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por la sombra

HISTORIA DE ALAVA

Las Guerras Carlistas en Alava

Isabel Mellén, de la Asociación Álava Medieval-Erdi Aroko Araba, continúan relatándonos la historia del Territorio, centrándose en las Guerras Carlistas

  • EITB

    Isabel Mellén, Asociación Álava Medieval-Erdi Aroko Araba

    32:32 min
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Las guerras carlistas

La entrada de la Legión Auxiliar Británica en Vitoria

Nos vamos de lleno a la Vitoria del jueves 3 de diciembre de 1835, por la tarde. La ciudad, asediada por las tropas del ya fallecido Zumalacárregui, se encuentra inmersa en las guerras carlistas. Todavía amurallada por aquellos entonces, Vitoria abre sus puertas para recibir un importante contingente de soldados vestidos con casacas rojas. Mientras estas tropas procedentes de la lejana Inglaterra desfilan por la calle de Santa Clara, bajo la arboleda que flanqueaba la carretera hacia Castilla, truenan los tambores y trompetas anunciando su llegada. Al traspasar las puertas de la muralla los militares se topan de lleno con la Plaza Vieja, la actual Plaza de la Virgen Blanca, decorada con las banderas de Gran Bretaña, Francia, Portugal y España, junto a una pancarta en la que se puede leer: “la nobleza de los ingleses que luchan por la libertad de las naciones”. Cuando entran todos los soldados desfilando a la plaza, las bandas de las demás tropas que estaban en formación entonan el himno de Riego mientras se escuchan de forma tímida algunos “¡viva los ingleses!”.

El inicio de las guerras carlistas

El 29 de septiembre de 1833 fallecía el rey absolutista Fernando VII. Como no contaba con hijos varones que le sucedieran en el trono, en 1830 había firmado un documento conocido como la Pragmática Sanción, según el cual determinaba que sería su hija Isabel II, menor de edad en aquellos momentos, la que heredaría el trono de su padre. La reina María Cristina, madre de la pequeña Isabel, sería la encargada de gobernar en su nombre hasta su mayoría de edad y tenía un claro perfil liberal, en contra de la forma de gobierno de su despótico marido. Sin embargo, en representación de la España más conservadora surgió la figura del infante don Carlos María Isidro de Borbón, hermano de Fernando VII, que no reconoció a Isabel II como reina y se propuso como candidato al trono de España. Este hecho dividió al país en dos bandos: los carlistas, partidarios del hermano del rey, y los liberales, cristinos o isabelinos, defensores de la causa liberal.

La sublevación a favor del infante don Carlos comenzó en Vizcaya el 4 de octubre de 1833, propagándose rápidamente por Guipúzcoa. En el caso de Álava hubo unos días de tribulación hasta que el Ayuntamiento de Vitoria se posicionó oficialmente a favor del bando carlista. Todo lo contrario ocurría con la Diputación, que optó por el partido liberal y su fidelidad al gobierno legítimo. Esta situación sólo duró un mes y medio, puesto que enseguida los liberales tomaron la ciudad y repusieron al antiguo ayuntamiento liberal, a pesar en ocasiones del sentir popular, más afín al carlismo.

Fray demonio

Uno de los líderes más exaltados del carlismo en Vitoria fue Casimiro Díaz de Acebedo, más conocido directamente como Fray Demonio. Este fraile franciscano formó parte de la comunidad del convento de Labastida, pero posteriormente pasaría a engrosar las filas del convento de San Francisco de Vitoria. Fraile ultraconservador y de una oratoria brillante y fiera, va a incendiar los púlpitos de las iglesias vitorianas con sus sermones, primero a favor del rey absolutista Fernando VII y luego exaltando la figura del pretendiente Carlos.

El asedio de Vitoria

En marzo de 1834 el famoso general carlista Zumalacárregui quiso recuperar la capital alavesa aprovechando que no se encontraba demasiado bien defendida. Tenemos que tener en cuenta que se estaban utilizando todavía las murallas medievales para defender la ciudad, que no estaban adaptadas para las armas de fuego y, además, en algunos puntos, eran lo suficientemente bajas como para que fuesen escaladas por las tropas enemigas de noche. En un primer ataque, Zumalacárregui logró entrar en el interior de la ciudad y llegar hasta la calle Herrería tomando algunas casas. Sin embargo, la proximidad de las tropas isabelinas y la resistencia de las Milicias Urbanas fieles a la reina hicieron que los carlistas reculasen y saliesen huyendo. A partir de entonces comenzaría un largo asedio a la ciudad que la convertiría en un auténtico fortín militar.

La Legión Auxiliar Británica

Viendo que la guerra se alargaba, la regente María Cristina, que estaba al cargo mientras Isabel II era menor de edad, solicitó ayuda extranjera. Acudieron en su ayuda tropas francesas, portuguesas y de otras zonas de España. Pero las que cobraron un verdadero y desafortunado protagonismo fueron sin duda los ingleses. Conocemos su historia gracias a una inmensa cantidad de cartas, memorias, diarios y libros que fueron publicados con sus testimonios cuando llegaron a Inglaterra y en los que nos narran el verdadero infierno que vivieron en la ciudad. La Legión Auxiliar Británica fue reclutada en la lejana Inglaterra por el General Álava, que había sido nombrado embajador de España en Londres. Allí solicitó ayuda al Duque de Wellington para formar un ejército que fuese a combatir a España, formado en algunas ocasiones por veteranos de la Guerra de la Independencia que ya habían combatido en la Batalla de Vitoria unos años antes. Pero la mayoría de los voluntarios carecían de formación militar alguna.

La ciudad de la muerte

En cuanto llegaron a Vitoria, estas tropas auxiliares británicas dieron con sus huesos en los húmedos y fríos conventos de la ciudad, especialmente el de San Francisco y el de Santo Domingo, cuyos frailes habían sido expulsados por sediciosos y carlistas. Estos cientos de soldados se encontraron con una ciudad ya ocupada por otros ejércitos, y por lo tanto se tuvieron que hacinar en los peores sitios. En los suelos de los conventos medievales, sin ventanas, dormían apelotonados sobre paja húmeda. Hacían hogueras con lo que buenamente encontraban, destruyendo para ello retablos, vigas, árboles de las calles… Todo lo que pudieran encontrar para paliar el intenso frío que se vivía en Álava en aquel invierno de 1835, en el que no paró de nevar y fue uno de los más gélidos que se recordaban. Además del frío y la humedad, la Legión Auxiliar Británica tuvo que hacer frente al hambre, puesto que los recursos ingleses escaseaban, enseguida se quedaron sin paga, y no lograban la ayuda de unos vecinos que tenían las casas ocupadas por oficiales que llegaban borrachos a las tantas de la madrugada, que en muchas ocasiones les maltrataban, y que consumían su comida y su leña.

El ajusticiamiento de José de Elosegi

Las tropas inglesas estaban muriendo sin entrar en combate debido a la mala gestión de los oficiales británicos, pero enseguida buscaron un chivo expiatorio para culparle de todos los males que sufrían entre sus filas. La ocasión se volvió propicia el día 22 de marzo de 1836. Ese día se logró interceptar una carta de un oficial inglés que había desertado de Vitoria y se había pasado al bando carlista, donde al menos le daban de comer. En esa carta le recomendaba a un sobrino suyo que todavía estaba acuartelado en la ciudad que hiciera lo mismo y le ofrecía el nombre de una persona que le podía ayudar a salir de las murallas: José de Elósegui.

El fusilamiento de txapelgorris

Tras la ejecución de José de Elosegui lo que quedaba de la Legión Auxiliar Británica regresó a su hogar sin haber entrado en batalla, pero con las filas diezmadas. Aun así, las guerras continuaron, teniendo como protagonistas a tropas como los txapelgorris. Conocidos por llevar boina roja, estos soldados voluntarios del bando isabelino eran de diversa procedencia: italianos, franceses, doscientos aragoneses y, por supuesto, alaveses firmemente convencidos de las ideas liberales.

El fin de las guerras carlistas

Las guerras carlistas fueron un despropósito que no trajeron más que dolor, hambre, enfermedades, muertes violentas e injustas, violaciones, destrucciones, robos… Murieron más soldados a manos de sus propios oficiales que a manos del enemigo, y más civiles por las represalias y saqueos que por la guerra en sí, a lo que hay que sumar las muertes indirectas de un buen puñado de vecinos que tuvieron que compartir sus escasos bienes con unos militares con pocos escrúpulos. La primera guerra carlista duró siete años de penuria que sólo vería su fin tras el famoso Abrazo de Vergara del general liberal Espartero y el carlista Maroto. Llegaron a un acuerdo según el cual los soldados carlistas se reintegrarían en el ejército liberal. Todo para quedar en tablas. Aun así, los conflictos con los carlistas durarían todo el siglo XIX, generando rebrotes de las guerras carlistas en las décadas de los cuarenta y los setenta, además de varios alzamientos por parte de generales partidarios de Don Carlos.

La destrucción de la guerra

Estas guerras civiles del siglo XIX no sólo se llevaron infinidad de vidas por delante, sino que también son las causantes de la pérdida de gran parte del patrimonio alavés.