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Crónica de Euskal Herria

La columna de José Félix Azurmendi (22/04/2017)

80 aniversario del bombardeo de Gernika, el General Sanjurjo y la operación Lezo

  • 8:03 min
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Tx. Entramos en la semana del 80 aniversario del bombardeo de Gernika

JFA. Se cumplen la próxima semana 80 años del bombardeo de Gernika. Se anuncian diversos actos con ese motivo, entre otros, un encuentro de memorias de supervivientes de la villa y de Nagasaki, que evidentemente no pueden ser muchos, y que los organizadores lo han preparado pensando especialmente en los jóvenes. Echo en falta, a pesar de que para esto sí hay sobrados supervivientes y de que se hable tanto de memoria y relato hoy, que se recuerde y se reflexiones sobre el silencio al que fueron obligados los testigos del bombardeo y cómo el miedo, y tal vez la vergüenza, hizo que durante treinta años, sí treinta años, en la calle, en las cuadrillas, y presumo que en la mayoría de hogares de Gernika, no se hablara nunca de lo que pasó.

Vengo oyendo con regularidad que algunos jóvenes dicen que sus amumas les contaban lo que pasó y cómo lo vivieron: debió ser eso a partir de los setenta, porque hasta entonces la mayor parte de padres y abuelos tuvieron buen cuidado en callar y mandar callar para no tener problemas con los vecinos que habían ganado aquella guerra, que también eran guerniqueses, que no eran pocos, eran los beneficiaros del desastre y seguían mandando. Tengo además la sospecha de que es este un tema que quema, porque conduce a denunciar el comportamiento de vecinos muy conocidos, que han pasado a la pequeña historia del pueblo como honorables, cuando no como merecedores de alguna calle que perpetúe su buen nombre.

Me gustaría saber, por ejemplo, cuántos jóvenes saben hoy cuándo y quiénes decidieron nombrar a Franco padre benefactor e hijo adoptivo de la Villa, la segunda vez, a través de personas que todavía viven. Me gustaría conocer si saben quiénes decidieron que había que traducir al castellano las lápidas del cementerio. Si saben por qué quedaron en pie unas casas y edificios, en medio de la destrucción total. Si saben quiénes eran los que daban avales o los negaban, lo que se traducía luego en que siguieras o no en prisión. Quisiera saber si se han preguntado por qué en Gernika no sobrevive ningún testimonio de la destrucción, como en Hiroshima, Berlín y otros lugares emblemáticos, por qué se destruyó lo que quedó del frontón en pleno centro del pueblo, para luego levantar en su solar un edificio fuera de norma, y de eso todos son testigos.

Tx. La memoria histórica, tan incómoda, también en el caso del general Sanjurjo

JFA. A los restos del reiterado general golpista los sacaron del Monumento a los Caídos de Iruña y se los dieron, ahora se ha conocido, al Ejército español, para que descansaran en Melilla, que es donde tanta gloria ganó. En un acto, sin pompa, “sin banderín ni cornetín”, en una ceremonia íntima que no secreta, explica el comandante general de la plaza. Íntimo debía ser también el presidente de la ciudad autónoma, que también asistió. En un enclave tan particular, tan anómalo, el porcentaje de vecinos que hubieran podido asistir con gusto a ese acto íntimo debe ser altísimo, como altísimo es el número de españoles que siguen pensando que comparar a Franco y su régimen con el de Hitler y Mussolini es una concesión transicional a los perdedores del guerra que no se justifica en la historia. No hace falta ser muy perspicaz para interpretar así los obstáculos de la Administración a la recuperación de cualquier testimonio que pueda avalar el carácter fascista de aquel régimen. No otra explicación tiene que no haya considerado necesario acabar con monumentos que exaltan aquella memoria y que en Italia o Alemania serían inimaginables. El Estado español, en la forma del actual régimen, es sucesor del anterior. Es esta una verdad histórica difícil de rebatir. Y, como tal, y más entre militares, que tienen rancho aparte, es normal que el general Sanjurjo sea un ejemplo normalizado de esta transición que merece estar donde está.

Tx. ¿Y ese nombre tan vasco de Lezo para la operación contra la corrupción?

JFA. Existe en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias lo que se llama el Corralito, que es la parte de la ciudad antigua rodeada de murallas en la que tuvo casa, entre otros personajes ilustres, Gabriel García Márquez. La Guardia Civil española ha puesto el nombre de Lezo -Blas de Lezo y Olabarrieta- a la operación en curso contra la corrupción que debería llevarse por delante todo un partido político, por el nombre de ese almirante tuerto, manco y cojo que defendió heroicamente la ciudad contra el asedio inglés. Y porque hasta Cartagena de Indias había seguido la Benemérita al ex presidente de la Comunidad de Madrid Ignacio González para descubrir sus chanchullos. Seguramente se alojó en el Corralito, un teatro muy apropiado para operaciones oscuras, donde por añadidura están los hoteles más lujosos de la ciudad.

Nosotros tenemos otro Lezo –Urreiztieta Rekalde-, un santurtziarra no menos aventurero y heroico que el pasaitarra almirante, marino de cabotaje, contrabandista por causa patriótica, burlador de cercos enemigos en la guerra, y de guardias civiles y carabineros luego, seguidor de Eli Gallastegi y amigo de Indalecio Prieto, de vida irregular, que se decía, contradictorio, fascinante. En su caso, Lezo no era apellido sino nombre. Debió ser cosa de su padre, que era también marino.