La infancia, doblemente golpeada

EIDER GARAIKOETXEA O. - EITB MEDIA

67 menores fueron atendidos en 2020 en el servicio residencial Urrats, el recurso que desde 2008 tiene la Diputación Foral de Gipuzkoa para mujeres y menores a su cargo, víctimas todas ellas de violencia machista. En los primeros nueve meses de 2021, han sido 61.

Son datos referidos a un solo territorio, el guipuzcoano, y hablamos en todo caso de víctimas que han entrado en el sistema de protección (es de sobra conocido que muchos casos quedan silentes, invisibles). Se trata de números que no reflejan las vidas, los cuerpos, las historias surcadas por la violencia; quizás sirven para cuantificar, en parte, la dimensión de esta lacra, aunque se quedan cortos para cualificarla.

Acudimos a la directora del centro de acogida Urrats, Vanesa Paz Otero (San Sebastián, 1979), para dar voz a esas víctimas, para conocer, de primera mano, cómo se trabaja con ellas, cuáles sus miedos y dificultades, sus retrocesos, pero también sus avances.

“Los efectos de la violencia, directa o indirecta, que sufren estos menores arrasan con cualquier forma de relación interpersonal saludable”, explica Vanesa Paz. En palabras de la directora de Urrats, estas víctimas “interiorizan un modelo de relación basado en el poder y desigualdad” y la violencia deja de ser un “incidente puntual” para convertirse en “un modelo y una forma de relación que se mantiene en el espacio y tiempo”.

Cuando una mujer y sus hijas/hijos entran en el sistema de protección guipuzcoano, se les deriva al centro acogida inmediata o de corta estancia (de dos meses máximo, aunque suele rondar poco más de 30 días). Se trata de un servicio de urgencia, abierto todos los días del año durante 24 horas. Desde allí, se estudia el caso y se decide el recurso más adecuado: está el centro de acogida de media o larga estancia (con una permanencia media de 4-5 meses), en el que se brida una “intervención especializada integral”, y los pisos denominados “de autonomía”, que permiten continuar “con el proceso de empoderamiento iniciado”.

“A veces las estancias se alargan más de lo deseado, no ya por el proceso emocional de las víctimas, sino por la imposibilidad o dificultad de hallarles una vivienda de alquiler”, reconoce la directora de Urrats.

Las víctimas menores, a primer plano

Hasta 2015, las personas menores expuestas a violencia machista no eran consideradas víctimas directas. La Ley de la Infancia y la Adolescencia de aquel año incorporó a hijos e hijas al entender que, aun no habiendo recibido maltrato directo, el solo hecho de presenciarlo las convertía en víctimas.

Además, no en pocas ocasiones, el agresor machista centra su violencia en las niñas y los niños como instrumento para dañar aún más a la pareja. Es lo que se conoce como violencia vicaria. En Hego Euskal Herria, cuatro menores han sido asesinados por hombres machistas desde 2010: ese año, Aicha, una niña de 18 meses, fue ahogada por su padre en Zarautz; un año después, Julen un adolescente de 13 años moría apuñalado por su progenitor en San Sebastián. En 2013, Yaiza, de tres años, fue lanzada escaleras abajo por su padrastro en Barakaldo, y en 2016, un hombre mató a Alicia, una bebé de 17 meses en Vitoria-Gasteiz, tras haber agredido también a su madre

En el Estado español, y desde 2013 — año desde el que se registran datos — 44 menores han sido asesinados por violencia vicaria. De hecho, no ha habido un solo año sin la muerte de al menos un niño o una niña.

Los asesinatos de niños son la expresión más brutal, la punta del iceberg, de la violencia machista sufrida por menores.

“Las niñas y los niños son especialmente vulnerables por su doble condición de menores de edad y víctimas de violencia de género”

La consideración y protección de esas víctimas es, por tanto, uno de los ejes de actuación de las políticas públicas. En Urrats, “la atención a las necesidades de las niñas y niños que han residido en los recursos a lo largo de estos 13 años siempre ha estado presente, inicialmente de manera más indirecta a través de la madre, y posterior, tras el avance y actualización de legislación, ha sido posible una intervención de manera más directa”, nos cuenta su directora.

En opinión de la experta, “el planteamiento centrado únicamente en la madre invisibiliza y deja en un segundo plano las secuelas que presentan los niños y las niñas expuestos a violencia de género, por lo que se hace necesario adoptar medidas integrales y directas que protejan a estos sujetos particularmente vulnerables por su doble condición de menores de edad, y de víctimas de violencia de género”.

El servicio Urrats, gestionado por Suspergintza-Interveción Social (fundación EDE), cuenta con un total de 22 profesionales en plantilla, entre las que hay psicólogas, trabajadoras y educadoras sociales. Cada víctima es atendida por un equipo formado por tres expertas de esos ámbitos y una trabajadora social de referencia que actúa en nombre de la Diputación Foral de Gipuzkoa.

“En el caso de las y los menores de edad, a ese equipo se le suman las figuras de una psicóloga y una educadora social que intervienen de una manera más especializada”, añade.

“Muchos niños tienen conductas agresivas, incluso hacia sus madres”

Aunque cada caso es diferente, y requiere de una atención individualizada, desde Urrats perciben ciertos patrones comunes en estas víctimas menores. “Muchas presentan dificultades en el lenguaje y en el seguimiento académico. En algunos menores se observan conductas agresivas (…) tienen explosiones de ira o conductas desafiantes”, nos cuenta la directora del centro. La violencia es algo habitual en su corta vida, es una conducta normalizada que, en ocasiones, reproducen contras sus iguales o contra sus madres.

También presentan malestar emocional. “Se muestran tristes, se aíslan, sufren de estrés, y en ocasiones revelan temor hacia el progenitor o padecen ansiedad ante una separación”, describe.

Desde Urrats se abordan todos esos síntomas tanto desde el área psicológica como desde la perspectiva educativa, e inciden en la modalidad grupal. “Una vez por semana la psicóloga o educadora realiza una sesión en grupo. Mediante el juego, y utilizando lo simbólico, se trabajan diversos aspectos”, explica Vanesa Paz.

El grupo se convierte, además, en un canal de expresión para estos menores, y les ayuda a “interiorizar lo vivido y a buscar soluciones alternativas a situaciones problemáticas”.

La edad de las víctimas es fundamental para decidir cómo trabajar. La gran mayoría de víctimas menores acogidas en Urrats —entre un 60-70 %— tenía menos de seis años, y entorno a un tercio entre 7-12 años. Las adolescentes atendidas no han llegado a la decena, aunque este año se ha observado un incremento en este rango de edad:

2020

Recurso Niñas Niños Total
Urrats 26 41 67

2020

Recurso 0-6 años 7-12 años 13-18 años
Urrats 49 15 3

2021 (Enero-Septiembre)

Recurso Niñas Niños Total
Urrats 21 40 61

2021 (Enero-Septiembre)

Centro 0-6 años 7-12 años 13-18 años
Urrats 36 18 7

Se trata de crear un “espacio cálido y seguro” que posibilite una confianza básica. A partir de ahí, se cultivan cuestiones como “reforzar los recursos del niño o de la niña para que pueda resguardarse al máximo del entorno violento”, o “situar la violencia fuera de ella o él, es decir, desculpabilizarlo”. Además, les capacitan “en una actitud crítica ante el sexismo existente en la sociedad, potenciando conductas y comportamientos no sexistas”. Asimismo, fomentan su autoestima y empoderamiento.

Hay otro eje a trabajar: la relación hija/hijo-madre. Según nos explica la responsable del centro de acogida, “las mujeres llegan a nuestro centro con la salud emocional muy tocada, vienen tan rotas… Tienen las habilidades muy dañadas por lo que nos centramos en reforzar esas capacidades, en demostrarles que sí pueden, que pueden hacerse cargo de sí mismas y de sus hijos/hijas”.

“Además, en otros casos, los propios menores han visto anulada la capacidad de autoridad materna, por lo que también se trabaja eso”, asegura.

La reconstrucción de ese vínculo “requiere de tiempo y cuidado”, según precisa la directora del centro de acogida de Gipuzkoa, pero “resulta fundamental de cara a establecer una relación cercana y de confianza”.

En palabras de Vanesa Paz, estas residencias de acogida ofrecen “un entorno seguro” para las familias víctimas de violencia machista, aunque no se puede obviar que no son “un entorno natural” para ninguna de ellas. Están lejos de sus casas, rodeadas de personas que hasta entonces les eran extrañas, y en muchos casos, “se produce un paréntesis en sus rutinas diarias como acudir al colegio, actividades extraescolares, ocio con sus amigas o amigos…”. Por tanto, el objetivo de Urrats es siempre “conseguir lo antes posible que estas niñas y niños retornen a un entorno más normalizado”.

“Nuestros centros son un inicio, tratamos de sentar las bases para que las mujeres víctimas recuperen su propia autonomía, para que se deconstruyan y se libren de todas esas culpabilidades adquiridas. La reparación no se hace en un mes, ni tan siquiera en un año… Con los menores ese trabajo es de otra manera. En general, son más resilientes. No siempre presentan daños, cada caso es diferente, y así debe ser tratado”, concluye la directora de Urrats.