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Crónica de Euskal Herria
José Félix Azurmendi nos relata su crónica de Euskal Herria
José Félix Azurmendi analiza la actualidad en su crónica de Euskal Herria
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José Félix Azurmendi
8:00 min
Tx. Una semana más, una vez más, juicios y tribunales en candelero
JFA. Hay semanas en las que hay que hacer un esfuerzo para no ahogarse en noticias coyunturales a la hora de intentar un resumen de lo acontecido. Están teniendo a mi juicio los tribunales, sus escenografías y actores un protagonismo exagerado que no ayuda a entrar en el fondo de las cuestiones, en lo permanente, en lo que de verdad debería contar.
Hay un bienintencionado programa de fin de semana en una emisora española, que hace tertulia con un selecto elenco de la alta progresía mediático judicial con asiento en Barcelona. En la víspera del 8 de marzo, uno de ellos les invitó a reunirse, hablar y comer en su domicilio. A propósito del Procés, de la tumba de Franco, de los jóvenes de Altsasu, alguien propuso un asunto inquietante: ¿qué es más importante, la legalidad o la justicia? No hubo ni respuestas ni comentarios, se pasó raudo al siguiente plato. Todos parecían estar de acuerdo en que el tema catalán terminaría en Estrasburgo, pero se tranquilizaron al recordar que allí solo se puede juzgar si en el proceso se violaron o no los derechos de los procesados, sin entrar en el fondo de la cuestión: es decir, en si los dirigentes soberanistas mantuvieron posiciones justas, aunque no fueran legales, al defender la causa por la que fueron elegidos. Progresistas al fin y al cabo, parecieron aliviados con que la Audiencia Nacional hubiera fallado que lo de Alsasua no fue terrorismo, aunque la magnitud de las penas no les mereció comentario. Finalmente se acogen todos sin disidencias a la tesis de Puigdemont cobarde y otros lugares compartibles por la progresía catalanoespañola. “Hay flan casero de postre, ¿quién se apunta?”, pregunta el anfitrión, y se cierra así la tertulia.
Tx. ¿Qué otros asuntos de calado has observado esta semana?
JFA. Lo de Navarra, sus sumas y restas, también se presta a una reflexión más allá de la coyuntura. Ponía Manuel Irujo en boca del carnicero de Peralta una declaración que no les vendría mal a los seguidores de UPN en esta encrucijada en la que se encuentran. Decía el Carnicero de Peralta citado por don Manuel: “soy navarro de nación/, español si me conviene/, y si me quitan los Fueros/, francés el año que viene”. ¿Habría que pensar que en UPN, el partido fundado por Jesús Aizpún definiéndose como navarrista y foralista, son españoles porque les conviene cuando firman la alianza con un Ciudadanos que ha hecho cuestión de la supresión de los derechos forales? La dirección de UPN ha explicado que la alianza con Ciudadanos y el Partido Popular de Casado, renunciando a sus siglas y adoptando la denominación común de Navarra Suma, persigue no perder ni un solo voto, un riesgo que corría el centroderecha constitucionalista ante la fragmentación que sufría su oferta electoral, lo que no deja de ser el reconocimiento de que temían que solos no les fuera a ir muy bien y de que lo importante es una vez más la unidad de España. PSN, que a menudo ha compartido con UPN la interpretación de la defensa de Navarra frente a la amenaza de lo vasco, le ha acusado en esta ocasión, a través de su secretaria general María Chivite, de vender la foralidad y el autogobierno, y Esparza le ha respondido, recordando manifestaciones de Susana Díaz, Iceta, Ximo Puig y demás, que los socialistas no son quiénes para dar lecciones de autogobierno a UPN.
Nafarroa, un pequeño territorio del actual Reino de España, ha venido siendo manejada por socialistas y populares como cuestión de Estado. Lo que en ningún lugar de España era siquiera planteable, era aquí muy recomendado invocando la salud de España. Queda por ver si ha cambiado ese planteamiento, a la vista del probable panorama político que se anuncia para todo el Estado; queda por ver si los nuevos dirigentes socialistas son capaces de pasar de las palabras a los hechos. Sería esta una decisión nada coyuntural.
Tx. Tampoco se puede pasar por alto la dimisión del consejero Darpón
JFA. Y también se trata de un asunto estructural, en la medida que plantea problemas estructurales en el funcionariado, problemas enquistados a los que hay que dar respuesta, y no solo en Osakidetza. Ha sido Joseba Egibar el que mejor ha resumido la cuestión al decir que el consejero Darpón era “arduradun baina ez errudun”, es decir, responsable pero no culpable. Lo que alguien que conoce el departamento por dentro ha llegado a calificar de mafias corporativas viene de lejos, es un problema enquistado. Existen intereses clientelares cocinados con los años, y también algo tan natural que no aceptable como que los jefes de departamento, en este y en otros escenarios, desean que sigan los que llevan años compartiendo el equipo y conocen su cometido. Nadie ha cuestionado ni la honorabilidad personal ni la competencia profesional del afectado, pero sí la manera como ha gestionado su política informativa, la manera como explicó y se explicó. Queda pendiente el remedio a una manera de hacer las cosas que no son aceptables, que habría que empezar por explicarlas con claridad y trasparencia.