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Análisis

La semilla de Glenncree

Los términos y conceptos reclamados por las personas que han visto sus vidas truncadas por el drama de la violencia se convierten en hitos que no van a poder ser soslayados.

La semilla de Glenncree. Foto: EITB
La semilla de Glenncree
La semilla de Glenncree. Foto: EITB

Iñigo Herce

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La declaración conjunta de un grupo de 25 víctimas de diferentes violencias ha irrumpido con fuerza en la agenda del proceso del final de ETA y tiene visos de convertirse en una referencia ineludible a la hora de abordar la normalización y la convivencia del futuro.

La puesta en escena de hoy es el colofón de un trabajo iniciado hace cinco años en Glenncree, un Centro para la Paz y la Reconciliación ubicado en un monte cercano a Dublín. Auspiciado e impulsado por la Dirección de Víctimas del Gobierno Vasco, en Gleencree tuvo lugar en 2007 el primer encuentro entre víctimas vascas de diferentes grupos terroristas. A lo largo de estos años, este grupo ha ido incorporando a personas que han sufrido otras violencias: víctimas del GAL y víctimas de abusos policiales. Con la mayor discreción y lejos de la presión pública y política, el "grupo de Gleencree" ha trabajado los términos que han terminado un una declaración que constituye un auténtico aldabonazo ético y moral en la conciencia de la clase política y de la propia sociedad vasca.

Su propuesta es al mismo tiempo, un suelo con el mínimo común denominador que comparten personas muy alejadas en lo político, lo que eleva el listón de exigencia a las instituciones y a la propia sociedad ante cualquier intento de sentar las bases de la reconciliación. La propia configuración del grupo, plural e inclusivo, hace que sus propuestas y planteamientos tengan escasas fisuras como para no ser tenidas en cuenta por las instituciones, partidos así como el conjunto de la sociedad.

Los términos y conceptos reclamados por las personas que han visto sus vidas truncadas por el drama de la violencia se convierten en hitos que no van a poder ser soslayados en las diferentes iniciativas que se aborden en los próximos años para cerrar definitivamente el ciclo de la violencia.

El carácter injustificable de la violencia que han sufrido, la asunción de responsabilidades por parte de quienes la han practicado, los gestos de reconocimiento del daño causado, la revisión autocrítica del pasado y la necesidad de establecer una convivencia pacífica más allá de las diferencias ideológicas que existen, se convierten así en las bases de cualquier aspiración que pretenda abrir la etapa post-ETA.

Sin olvidar, claro está, la reclamación de verdad, justicia, memoria, reconocimiento y reparación, conceptos todos ellos que, en boca de quienes han padecido el azote de ETA y de otras violencias cobra todo su sentido y su verdadero significado. Todo un reto.  

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