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Opinión

La Columna de José Félix Azurmendi (14.03.2015)

JFA

El affaire de Jonan Fernández en la prisión cántabra de El Dueso y lo qué habría que hacer

El affaire de Jonan Fernández en la prisión cántabra de El Dueso

Yo también, cuando vi que Jonan entregaba su carnet –“carnet de identidad he dicho”, se cantaba- pensé que estaba entrando en el Dueso, esa prisión que encerró a medio ejército vasco tras su rendición en las playas de Laredo y Santoña y en la que hubo un montón de fusilados. Luego reconocí la entrada de EiTB de Miramón, luego reconocí a los periodistas de la casa, luego, el txori azul. Un veterano político de este país no lo vio así y se interesó por saber quién había mandado a la puerta de la cárcel del Dueso a los periodistas para recoger el desenlace de la visita de Jonan Fernández con Rafa Díez.

En una ocasión, un preso de Nanclares mostró su interés por hablar conmigo y me pidió a través de un sacerdote que le visitara. Me había oído algo en Radio Euskadi que quería aclarar, algo con lo que no estaba de acuerdo. Le pregunté al intermediario si cabía alguna posibilidad de que nuestra conversación fuera privada y libre, y me dijo que no, que se grababa todo. En ese caso, que ya suponía, le dije que lo sentía pero que no aceptaba hablar sin libertad, al menos a sabiendas.

Jonan Fernández, al que le sigo concediendo la mejor intención en lo que hace aunque a veces no le entienda, sabía bien que su encuentro con el recluso no era libre y que no se le puede pedir a un preso que dé su opinión sabiendo que lo que diga se puede usar en su contra. Uno de los inconvenientes mayores para entender que el MLNV o lo que de él quede no pueda hacer la autocrítica que se le exige es, seguramente, que algunas de las explicaciones que podría dar le llevarían ante los tribunales. Sin libertad no hay reconocimiento sincero, sin libertad no se puede esperar verdad. Jonan Fernández, muy versado en estas lides, lo sabe mejor que yo.

¿Qué habría que hacer por tanto? ¿No hacer nada para desatascar el impasse?

Habría que hacer lo mismo que hizo el Gobierno británico con los presos del IRA y de los unionistas, lo que con la actual Administración española se antoja imposible. Reunirlos, visitarlos, fomentar la reflexión, conseguir que las resoluciones sean sinceras para garantizar que sean duraderas. Entre otros, la ministra de Irlanda del Norte Mo Mowlam se entrevistó en el penal de Maze con presos lealistas y, en una segunda visita, con reclusos republicanos, para oír y hacerse oír, con total libertad.

Un preso del IRA con larga condena reconoció entonces que el movimiento republicano había matado a gente inocente, generalmente por accidente o equivocación, y se disculpó por ello. Pero añadió: “no es un consuelo para sus familiares, pero para nosotros fue importante reconocer los errores. Es importante seguir diciendo que hemos hecho daño, que hemos destruido familias... pero, al mismo tiempo, se debe reconocer que nosotros también hemos sufrido y que nuestras pérdidas no son ni más ni menos importantes que las de las familias de la Real Policía del Ulster o de las tropas británicas. El IRA nunca se disculpará por los combatientes que ha matado: los soldados, policías, chivatos y demás gente directamente comprometida en el conflicto”.

¿Cómo se traduce eso en nuestro caso?

Estoy convencido de que los veteranos de ETA saben que mataron gente inocente, como el IRA, por error o por equivocación. Estoy convencido de que han desistido de la lucha armada no sólo porque había terminado sirviendo más al enemigo que a su causa y que podrían reconocer errores estratégicos y horrores terribles. Pero tampoco ellos van a estar dispuestos a disculparse, como el IRA, por “los combatientes que han matado: los soldados, policías, chivatos y demás gente directamente comprometida en el conflicto”.

Hoy y aquí no tienen libertad para hablar de estas cosas. Hoy y aquí no se fían de un Estado de derecho que alarga condenas a sabiendas de que más tarde, mucho más tarde a veces, una sentencia de un Tribunal superior le va a leer la cartilla desde Estrasburgo. Hoy y aquí, que Alberto Plazaola hubiera tomado las de Villadiego poniéndose en el más probable y amenazador de los supuestos, no le debería extrañar a nadie. Hay que esperar a otra coyuntura y otros protagonistas para abordar estas y otras cuestiones con más cordura y menos revanchismo. Y ahora que casi todo se observa a través del prisma electoral, me animo a pronosticar que ciertas medidas de la Administración española van a terminar contribuyendo a disminuir la tentación abstencionista del sector de la izquierda abertzale descontento con la estrategia seguida para el abandono de la lucha armada.