“Saldremos cambiados de esta pandemia”. Este mantra lleva repitiéndose casi un año. Y muchas veces esa frase hueca llega acompañada de otros símbolos y lemas vacíos, arcoíris y mensajes empapados en capitalismo emocional como aquel que reza que toda crisis es, en realidad, una oportunidad. Claro que las crisis pueden ser una oportunidad, pero no necesariamente para mejorar; pueden ser y, de hecho, son una oportunidad –un riesgo, una condena– seguir cayendo e incluso para tocar fondo. Lo puede ver cualquiera que no esté cegado por los arcoíris.

Por lo visto hasta ahora, la pandemia ha cambiado todo a peor; ha muerto gente, para empezar, y también ha desafiado los carcomidos y frecuentemente desamparados cimientos de eso que llamábamos estado de bienestar. La covid-19 ha golpeado con fuerza tanto a los creadores como a quienes los nutren de vías para mostrar su trabajo; a saber, museos, librerías, salas de conciertos y cines, entre otros. Todos estos espacios han cambiado su forma de llevar a cabo su labor; y no ha sido para mejor. El número de clientes y usuarios se ha visto mermado notablemente, en algunos casos hasta la desaparición, por lo que han tenido que cambiar su funcionamiento para sobrevivir.

Foto: Bilbao Bizkaia Museoak (Museo Vasco)

Números

Itziar Martija, técnica del Servicio de Educación de Bilbao Bizkaia Museoak, ha constatado que el número de visitantes al Museo Vasco, al Museo de Reproducciones de Bilbao y al Yacimiento de la Plaza Corazón de María ha bajado “considerablemente” desde marzo.

“Los tres equipamientos se abrieron al público el pasado 3 de junio, y, desde entonces, el aforo ha estado muy restringido”, afirma Martija. “Y no hay que olvidar que en el Museo Vasco apenas hemos recibido turistas, que, sobre todo durante los meses de verano, suponen una gran parte de nuestro público”.

El espacio Katakrak de Pamplona, que aúna librería, editorial, cantina y una sala para presentaciones y coloquios, también ha sentido directamente el golpe de la COVID-19. Hedoi Etxarte nos explica desde ese centro que “hemos reducido mucho el grupo de trabajadores y trabajadoras. Nuestro proyecto tiene una rama de hostelería que se ha visto muy mermada. Y en la librería también ha habido cambios en el equipo de trabajo: todos los trabajadores y trabajadoras estamos en un expediente de regulación”.

Pese a todo, hay pequeños rayos de esperanza en el espacio pamplonés, prendidos desde la solidaridad popular: “Pusimos en marcha una campaña de socios, y ahora tenemos más de 350, que nos resultan imprescindibles”, nos precisa Etxarte.

Foto: Katakrak

Cambio de perfil

La pandemia ha cambiado, además de su número, el perfil de los visitantes a los espacios culturales. Según Itziar Martija, “antes de la pandemia, cada uno de nuestros museos recibía más de 200 grupos al año, pero en 2020 no nos hemos acercado ni de lejos a esos números”.

“Hasta ahora, nuestra fuerza residía en los programas educativos, sobre todo los dirigidos a escuelas, y, en el caso del Museo Vasco, la temporada de verano, especialmente durante la Aste Nagusia, con la exposición de Gigantes. Este año, aunque la exposición ha estado en el museo y mucha gente la ha visitado, las cifras han sido mucho menores que en años anteriores”, ha añadido.

Y más allá de cifras, los cambios también han sido cualitativos. Etxarte relata que el perfil de los lectores y lectoras ha cambiado: “Gente que ya leía ahora lee más, y hay gente que no leía y ha empezado a leer. La foto general de la sociedad es muy negra. Pero en lo que respecta a los libros, no es tan mala como durante la crisis de 2006-2008. Todas las áreas temáticas se han reforzado, y, como es lógico, algo más el ensayo; sobre todo los que tratan el calentamiento global, las pandemias y la ecología”.

Foto: Katakrak

“La cultura es segura”

De cara al futuro, Martija aboga desde Bilbao Bizkaia Museoak por apoyarse en las herramientas que nos aportan la creatividad y las ciencias para entender mejor el mundo: “Diría a la ciudadanía que la cultura es segura. En los dos museos y en el yacimiento se cumplen al pie de la letra todas las medidas de higiene y seguridad para hacer frente a la pandemia”.

“Centrándome en el Museo Vasco, animaría a la gente a acercarse a él, porque creemos que este museo en especial ofrece una oportunidad extraordinaria para reflexionar sobre nosotros y nosotras mismas, sobre nuestro pasado: cómo somos, por qué somos así y qué nos ha traído hasta aquí. Y pensar sobre todo eso nos parece importante para afrontar nuestro futuro; más, si cabe, en esta época”, añade Martija.

Foto: Kultura Live (Gari, en la sala Beikozini. Ondarroa)

Cine

La vida real es muy diferente a la de las malas películas, y los cines están siendo testigos de ello. A falta de un superhéroe o una superheroína como los de las películas que los salve en el último minuto, las salas de cine están en muchos casos cerca de la asfixia, según datos facilitados por la Asociación de Salas de Cine de Euskadi, EZAE.

Esos números indican que el año pasado el número de clientes bajó un 66 % en los cines de Hegoalde, lo que generó, obviamente, un acusado descenso en la recaudación. En 2019, los cines facturaron 28,4 millones de euros; el año pasado, 9,6.

Ante ello, los dueños de salas de cine solicitan ayudas directas al sector, ya que la reducción de horarios hábiles y la imposibilidad de mantener abiertos los bares “han situado a muchas salas en una situación crítica, y varias de ellas ya han cerrado”.

Foto: EZAE (Cines Antiguo Berri, San Sebastián)

Música en directo

Otro de los pilares de nuestra educación cultural, también en plena convulsión, es la música en directo, noqueado ahora por la fuerza centrífuga de esta pandemia. Arkaitz Villar, coordinador de Kultura Live y trabajador de Musika Bulegoa, califica la situación de las salas de conciertos de Euskal Herria como “extrema”.

Si la angustia se pudiera expresar en números, su enunciado sería algo así: “Un concierto comienza a ser económicamente sostenible a partir del 80 % de entradas vendidas. Hoy en día, para poder cumplir las normas de seguridad, estamos organizando los conciertos con un 30 % de aforo”. Es decir, es imposible organizar un concierto en una sala privada sin subvenciones públicas.

Pero, además de esa dura y necesaria pelea por la supervivencia, el sector también está preocupado por su futuro: “Nuestro principal objetivo es, sobre todo, defender a largo plazo el circuito de salas de conciertos. Son estos espacios los que acercan al público grupos conocidos y los que abren camino a los grupos que comienzan. Impulsan los valores humanos, culturales y económicos de los barrios, pueblos y ciudades de los que forman parte, y son imprescindibles en nuestro ecosistema cultural. Además de ayudas inmediatas, necesitamos apoyo orientado al futuro”, afirma Villar.

En ese sentido, Kultura Live lucha por que las salas de conciertos sean consideradas “actividad cultural”. “Debemos ser considerados así”, según Villar, “y, por tanto, es necesario un plan para proteger estos espacios”.

Como vemos, diferentes agentes luchan en un panorama gris y cambiante por hacer llegar la cultura a los ciudadanos y ciudadanas, por poner, a pesar de todo, a nuestro alcance herramientas mediante las que conocernos mejor y conocer mejor el mundo que nos rodea. Podría ser una manera de comenzar a cambiar, esta vez sí, a mejor.

Foto: HellDorado