en una sociedad igualitaria? La adolescencia que tenemos es un reflejo de la sociedad en la que vivimos, ni más ni menos”.

Autora de la tesis doctoral que lleva por título “El sexismo, una lacra para la salud sexual: perspectiva feminista como factor de protección” (2015), Goiburu trabaja en procesos de empoderamiento de las mujeres e imparte clases en la universidad. Afirma que vivimos en “la falacia de la igualdad” donde la violencia de género es un problema estructural que no se ha erradicado. Propone cambiar el modelo hegemónico de masculinidad y “crear referencias diversas y positivas”.

La violencia de género en adolescentes: ¿normalizada e invisibilizada?

Para empezar, una breve aclaración sobre el concepto de violencia de género. Yo he desarrollado mi marco teórico bajo el concepto violencia machista y no violencia de género. ¿Por qué? Porque el origen de la violencia es la ideología machista y es ahí donde se sitúa el término violencia machista. Y sí, la violencia machista es la violencia contra las mujeres, pero es también la violencia que se ejerce contra todos los cuerpos que rompen la cisheteronorma. Es decir, contra todas las personas que rompen el esquema tradicional: intersexuales, transgénero, transexuales, homosexuales, lesbianas, y mujeres y hombres que no comparten el esquema sexo-género tradicional.

Partiendo de ahí, la violencia machista está normalizada e invisibilizada entre adolescentes y entre adultos. Estamos ante una violencia estructural que está presente en todos los ámbitos de nuestra vida; se manifiesta de diferentes formas y adquiere diferentes dimensiones. Cada vez tenemos más recursos para poder identificar esas situaciones de violencia, pero lo cierto es que todavía se dan muchos casos de violencia que no tienen reconocimiento social. Desde mi experiencia, puedo decir que la juventud es capaz de identificar situaciones de violencia de diferente intensidad, pero el mensaje que reciben por parte de los adultos muchas veces es que estas situaciones que identifican no son graves, o no pueden denominarse violencia.

“Deberíamos poner el foco en las personas adultas y no tanto en la población joven.”

Un 20 % de hombres de entre 15 y 29 años considera que la violencia machista no existe y que es solo un invento ideológico. ¿Qué ha fallado?

¿Y cuántos hombres mayores de 30 años creen que la violencia de género no existe? Creo que deberíamos poner el foco en las personas adultas y no tanto en la población joven. Vivimos en la falacia de la igualdad. Creemos que vivimos en la era de la igualdad, y decimos que ser mujer u hombre no condiciona nuestras oportunidades, transmitimos un discurso políticamente correcto. Pero ¿qué es lo que transmitimos los adultos a través de nuestras actitudes y comportamientos? ¿De verdad creemos que las y los adolescentes de hoy en día han crecido en una sociedad igualitaria? Es cierto que en las últimas décadas se han dado pasos hacia adelante gracias al movimiento feminista y a las políticas de igualdad, pero queda mucho trabajo por hacer.

En definitiva, la adolescencia es un reflejo de la sociedad.

Sin lugar a duda. Vivimos en un sistema machista donde todas y todos tenemos interiorizadas actitudes machistas. Hay que cambiar las normas sociales establecidas y para ello hace falta una reflexión de fondo.

Además, no basta con hacer esta reflexión a nivel individual, sino que es absolutamente necesario hacer ese ejercicio colectivamente. Teniendo en cuenta la importancia que tiene el grupo de amigas o amigos durante la adolescencia, es imprescindible trabajar esta problemática en grupo para poder cambiar las normas sociales.

Las redes sociales se han convertido en las nuevas herramientas para el control. ¿De qué manera han contribuido a esa normalización de la violencia?

A las personas adultas las redes sociales y la comunicación virtual nos dan miedo. Desconocemos ese mundo y no han sido parte de nuestra vida, por lo que tendemos a colocar el foco del problema en esas herramientas. No debemos olvidar que el mundo virtual la alimentamos las personas. Es decir, el contenido que nosotros compartimos, las fotos, los comentarios, son el fiel reflejo de nuestras creencias y actitudes. Así que si tenemos ideología machista, compartiremos contenidos machistas en las redes sociales.

No obstante, quiero subrayar que las redes sociales e Internet han sido y son herramientas muy útiles para difundir mensajes feministas y a favor de la diversidad sexual.

Las y los jóvenes de hoy han crecido con Internet, y es cierto que el control que ejercen los chicos sobre las chicas se ha naturalizado, pero el tema del control es mucho más general. Por ejemplo, las madres y los padres de hoy tienen mucho más controlados a sus hijas e hijos. Es un control que se ejerce en nombre del amor y el cuidado: ¿estamos relacionando el amor con el control?

Seguimos, por lo tanto, estancados en esa dicotomía que mezcla el amor y el control.

El mito del amor romántico sigue demasiado vivo, en general. Nos genera unas expectativas irreales y nos inculca un prototipo de relación; siguen reinando el modelo de pareja tradicional y el modelo de familia tradicional. Faltan referencias de modelos que reflejen diversidad en este sentido. Sabemos que la realidad es diversa, pero en el proceso de socialización de las y los menores rara vez se manifiesta que hay diversas formas de relacionarse. En general, seguimos reforzando esa idea del amor romántico a través de la familia, los medios de comunicación, los cuentos, los juguetes, etc. Por supuesto, esto influye en las relaciones de los adolescentes.

Cuando trabajamos con adolescentes, el tema del mito del amor romántico suele ser uno puntos principales. Todas y todos reconocen que existe, pero a su vez saben que no es real y tienen conciencia sobre este problema. Sabemos que tipo de relaciones no queremos, pero faltan modelos de relaciones basados en la igualdad y en el cuidado mutuo.

El concepto y la construcción de los roles de género persisten, por tanto.

No podemos dejar la responsabilidad de la transformación social en manos de las y los adolescentes. En teoría, creemos que hemos flexibilizado el discurso de los roles de género, pero la realidad es otra: la división de las profesiones por sexo es clara, las mujeres siguen siendo las principales cuidadoras, los medios de comunicación siguen escenificando constantemente roles de género tradicionales y la hipersexualización de las niñas es incesante. Debemos abordar estos temas con las y los jóvenes, pero antes, la población adulta debe asumir sus responsabilidades. Es la única vía hacia una sociedad más justa en la que las relaciones entre personas sean saludables. Debemos ser ejemplo, y no basta con decir que las mujeres y los hombres debemos tener las mismas oportunidades. Tenemos que analizar nuestras actitudes de forma crítica.

¿Deberíamos analizar con más rigor los contenidos que se difunden en los medios y en las redes sociales?

Existen múltiples fuentes de información y cada una de ellas influye en la consumidora o en el consumidor, sin lugar a dudas: series de televisión, videoclips, influencers … hay que mirar con rigor cada contenido. Y aunque muchas veces le damos menos importancia, debemos ser críticos también con las composiciones musicales que nos llegan diariamente; en demasiadas ocasiones el mensaje es muy machista.

Por poner un ejemplo: casi la totalidad de los contenidos pornográficos están pensados y producidos para los adultos. Las y los adolescentes no tienen la capacidad de entender y procesar lo que ven en una película pornográfica, pero tampoco lo que ven en otras series y películas. Si rompiéramos el tabú sobre la pornografía, podríamos hablar de los contenidos que consumen con total claridad, como lo hacemos con otros muchos contenidos. Analizar qué es adecuado e inadecuado, qué es cierto o falso …. En definitiva, ayudaríamos a construir una visión crítica a la juventud.

“Hay que invertir en prevención, pero también en investigación.”

En este contexto, ¿se podría decir que existen lagunas en la legislación contra la violencia de género en cuanto a la protección de menores?

Sí, en cierta medida podríamos decir que se ha elaborado una ley sin tener demasiado en cuenta a la población joven. Se debería invertir en prevención. Es cierto que no se puede generalizar, pero, por ejemplo, miremos a los ayuntamientos: ¿Qué porcentaje del total de los presupuestos se destina a políticas de igualdad? Está claro que la cantidad varía mucho de un municipio a otro, pero nunca es suficiente para acabar con esta lacra: en 2021 han sido asesinadas cinco mujeres en Euskal Herria.

Hay que invertir en prevención, pero también en investigación. Las y los profesionales que trabajamos en este ámbito realizamos las intervenciones más adecuadas posibles, siempre con los recursos de los que disponemos, pero hacen falta evaluaciones e investigaciones sobre los procesos de prevención. Necesitamos saber cuáles son las herramientas más efectivas a la hora de trabajar con la población adolescente y cuáles son las que no funcionan.

Según la investigación que llevé a cabo en 2015, hacen falta metodologías activas basadas en vivencias reales. Es decir, las charlas y los discursos sirven de muy poco durante la adolescencia, y por supuesto, el lenguaje que se emplea para dirigirse a esa población es muy importante: tiene que ser un lenguaje claro que refleje de manera directa la realidad de la juventud.

No cabe duda de que la labor que estamos realizando las y los profesionales también tiene que ser analizada: no basta con decir que estamos trabajando en ello, hay que analizar qué y cómo lo estamos haciendo. Obviamente, necesitamos recursos para ello.

Propones fijar la mirada en la educación para que no haya adolescentes agresores ¿Cómo deberíamos fomentar roles masculinos positivos alejados de la violencia?

Mi objetivo final no es que no haya agresiones, sino que se construyan relaciones sanas y positivas. Mi objetivo final es poder establecer relaciones basadas en el cuidado mutuo. Esto requiere, entre otras cosas, profundizar en los modelos de masculinidad.

Hacen falta referencias. Es decir, hay que cambiar el modelo hegemónico de masculinidad y crear referencias diversas y positivas sobre la masculinidad.

Es cierto que se está reflexionando mucho sobre la masculinidad, pero queda un camino muy largo por recorrer. La adolescencia es una etapa especialmente difícil y, en muchas ocasiones, los chicos que no cumplen las normas del modelo masculino hegemónico son castigados socialmente; reciben insultos, son discriminados … la presión social para que cumplan las normas masculinas hegemónicas es muy grande.

“Si queremos que se produzca un cambio real, necesitamos un cambio de actitud.”

La educación sexual en edades tempranas es, por tanto, la base para la prevención de la violencia.

Sí, siempre desde la coeducación. Una de las conclusiones de mi tesis es que las actitudes sexistas de las y los adolescentes tienen un efecto muy negativo en la efectividad de los programas de educación sexual: cuanto más evidentes sean las actitudes sexistas, las posibilidades de éxito del programa son menores. Un ejemplo: si las adolescentes consideran que explorar su cuerpo en ‘sucio e inadecuado’ y si relacionan la exploración de sus genitales con sentimientos de culpa, será muy difícil fomentar el autocuidado de su cuerpo. Por lo tanto, la educación sexual es básica, pero la sexualidad debe abordarse desde una perspectiva coeducativa

De todos modos, nunca es tarde para intervenir. Cuando he trabajado con mujeres mayores de 55 años he visto cambios y pasos realmente positivos. Es cierto que las posibilidades de desarrollar sexualidades y relaciones saludables serán mayores si se empieza a trabajar sobre esos aspectos desde la niñez. Cada vez hay más cursos de formación dirigidos al conjunto de profesionales de Educación Infantil. Las bases para la vida adulta se establecen en la infancia. Luego, esto cimientos pueden ir cambiando, pero es más difícil. Si queremos una sociedad basada en el bienestar, tenemos que empezar a trabajar desde la infancia.

Y más allá de campañas de información, concienciación y empoderamiento, ¿cuál es el camino a seguir?

Hay muchos caminos y muy diversos. Las campañas de información y concienciación son necesarias, pero no suficientes. Si queremos que se produzca un cambio real, necesitamos un cambio de actitud. Las actitudes están relacionadas con aspectos culturales y emocionales. Es decir, con cambiar el pensamiento de la gente no basta, tenemos que incidir en los sentimientos. Sabemos que tenemos las mismas oportunidades, pero ¿qué sentimiento se despierta en mi interior cuando veo a mi hija de tres años explorando su vulva?, ¿qué pienso cuando mi hijo de cinco años me dice que se quiere poner un vestido?

Cambiar de actitudes es una tarea que requiere trabajo en profundidad y exige una reflexión sincera sobre nuestros sentimientos y límites. Hay que gestionar diferentes sentimientos, ya que los cambios profundos siempre generan sentimientos incómodos y necesitamos recursos para gestionarlos.