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Escrito en el aire

'Errekaleor o Auzolana son ejemplos de buen hacer colectivo'

JUAN IBARRONDO

El escritor Juan Ibarrondo reflexiona en su escrito en el aire sobre las iniciativas relacionadas con la autogestión: es el caso del barrio ocupado de Errekaleor o el frontón Auzolana del Casco Viejo.

  • 2:50 min
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Hoy en día, estamos tan acostumbrados a que otros tomen las decisiones por nosotros que el gran sueño de cualquiera  es trabajar de funcionario, que en cierto modo no supone otra cosa que  enajenar nuestras actuaciones y opiniones en beneficio de la institución que nos da de comer. Obviamente, esto es algo muy comprensible vista la precariedad laboral creciente fuera del empleo público.

Sin embargo, una sociedad compuesta exclusivamente de funcionarios y usuarios de servicios (o de trabajadores y directivos) incapaces de articularse para llevar a cabo tareas colectivas o consensuar decisiones comunes, es una sociedad en decadencia.

Por el contrario, la utilización ética de las nuevas tecnologías, la necesaria transición energética, la impostergable renovación de la política y de la economía  exige  ciudadanías conscientes, preparadas no sólo en sus habilidades tecnológicas sino también sociales, para ser capaces de afrontar los retos del futuro de manera democrática, participativa y consensuada.

Por eso, son tan importantes para el futuro las experiencias autogestionadas, capaces de salirse de los límites del status quo y plantear nuevas formas de relación social, más allá del mercado insaciable y el estado providencia.

Gasteiz, tiene un rico ecosistema asociativo muy interesante en ese sentido, un tejido de iniciativas autogestionadas a menudo demasiado poco valoradas.

Nos enorgullecemos de ser una ciudad Green y también, poco a poco, comenzamos a darnos cuenta de lo positivo de ser  una ciudad diversa en lo cultural. Sin embargo, la autogestión se sigue viendo con recelo por parte de las instituciones, sobre todo cuando sus propuestas entran en contradicción con ciertas decisiones políticas.

Experiencias como la del barrio ocupado de Errekaleor, o la del frontón Auzolana del Casco Viejo, están en peligro de ser  desalojadas, a pesar de constituir excelentes ejemplos de buen hacer colectivo, ser escuelas de ciudadanía consciente y activa, que no sólo pide y se queja sino que también aporta en su ámbito de vida cotidiana.

En mi opinión, iniciativas como las citadas, lejos de ser perseguidas, deberían ser apoyadas como  patrimonio inmaterial de la ciudad,  de gran valor en cuanto a investigación, desarrollo e innovación en el ámbito de  las relaciones humanas, sociales e interpersonales, algo que ni las universidades ni las administraciones públicas son capaces de conseguir con éxito de momento.

Yo, como muchas otras personas de esta ciudad, he aprendido valores como la solidaridad y el trabajo en equipo  en lugares como el Gaztetxe o Hala Bedi Irratia (y  todavía hoy, ya pintando canas, continúo labrando la tierra en los huertos urbanos autogestionados de Zabalortu).

Por eso, me gustaría que la juventud de hoy, a veces tan injustamente criticada, tuviera la posibilidad de seguir haciéndolo también.