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JOSÉ FÉLIX AZURMENDI
Crónica de Euskal Herria, 21 de noviembre
José Féliz Azurmendi analiza cada semana en Crónica de Euskal Herria la actualidad. En su sabatina, resume los acontecimientos que han marcado la semana.
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José Félix Azurmendi
9:01 min
No es fácil adivinar qué se recordará en el futuro de esta semana de este noviembre que entra ya en su recta final y que tiene todo el aspecto de ser de transición y espera. Espera de unas vacunas para inmunizar a la mayoría de la población del coronavirus, algo que parece ya más que una esperanza, a la vista de la prisa que se están dando las casas comercializadoras a venderlas. Espera de unos Presupuestos que palíen el desastre económico que la pandemia ha agudizado de manera extrema. Espera de una Ley de Educación que lleva el nombre de una ministra vasca que se presenta como su mayor virtud que es mejor que la anterior y que entre nosotros se vende como ajena. Y desesperanza para la familia del trabajador enterrado en el vergonzoso vertedero de Zaldibar, que deberá seguir esperando, cada vez con más abatimiento.
Ha sido esta semana también tiempo de aniversarios, homenajes, recuerdos: Ernest Lluch, Santhi Brouard, Josu Muguruza, y también García Juliá, uno de los autores de la matanza de abogados en su despacho de Atocha, sentenciado a 193 años de prisión en 1980, de los que cumplió 14; puesto en libertad condicional en 1991; autorizado a viajar a Latinoamérica por una oferta de trabajo que usó para quedarse; puesto en libertad ahora por la Audiencia de Ciudad Real que le ha reconocido redenciones durante el tiempo que estuvo prófugo. También a otra Justicia se le espera en este tiempo que empieza a oler a fin de año, que esperamos se recuerde como de transición a un tiempo mejor, sin compromisos de pasado, sin recuerdos dolorosos que lo hipotequen.
Se ha presentado como uno de los aspectos de la nueva Ley de Educación, la Ley Celaá que se aprobó el jueves en el Congreso de Diputados, la eliminación del castellano como lengua vehicular y muchos habremos sido los que preguntábamos de qué iba esto. Según la Real Academia Española, lengua vehicular es la usada habitualmente por la comunidad educativa en sus relaciones, cuando existen diferentes lenguas maternas entre sus miembros. O sea, lo de vehicular se refiere a la que se usa para enseñar a los alumnos y para comunicarse dentro de la comunidad educativa.
Los políticos vascos siempre han sido tenidos por excelentes dominadores de la lengua castellana, especialmente a la hora de parlamentar en las tribunas centralistas, en la misma medida en que a los políticos catalanes se les reconocían carencias, y a los gallegos y hasta a los andaluces un acento y una dicción que dejaba mucho que desear. Recientemente, a la portavoz del Gobierno incluso le han recriminado desde la derecha por su habla andaluza. Quien dice de los políticos se puede decir de los profesores, de los actores y actrices, de los y las presentadoras de televisión, etc, etc. Esto, lo único que quiere decir es que en Euskadi la lengua vehicular es el castellano, lo que no sucede en Catalunya y podría no suceder en Galiza si hubiera allí más conciencia nacional. Sin entrar en mayores explicaciones, que las hay e inapelables, baste recordar la diferente generalización de la otra lengua en cada una de las comunidades, que tiene que ver con muchas circunstancias naturales y generadas, pero que se pueden resumir en la común raíz de todas ellas, salvo en el caso del euskara. Siempre es buen momento para hablar de estas cosas, pero muy especialmente en estos días de Euskaraldia, esa invitación a cambiar costumbres sociales y generalizar el uso de nuestra lengua exclusiva, conviviendo difícilmente con otras dos tan poderosas como el castellano y el francés.
De todas maneras, no estoy seguro de que sea el temor a que el castellano desaparezca como lengua vehicular lo que explica la manera exaltada como las derechas han reaccionado a la abolición de la Ley Wert. Está por medio la concertación, las reglas que deberán regir en los acuerdos de la Administración con entidades privadas de Enseñanza, que favorecen la discriminación, que benefician a los que pueden pagar lo que otros no pueden. A mi juicio esto es lo más importante en una sociedad clasista como la española y de grandes diferencias sociales. En Euskadi, este asunto está mediatizado y matizado por el movimiento de ikastolas, a caballo entre lo público y lo privado y más transversal que otras redes. Hay aquí mucho de qué debatir también entre nosotros, la ocasión la pintan calva.
Para terminar, un par de apuntes que tienen que ver con esta profesión nuestra que nos invita a seguir a los medios de comunicación con esa lógica extraña de fijarnos especialmente en aquellos de los que esperamos miradas diferentes a las propias. En eso andaba, cuando oí decir a uno de los locutores “se me ha ido el ordenador”, y luego enmudecer. Durante un tiempo, de transición se suponía, los periodistas mantuvieron el papel por si el ordenador fallaba, pero eso se acabó, aunque de vez en cuando este nos abandone. Siguiendo con los medios y nuestras cosas, leí ayer con asombro que un señor de Asturias con mucho dinero se ofrecía a comprar el Grupo Prisa por doscientos millones de euros, algo que de momento no se va a producir pero que pone en evidencia la fragilidad y la dependencia de los medios, incluso la de los más consolidados. No pude menos de recordar los tiempos en los que Polanco y Cebrián condicionaban tanto en la nueva política y sociedad españolas.
Hace unos días, Radio Euskadi entrevistó al lehendakari Ardanza y a nadie en Euskadi debieron sorprender sus respuestas. Pero en los medios que todavía tienen abiertos sus espacios para los comentarios, incluso cuando la información solo lo esté parcialmente, le pusieron luego a caldo, hasta llegar a la ofensa personal: no son tiempos estos para salirse de la versión oficial, que no es lo mismo que la verdad, ni siquiera oficial.