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notas de prensa

'Graffiti'

¿Cómo se vivió en Euskadi la muerte de Franco?

eitb.com

Contamos con la colaboración del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda. Y con Jose Antonio Pérez Perez, profesor del departamento de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.

20 de noviembre de 1975. Tras varias semanas de rumorología, finalmente se confirma la noticia: El dictador había fallecido. El pasado sábado se cumplían 35 años desde la muerte de Franco y con motivo de esta efeméride, hemos querido recordar cómo se vivió la muerte del dictador en Euskadi.

20-N. Esta fecha constituye ya un lugar común en la memoria colectiva de nuestro país. Una fecha donde también se conmemoran otras muertes como la de Durruti, los asesinatos de Brouard o Muguruza.

La oposición al Franquismo en Euskadi, consitutía en aquellos momentos, a finales de 1975, uno de los problemas más importantes para un régimen agonizante. Desde principios o mediados de la década de los años sesenta los conflictos laborales, la reconstrucción del movimiento obrero, la oposición política al franquismo e incluso la aparición de un fenómeno novedoso como ETA, trajeron de cabeza al régimen franquista. Es decir, en este sentido la oposición al Franquismo que se vivía en Euskadi y la represión que se produjo durante aquellos momentos pudo influir en que la desaparición física del dictador se viviera por una parte de la población con mayor intensidad. Pero probablemente los comportamientos colectivos no fueron muy diferenes de los que se pusieron de manifiesto en el resto de España.

La agonía de Franco fue muy larga y su muerte se veía esperando desde semanas atrás con aquellos lacónicos partes que emitía “el equipo médico habitual”. Pero una dictadura, incluso surgida tras la victoria en una sangrienta Guerra Civil, no se sostiene únicamente sobre el miedo y sobre una represión sangrienta. Evidentemente el nuevo estado surgido de la Guerra Civil consiguió armar una enorme maquinaria represiva que se extendió prácticamente hasta el final del franquismo. Pero no fue solo la represión quien hizo que el régimen y el propio Franco consiguieran gobernar durante casi cuarenta años. El espaldarazo internacional que experimentó el régimen, sobre todo a partir de los años cincuenta, fue uno de los puntales más importantes pero indudablemente el régimen consiguió a lo largo de los años hacerse con eso que se ha denominado un cierto consenso social.

El hecho de que la oposición fuera en el País Vasco muy activa, a partir de los años sesenta, no fue incompatible con el régimen gozase de importantes apoyos, y no sólo limitados a las clases dirigentes o al funcionariado que formaba parte del estado.

ETA constituyó desde 1968 algo inexperado para el régimen franquista. Hay que tener en cuenta que el PCE había abandonado la lucha armada de la guerrilla a mediados de los años cincuenta, y que los nacionalistas que mantuvieron la resistencia vasca habían renunciado a ella mucho antes. Por eso la irrupción de un fenómeno como ETA y sus expresiones más contundentes y expectaculares, como el asesinato de Melitón Manzanas, el atentado de la Calle Correo y por supuesto el atentado contra Carrero Blanco en 1973, produjeron un verdadero sock para el régimen, pero hay que recordar una cosa muy importante, y es que la oposición al régimen franquista no se limitó, ni mucho menos, a un fenómeno como ETA.

Había dos clases de oposiciones: la del exterior, que era donde se encontraban las direcciones de los partidos y sindicatos, y la oposición interior. En este sentido, el Gobierno de Euskadi en el exilio, liderado hasta 1960 por el lehendakari Aguirre y a partir de su muerte por Leiozaola, representaba la continuidad de legitimidad que había sido violentada por la armas. Pero la oposición en el interior, la más activa se comenzó a recomponer a partir de los años sesenta, en torno al mundo laboral y a la izquierda. El eje Comisiones Obreras-PCE constituyó la columna vertebral de la oposición más activa contra el franquismo y fueron sus militantes quienes pagaron un mayor precio por ello.

El movimiento obrero tenía una larga tradición de luchas en Euskadi que se remontaba a las últimas décadas del siglo XIX pero el movimiento obrero que surge o se reorganiza a partir de los años sesenta del siglo XX, es otra cosa muy distinta.

Evidentemente, a medida que el régimen se consolidó fueron desapareciendo los fusilamientos masivos y la represión más cruel que se produjo en la posguerra, pero hay que recordar que todavía el 27 de septiembre de 1975, es decir, dos meses antes de la muerte de Franco se fusiló a cinco militantes de ETA y del FRAP. Lo que hizo el régimen fue adecuarse a las circunstancias y tratar de responder con nuevos mecanismos y formas de represión antes nuevas manifestaciones de la oposición.

Sin duda alguna ese Proceso de Burgos, donde fueron juzgados los 16 militantes de ETA en diciembre de 1970, marcó un punto de inflexión en ese sentido, ya que de algún modo supone el comienzo de un ciclo de protestas donde no solo participan los nacionalistas. Fueron precisamente las CCOO y el PCE quienes mayor ahinco pusieron en la organización en las huelgas y manifestaciones que se llevaron a cabo. En cualquier caso habría que destacar que el apoyo y la solidaridad que mostró una parte importante de la sociedad vasca debe entenderse como un apoyo contra la represión, es decir, a favor de los represaliados, aunque no se coincidiera con los métodos ni con la ideología de ETA. En el último tramo del franquismo en el Pais Vasco se vivió un proceso de radicalización de las protestas y un proceso de efervescencia política.


Antes esto, el regimen franquista respondió incrementando la represión. El final del franquismo fue tremendamente sangriento. Las Fuerzas del Orden Público reprimieron con dureza las protestas. Hubo numerosos muertos en manifestaciones, trabajadores, militantes de organizaciones políticas, miembros de ETA en enfrentamientos, centenares de detenidos en los Estados de Excepción, las muertes de septiembre de 1975.

La iglesia constituyó un pilar fundamenal del régimen franquista desde su creación pero los pilares también se resquebrajan por muy sólidos que sean. El caso Añoveros o el caso Tarancón son, sin duda, la prueba más palpable de una institución que desde los años sesenta, al calor del Concilio Vaticano II, comenzó a desligarse de la ortodoxia del régimen franquista. La carta de los 339 curas vascos, los encierros en los seminarios o la propia carcel de Zamora constituyeron algunas de las expresiones más palpables de este proceso, que coincide por lo demás con un proceso más amplio de secularización de la propia sociedad, tanto vasca como española.

La renovación también se produjo dentro de la cultura vasca. La reinvindicación de una cultura autóctona, del euskera, por ejemplo, fue conectado con sectores cada vez más amplios de la población vasca y se convirtió también en otra frente de reinvindicación que defendía la peculiaridad de la identidad vasca y por supuesto el movimento ciudadano.

Desde mediados de los años sesenta, surgen las asociaciones de familias (luego de vecinos) que al calor de una nueva legislación comienzan a reivindicar infraestructuras y dotaciones sociales a las instituciones locales (luz y agua corriente para los barrios, los ayuntamientos, escuelas, ambulatorios, semáforos). Estas instituciones se muestran incapaces de responder a las demandas de los vecinos. De este modo, como han afirmado algunos historiadores, el movimiento vecinal comenzó pidiendo escuelas y semáforos y teminó exigiendo ayuntamientos democráticos.

Los grupos del Gran Bilbao consitituyeron uno de los casos más importantes a nivel nacional. En muchos de estos grupos participan elementos de la oposición, vecinos que militantan en organizaciones de izquierda, sobre todo. Los casos de Erandio por ejemplo, con la muete de dos vecinos, de Uríbarri o el más emblemático, el de Rekaldeberri, pusieron de relieve la magnitud del proceso de trasformación social que se estaba produciendo en la sociedad vasca.

&' || 'nbsp;Las expectativas de las&' || 'nbsp; fuerzas políticas y sindicales en Euskadi tras la muerte de Franco no eran las mismas para todas aquellas fuerzas que se indentificaban como antifranquistas.

En algunos casos estaban bastante definidos. Para el Gobierno Vasco en el exilio y para las fuerzas políticas más importantes que lo componían, PNV o el PSOE, por ejemplo, el objetivo prioritario era a recuperación de la Autonomía y de una legalidad democrática, pero no todas las fuerzas de la oposición contra Franco participaban de los mismos objetivos ni por supuesto de los mismos proyectos.

Durante los últimos años de la dictadura la oposición al régimen había sido muy radical, pero buena parte de las organizaciones políticas de la izquierda rechazaban el modelo democrático occidental. Prácticamente todas las organizaciones de uno y otro signo, incluidos los grupos más extremistas de corte marxista, maoísta o trostkista reivindicaban la democracia, pero esta quedaba incluida dentro de un amplio paquete de reivindicaciones que abarcaban desde los derechos del pueblo vasco hasta la toma del poder por la clase obrera, sin que la reivindicación de un sistema democrático apareciera como un objetivo específico y prioritario.

En realidad, muchas de estas organizaciones, influidas por los procesos de liberación nacional que se habían producido en el ámbito internacional durante las últimas décadas, concebían la democracia desde una perspectiva puramente instrumental. Desde esta perspectiva, la reivindicación de una democracia constituía solo un medio para alcanzar los verdaderos objetivos: la liberación nacional, la liberación social, o ambas cosas a la vez.

Las consecuencias de esta situación marcarían los comportamientos políticos durante los convulsos años de la transición. La democracia no se concebía para muchos sectores como la forma política capaz de expresar la voluntad ciudadana, sino como un medio para desarrollar sus respectivos idearios políticos. Esta perspectiva alimentó los maximalismos en aquellas formaciones que proponían cambios inmediatos, contundentes e irreversibles, difícilmente compatibles con los criterios de una democracia occidental.