la columna jaionica
La Columna Jaiónica
Tiempo de parranda
I.I
Jaione Sanz firma esta columna canalla y descarada, una mirada desenfadada a la vida. Hoy rasca en las fiestas populares para descubrir qué hay más allá de las verbenas, el alcohol y las barracas.
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JAIONE SANZ
6:40 min
En verano, al cuerpo le entran ganas de juerga. Llegan las bodas, los ciclos musicales, el terraceo hasta la madrugada, los besuqueos en el parque y, por encima de todo, las fiestas populares. La jarana costumbrista recorre barrios, ciudades y pueblos contagiando a la muchedumbre de una alegría casi pueril. Da igual que te queden diez euros en la cuenta ahorro, haya vuelto el lumbago o estés a punto de perder el trabajo. El reloj marca el inicio oficial de la parranda y las desgracias se dispersan entre los brazos de la pólvora. Lo único que cuenta a partir de ese momento es pasarlo bien. En las fiestas populares no existen los cascarrabias y, si los hay, están obligados a aparentar entusiasmo. O se quedan en casa.
A mí me cuesta poner el piloto automático del regocijo solo por mandato del calendario, pero he encontrado mucho placer como espectadora de fiestas populares. Es maravilloso ver tantísimas personas haciendo todos los años lo mismo en las mismas fechas con idéntico alborozo. Ahí van, agarrados de los hombros, brinco va brinco viene, cantando una vez más "si te ha pillao la vaca, jódete, jódete" con el éxtasis de las fans de Rosalía.
Las fiestas populares dan tregua a la monotonía de la vida cotidiana introduciendo sus propias rutinas. Son lugar seguro en el que desparramar. Una paradoja exquisita.