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'El Armario del Tiempo'

La historia de la marquesa de Montehermoso y el rey José Bonaparte

Viajamos en el tiempo a 1748, a Tolosa concretamente, para conocer la historia de Pilar de Acedo, la Marquesa de Montehermoso, de la mano de Álvaro Arbina.

  • Pilar de Acedo, marquesa de Montehermoso. Foto: Wikipedia

    Pilar de Acedo, marquesa de Montehermoso. Foto: Wikipedia

    13:24 min
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En 'Boulevard Magazine' de Radio Euskadi viajamos en el tiempo para conocer la historia de María Pilar de Acedo y Sarriá, Condesa del Vado y Condesa de Echauz, una aristócrata guipuzcoana nacida en Tolosa el 10 de marzo de 1784. Culta y libertina, casó en 1800 con el alavés Ortuño María de Aguirre y del Corral, diecisiete años mayor que ella, también culto y hacendado.

En octubre de 1807 las tropas de Napoleón entraron en España con el fin de preparar supuestamente la campaña de Portugal al amparo del Tratado de Fontainebleau, en el que se había acordado repartir Portugal entre Francia y España por haber ignorado las órdenes francesas de cerrar todos los puertos europeos a la flota británica. El Motín de Aranjuez, que tuvo lugar el 17 y 18 de marzo de 1808, apartó del poder a Manuel Godoy, primer ministro de Carlos IV, y favorito de la reina María Luisa de Parma. El rey Carlos IV pidió ayuda a Napoleón quien, en una reunión celebrada en Bayona, le obligó a abdicar a favor de su hermano José Bonaparte. Las tropas francesas se apoderaron del país, y el 2 de mayo estalló en Madrid un movimiento popular que inició la Guerra de la Independencia.

El 22 de septiembre de 1808 José Bonaparte I llegó a Vitoria y decidió establecer su Corte temporalmente en la ciudad, donde ya existía una importante guarnición militar francesa, ya que consideraba poco seguro Madrid después de la derrota de Bailén. Eligió como residencia el Palacio de Montehermoso, recién restaurado. El inmueble disponía de una estupenda biblioteca y un hermoso jardín, algo extraordinario en la España de aquella época, según testimonio de diplomáticos franceses. Vitoria fue, durante unos meses, la residencia de la corte del rey José I.

El inicio del romance entre el rey y Pilar Acedo tiene sin duda todos los ingredientes románticos y folletinescos. Primeramente, José I se fijó en la niñera que cuidaba precisamente a la hija de Pilar, Amalita, que entonces tenía 7 años. Sintiendo una fuerte atracción sexual, mandó a su criado Cristóbal para que tratara de obtener los favores de la niñera. Nos podemos imaginar la situación: una criada humilde, recibiendo halagos y 200 napoleones de SM. La joven accedió a los deseos del rey y parece ser que todo Vitoria se enteró del lance amoroso, y como no podía ser de otra manera, también se enteró de ello su ama, la marquesa de Montehermoso. Comentado el hecho en alguna de la tertulias vitorianas, nuestra protagonista, manifestando su sorpresa, llegó a decir: 'Que un hombre tan agradable como S.M. no se haya dirigido a personas de rango más elevado...' Pues estaba segura de que en Vitoria había mujeres que se sentirían infinitamente halagadas de ser el objeto de sus atenciones. A José I, que debía ser un hombre apacible y placentero, que gustaba de las mujeres, de los perfumes y de la música, no le pasó desapercibido el comentario y actuó en consecuencia. Un José I que dicen traía aires frescos y renovados a un país arraigado y sombrío que sin duda los necesitaba. A partir de ahí, surgió un romance que duró seis años.

María del Pilar estaba casada, sí, pero podemos hacernos idea de cual era la situación cuando un cronista de la época dijo que su marido, el marqués de Montehermoso, que por cierto la doblaba en edad, “por no enterarse, ya que era hombre muy prudente”, recibió del nuevo monarca “su recíproca discreción”.

Este marido cornudo no es, sin embargo, un personaje ridículo. Don Ortuño Aguirre del Corral, VI marqués de Montehermoso, era un auténtico ilustrado, por educación y por talante. Sabía idiomas, era secretario de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, uno de los instrumentos de modernidad y progreso en España; poseía una gran biblioteca, una colección de antigüedades y monedas y hasta un gabinete de ciencias naturales, por todo lo cual mereció ser visitado por Humboldt cuando el sabio alemán pasó por España.

Como tantos espíritus educados y modernos, fue afrancesado desde el primer día. Don Ortuño formó parte de los diputados que el 19 de mayo de 1808 aprobaron la Constitución de Bayona, la primera constitución española que instauraba la nueva monarquía. Su lealtad a José I le hacía acreedor de los honores que le concedió: la Grandeza de España, el cargo de gentilhombre de cámara y la Orden de España. Sin embargo, siempre quedará la sospecha de que los recibiera por marido consentidor. Lo cierto es que hizo un buen negocio cuando le vendió su palacio, el mejor de la ciudad, al rey Bonaparte por 300.000 reales. “¿Te parece mucho?”, le preguntó José I a un cortesano de confianza, su primer caballerizo, el conde Girardin. “No los vale ni con la marquesa dentro”, respondió éste. Su impertinencia le costó el puesto, el rey le expulsó de España y convirtió el palacio de Montehermoso en su Palacio Real en Vitoria. Mientras María Pilar desempeñaba su papel de favorita real, su esposo se convirtió en un importante cortesano. Cuando José I viajó en 1811 a París para el bautizo del único hijo y heredero de Napoleón, el rey de Roma, don Ortuño le acompañó, pese a que no debía de estar muy bien de salud, puesto que falleció en la capital francesa.

Pilar Acedo, la marquesa de Montehermoso, fue una amante con todas las de la ley. Se paseaba por Madrid en un carro tirado por ocho caballos, con accesorios dorados. Cuando la guerra se fue torciendo para los franceses, la marquesa de Montehermoso, de acuerdo con José I, tomó la decisión de salir de Madrid y se instaló en San Juan de Luz. Una vez en Francia, José I y Pilar ya no se volverían a ver. Napoleón cayó y el exrey se fue a Estados Unidos y Pilar se refugió en su castillo de Carresse, que adquirió previendo que aquel destierro sería tu destino, perseguida por Wellington y Álava por alta traición. Allí, en Carresse, vivió la marquesa hasta su muerte. Y allí fructificó generosamente. La que hasta hoy ha sido interesadamente recordada en Vitoria como una mujer frívola y de dudosos principios, supo defender su patrimonio y hacerlo crecer, convirtiéndose en una de las principales fortunas de Francia que además compartió sus privilegios. Porque la marquesa, ya condesa de Echauz al recuperar su título de doncella cuando le fue arrebatado su marquesado por la Justicia de Vitoria, instauró en su Carresse de adopción la sanidad pública universal, y así, cada mes, ella se hacía cargo de la factura del médico y del farmacéutico del pueblo, pagando cuantas atenciones precisaban aquellas personas que no podían costearse la cura de sus males. Construyó también una escuela para niños y niñas, realizó innumerables mejoras en urbanismo y saneamiento, y todo ello con una condición, recogida en las actas municipales de aquel pequeño pueblo: que nunca se le rindiera ningún tipo de homenaje por ello, que ninguna placa la recordase nunca como la benefactora que fue.