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Opinión
La columna de José Félix Azurmendi (06/03/2016)
José Félix Azurmendi
La conmemoración del 3 de marzo de 1976 ha sido este año especial. ¿Y qué ha sido lo más espectacular?
Tx. ¡Vaya semanita, menuda semanita!
Nunca como durante esta última semana ha estado tan presente el pasado, un pasado del que apenas ahora se empieza a hablar con suficiente libertad y verdad. Cuando más evidente parecía que el paisaje social y político había cambiado y una generación nueva a la que se suponía de él liberada se había hecho presente, más evidente se ha hecho la deuda con la verdad de lo sucedido y mal contado. Si alguien creía que la historia, que las historias relacionadas con la violencia empezaban en 1960, lo vivido esta semana le habrá servido para salir de su error.
Se ha podido comprobar en las sesiones parlamentarias de Madrid, en la conmemoración de la masacre del 3 de marzo en Gasteiz, en la salida de la cárcel de Arnaldo Otegi, en la trifulca del Parlamento vasco, en el banquillo de Mallorca, en las declaraciones del arzobispo emérito de Pamplona, el de la foto con un tricornio de gala de la Guardia Civil en la cabeza. Y cámaras y micrófonos han sido testigos y notarios de cuanto sucedía, como nunca antes, en directo, sin velos ni censuras. No ha sido esta una semana más.
Tx. La conmemoración del 3 de marzo de 1976 ha sido este año especial
El relato de un testigo privilegiado de lo que algunos pretenden que pase a la historia como los sucesos de Vitoria me ha parecido especialmente interesante, porque ha recordado el espíritu que animaba las asambleas de los trabajadores que salieron a la calle y fueron luego gaseados, ametrallados, apaleados. “Abandonamos los puestos de trabajo, paralizamos la producción, y establecimos las asambleas-debate-decisión diarias como cimiento de nuestra lucha”, ha contado. Establecieron que nadie era más que nadie en un ejercicio de democracia directa, y esta manera de entender la democracia fue una escuela de formación que puso en crisis sus iniciales concepciones sobre la patronal, las fuerzas armadas, los medios de comunicación y todo el aparato institucional, sobre su carácter clasista y represivo. La salvaje reacción del Régimen, sin precedentes en su descarnada brutalidad, era la mejor prueba de la importancia que asignaba a lo que se estaba madurando en Gasteiz, con los trabajadores por protagonistas exclusivos, sin esa mediación ni reconducción de sindicatos y partidos que facilitó luego la transición tranquila o domesticada, según se mire. Sin ETA también que, a pesar de sus proclamas a favor de los trabajadores, estuvo ausente en el movimiento obrero de entonces y posterior.
No es esto lo más espectacular de lo que ha sucedido esta semana, pero es seguramente lo de más calado, además de lo más ignorado y desconocido, para entrar en claves de aquella Transición.
Tx. ¿Y qué ha sido lo más espectacular?
Lo más espectacular ha sido que, cuando menos se esperaba, Pablo Iglesias haya vertido sobre las bancadas del Parlamento español la cal viva del tiempo de Felipe González. No estaba previsto en sus notas, no entraba en sus cálculos, pero tampoco que el candidato a presidente hiciera una interpretación torticera de sus palabras sobre Otegi, que también el candidato Sánchez echara mano del terrorismo de ETA para hacer política. Como advertencia de que no va a tolerar ese tipo de maniobras, nada mejor, nada más oportuno. Y Sánchez y González y todos los demás parecen haber entendido el mensaje, se han dado prisa a pasar página, a cambiar de tema.
Espectacular ha sido la foto de Arnaldo Otegi subido al estrado frente a la cárcel de Logroño, apoyado en el largo pie del micrófono a modo de makila, a modo de anuncio del que va a ser su rol como altavoz de una izquierda abertzale urgida de cayado y pastor. Espectacular su imagen cruzando un pasillo de ikurriñas camino del tablado montado en la plaza de su pueblo, algo solo visto con anterioridad en los homenajes a militantes fallecidos. Espectacular será lo que hoy se vivirá en Anoeta, y luego les llegará a Arnaldo Otegi y a sus compañeros de dirección lo más difícil, la labor diaria para movilizar a los suyos en el trabajo militante.
Empieza un tiempo nuevo e imprevisible. Con nuevos protagonistas, con nuevos argumentos, con nuevas posibilidades y esperanzas también. Los que decían que la política no interesaba se van a sentir seguramente defraudados.