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Historia de Álava

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Brujería en Alava

Los procesos contra la brujería en Alava

Analizamos la actividad de la inquisición en Alava y contamos algunos de los juicios que se dieron en nuestro territorio histórico.

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    24:55 min
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MALDICION

La declaración de María González de Korres

Nos trasladamos hasta Logroño, al año 1611, concretamente a la sede del Santo Oficio de esta localidad. Allí nos encontramos testificando a una mujer alavesa de cuarenta años, María González, procedente de Korres. Se le acusa de brujería, o más bien se autoinculpa, puesto que según se relata en su testimonio, transcrito por el tribunal de la Inquisición, de propia voluntad decidió trasladarse hasta Logroño para dar cuenta de sus actividades como bruja. María González avanza en su relato de los hechos, alegando que, “después que se determinó a confesar su delito y gozar del edicto de gracia, el demonio y los brujos antiguos de su aquelarre la persuadían de que no hiciese ni confesase la verdad ante los inquisidores ni comisarios, y que solo creyese en el, que era dios y les decia la verdad.” Como vemos, María afirmaba hablar cara a cara con el mismísimo diablo.

Mientras estaba diciendo estas palabras frente al inquisidor, el secretario y los intérpretes que iban traduciendo sus palabras del euskera al castellano, María, de pronto, enmudeció. Giró bruscamente la cabeza hacia atrás, hacia su izquierda, mirando directamente a una pequeña puerta que salía hacia un corredor. Comenzó a agitarse inquieta en la silla y se puso pálida como la cera. El intérprete le preguntó en su lengua qué es lo que pasaba, y María le respondió que el diablo “ había asomado la cabeza con sus cuernos por aquella puerta y le había dado una muy gran pesadumbre en el corazón”. Después de estas palabras, María se desmayó. Cuando volvió en sí declaró que no era la primera vez que la visitaba el demonio desde que había decidido ir a Logroño a confesar. Añadió que incluso, estando en la posada a la espera de su turno para declarar, hacia las diez de la noche, había sentido un ruido en su aposento y al preguntar quién estaba ahí le había respondido una voz diciendo “Yo soy”. María había reconocido esa voz al instante. Era la de su vieja maestra, la mujer que la había convertido en bruja, tratando de convencerla de que regresase al aquelarre y no diera parte de sus prácticas ante la Inquisición.

Después de esta llamativa declaración, con visita demoníaca incluida, María González de Korres demostró ser no una gran bruja, que era lo de esperar, sino más bien una gran actriz. Sabemos por declaraciones posteriores de su hija, una niña de 12 años también llamada María que había participado en estos interrogatorios, cómo su madre la hizo mentir en Logroño y confesar un delito de brujería que nunca había existido. Según sus propias palabras: “no he sido bruja jamás sino que mi madre me ha hecho decir en Logroño que lo soy siendo mentira y estando allí esperando a que nos despachasen en la posada donde vivíamos me decia que […] me enseñaria las cossas que hauia de confesar y manifestar y las personas que yo havia de nombrar por brujas”. Y es que, en contra de lo que hoy en día pensamos, estas confesiones de brujería servían para salvar la vida y no para perderla en la hoguera. Buscaban el perdón de la Inquisición y la protección que daba una confesión a tiempo, aunque fuera falsa. Todos estos testimonios inventados nos hablan del clima de paranoia colectiva que se estaba desarrollando en Álava a inicios del siglo XVII como consecuencia de la quema de brujos y brujas que se estaba dando al otro lado de los Pirineos.

LIBRAR HOGUERA

Los ecos de Zugarramurdi

En contra de la creencia popular, en España no hubo una caza de brujas sistemática ni fueron muchas las víctimas que murieron en la hoguera por causa de la brujería. Algunos recuentos actuales cifran en 300 las personas que fueron asesinadas por esta causa en nuestro país. Son quizá muchas muertes, pero desde luego están lejos de los veinticinco mil asesinados que arrojan países como Alemania o los diez mil de Polonia. Con menor número de víctimas, pero en mucha mayor proporción que en España encontramos también grandes matanzas y persecuciones en Inglaterra y en Francia. Precisamente en este último país debemos destacar un proceso de caza de brujos que afectó directamente a nuestro territorio.

En 1609 el inquisidor francés Pierre de Lancre creó el pánico en Lapurdi, enviando a la hoguera a más de ochenta personas con cargos de brujería. Este fanatismo y la paranoia de que había sirvientes del demonio operando por la zona, hizo que la sospecha cruzase los Pirineos y comenzase a extenderse como un virus por Navarra. En ese mismo año un comisario de la Inquisición denuncia por primera vez la existencia de brujas en Zugarramurdi, con lo que se disparó la alarma social y comenzó todo un vaivén de acusaciones cruzadas entre los vecinos del pueblo. Pero la psicosis enseguida sobrepasó las fronteras de esta localidad navarra, puesto que los ecos de Zugarramurdi resonaron incluso en Álava y hubo acusaciones y procesos de brujería en nuestro territorio. Debido a que el fenómeno se les estaba yendo de las manos y la población estaba a punto de tomarse la justicia por su cuenta, la Inquisición decidió celebrar un macroproceso judicial con el que pretendía zanjar de una vez por todas la cuestión de los brujos tanto en Navarra como en el País Vasco.

El auto de fe de Logroño de 1610

El 7 de noviembre de 1610 se desarrolló uno de los autos de fe más multitudinarios de los que convocó la Inquisición a lo largo de su historia. Se calcula que en este juicio fueron de espectadores más de treinta mil personas. En este auto no sólo se juzgaba la brujería, sino sobre todo cuestiones relacionadas con la herejía, que era una de las principales preocupaciones del Santo Oficio.

ANTICRISTO

Aun así, se presentaron 31 acusados por brujería, la mayoría mujeres navarras, de las cuales seis fueron quemadas vivas y cinco, que ya habían muerto en la prisión, fueron quemadas en efigie, es decir, mediante un muñeco que las representaba. El resto de los acusados fueron “reconciliados”, que en la jerga que usaba la Inquisición significa que fueron perdonados y devueltos sin mayor problema al seno de la iglesia católica.

Pero en vez de atajar el problema, este juicio celebrado en Logroño lo acrecentó. Al haber condenas a brujas su existencia comenzó a tomarse en serio y las malas cosechas, los accidentes inesperados y cualquier golpe de mala suerte se empezó a interpretar en clave de mal de ojo o de hechizo. Las acusaciones entre vecinos crecían día a día y en muchos pueblos las sospechas infundadas, los rencores entre familias y las suspicacias llevaron a acusar de brujería a muchas personas inocentes. De hecho, tras los procesos de Logroño aumentaron las confesiones y los arrepentimientos por parte de supuestos seguidores del demonio que, con todo lujo de detalles, reconocían su participación en aquelarres y no dudaban en delatar a otras personas implicadas, generalmente amigos y familiares.

El escéptico Alonso de Salazar y Frías

Sin embargo, no todos en esta institución creían en estos cuentos de brujas. De hecho, fueron varios los miembros del Santo Oficio los que, después del auto de fe de Logroño, mostraron su disconformidad y solicitaron realizar una investigación en profundidad para demostrar que las acusaciones de brujería eran infundadas y fruto de la histeria colectiva. El gran defensor de la inocencia de los supuestos brujos fue el inquisidor Alonso de Salazar y Frías. A él se le debe que se pudiera contener el fenómeno de las brujas y que no desembocase en una masacre, como ocurrió en otros países de Europa. Al año siguiente del auto de fe de Logroño, este personaje se dedicó a recorrer Navarra y el País Vasco interrogando a los testigos y a las personas acusadas de brujería con un edicto de gracia bajo el brazo. Es decir, todos aquellos que quisieran retractarse de sus confesiones de brujería o que quisieran rectificar los testimonios dados en el pasado podían hacerlo sin temor a represalias, sabiendo que serían automáticamente absueltos y libres de todo delito. Como es natural, muchas de las personas que habían confesado en plena época de histeria se retractaron de sus testimonios alegando que habían mentido y que no tenían nada que ver con la magia negra. Además, gracias a esta labor de investigación de Alonso de Salazar y Frías conocemos gran parte de los casos de Álava, puesto que estuvo entrevistando y recogiendo testimonios en nuestro territorio.

La brujería en la Montaña

Por la documentación conservada de este incrédulo inquisidor sabemos que uno de los puntos calientes del fenómeno de los brujos fue la zona de Montaña Alavesa. Hemos comentado el caso de alguna bruja de Korres que fue a Logroño a confesar, aunque también tenemos noticias de brujería en Vírgala Mayor y Menor, en Atauri, Cicujano o Maeztu. Por ello no sólo contamos con el fantasioso testimonio de María González y su hija, sino también con el de otras vecinas que, ante el ambiente que se estaba generando, decidieron inventarse aquelarres, pactos demoníacos y lo que hiciera falta para librarse de la sospecha. Para entender estas falsas confesiones debemos tener en cuenta el funcionamiento de estos procesos inquisitoriales. En contra de lo que el cine y la literatura nos ha hecho creer, la Inquisición generalmente no aplicaba tormentos ni torturas para extraer confesiones. Como vemos, algunas mujeres de la Montaña alavesa acudieron libremente a Logroño para declararse brujas, aunque sí que es verdad que otras lo hicieron coaccionadas. Al confesar, sabían que automáticamente iban a ser reconciliadas, es decir, perdonadas a cambio de una penitencia menor, que consistía básicamente en unos cuantos padrenuestros y avemarías. La confesión, por lo tanto, era una forma de defensa frente a otros vecinos, ya que, una vez perdonadas por el Santo Oficio, nadie podía volver a acusarlas. Este mecanismo explica por qué entre 1610 y 1611 hubo tantos casos confesos de brujería en territorio alavés. Y también nos permite comprender por qué los falsos brujos y brujas generalmente acusaban a familiares y amigos, tratando así de ganar el perdón para ellos y evitar represalias por parte de otros vecinos.

De la eficacia de esta treta nos habla Ana de Korres, detenida en Maeztu por presunta brujería. Ella y su hermana Inés sufrieron fuertes presiones de los habitantes del pueblo para que confesasen, incluido un comisario del Santo Oficio llamado Felipe Díaz que estaba destinado en la zona. Ana nos relata cómo por esta acusación estuvo presa veintinueve días en la cárcel logroñesa negando una y otra vez su implicación en aquelarres y otras prácticas malignas, hasta que, viendo cómo otros acusados confesaban y salían indemnes, decidió hacer lo mismo, por lo que fue reconciliada y pudo regresar de nuevo a su hogar con una absolución.

Lamentablemente este mecanismo de defensa en ocasiones tenía ciertas fisuras y no siempre salía bien. Conocemos el caso de una tal Mariquita de Atauri a través del testimonio de su hija María de Ulibarri. Tratando de librarse de la sospecha de brujería, esta vecina de Korres fue hasta Logroño con las otras mujeres de su pueblo para confesar y, de paso, señaló y acusó a otras treinta y siete personas que, supuestamente, habían participado con ella en las reuniones satánicas.

Posteriormente se arrepintió y se retractó de su confesión, como hicieron varios brujos más, pero en este caso el comisario del Santo Oficio que le tocó en la causa la llamó embustera y la amenazó con quemarla viva. Esta mujer, sometida a una tremenda presión y a un sentimiento de culpa inmanejable por haber involucrado a tantas personas en un caso de brujería, no pudo lidiar con la situación. Decidió acabar con su vida de forma drástica, arrojándose a una zona profunda del río que pasa por Korres. Hasta la fecha es la única persona que conocemos que ha muerto por causa de la brujería en territorio alavés.

La brujería en la Llanada

En las mismas fechas se desarrolló en Álava otro caso de histeria colectiva relacionada con la brujería. En esta ocasión nos trasladamos de la Montaña a la Llanada. Por la zona de Araia se recogieron infinidad de testimonios y confesiones de vecinos que decían ser brujos, con implicados en localidades como Ilárduya, Larrea, Zalduondo o Alegría. En estos casos llama la atención la supuesta participación en estos aquelarres no sólo de hombres y mujeres, niños y niñas de los pueblos, sino también de un número llamativo de curas de la zona, incluido algún arcipreste, de los que se dice que oficiaban misas negras cerca del paso de San Adrián. Como vemos, los casos de brujería no iban exclusivamente en contra de las mujeres del pueblo llano, como ha quedado en el imaginario popular, sino que afectaba a todas las clases sociales y a hombres y mujeres por igual. Además, el caso de la zona de Araia nos permite comprobar el papel que muchas veces tenían los comisarios de la Inquisición en la creación de estas leyendas sobre brujos y en el fomento de estos bulos en las localidades afectadas.

El inquisidor Pedro Ruiz de Eguino

A la zona de la Llanada oriental fue enviado en pleno auge del fenómeno de las brujas un firme creyente en estas leyendas: Pedro Ruiz de Eguino, comisario de la Inquisición. Este personaje era capaz de ejercer la presión necesaria para que automáticamente cualquier persona confesase cualquier tipo de delito relacionado con la adoración satánica. Es muy elocuente el caso de Diego de Basurto, un anciano clérigo de 95 años que daba misa diaria en el pueblo del inquisidor. En un principio el comisario comenzó a insinuar que el cura era brujo a base de bromas, diciéndole que una marca de nacimiento que tenía en la sien izquierda era marca de brujería. Pero poco a poco los chistes se fueron convirtiendo en una seria amenaza. Finalmente logró, mediante engaños, llevarle consigo a un viaje a Logroño, donde acabó metiéndolo de cabeza a un tribunal de la Inquisición para que confesase su condición de brujo. Una vez allí al cura Diego de Basurto no le quedó más remedio que sucumbir y aceptar todos los cargos para poder ser reconciliado y salir de allí con vida.

También conocemos otras declaraciones de vecinas y vecinos de la zona que se las vieron con este comisario de la Inquisición y que tuvieron que aceptar todo tipo de acusaciones para evitar represalias mayores. Nos lo cuenta Ana de Arriola, vecina de Larrea, que narra cómo en su primera declaración afirmó ser bruja porque el inquisidor Pedro Ruiz de Eguino le había atado las manos y le había apretado del cuello para que confesase bajo la amenaza de llevarla a Logroño. Por eso no es casual que casi todas las personas acusadas de la zona de la Llanada coincidan en que sus imaginativos relatos sobre aquelarres fueron en gran medida dictados por el comisario Pedro Ruiz de Larrea. De hecho, la mayor parte de testigos remiten a un complejo ritual que se parece mucho en todos los casos.

El imaginario del Akelarre

Los falsos testimonios que dieron los supuestos brujos y brujas tienen un discurso común. Generalmente la iniciación al mundo de la brujería se realizaba de la mano de una persona conocida que se convertía en el maestro o la maestra del nuevo acólito. Para trasladarse a la zona del aquelarre, que solían ser lugares cercanos a la población donde había tradición de romerías, los brujos lo hacían por el aire, volando. Allí tenía lugar una especie de misa negra, con la presencia del propio demonio, al que los brujos y brujas besaban debajo de la cola en señal de adoración. Alrededor de él, se hacía un ritual en el que se decían algunas fórmulas mágicas, de las cuales nos ha quedado algún testimonio en Álava, como la que decía: “aquerra goityi, aquerra beity”, es decir, “cabrón arriba, cabrón abajo”. Tras el culto al macho cabrío los adultos se desnudaban, bailaban sin control y practicaban sexo entre ellos y con el demonio. Los niños, mientras, cuidaban de unos sapos que posteriormente se usarían para pócimas o ungüentos, pero de los que también se decía que eran espíritus ayudantes, consejeros malignos, que el demonio mismo entregaba a los brujos y brujas para que velase por ellos y los protegiese.

Alonso de Salazar y Frías, el escéptico e incrédulo inquisidor, ante estos relatos tan disparatados que le referían los alaveses y alavesas que pudo entrevistar, dictaminó que obviamente habían sido coaccionados para admitir estos crímenes. Y también llegó a la conclusión, tras su investigación, de que habían sido los propios comisarios de la Inquisición los que se habían inventado los detalles de los aquelarres, diciéndoles a los acusados lo que tenían que confesar. Curiosamente, este imaginario de las brujas y toda su mitología ha llegado con mucha fuerza hasta nuestros días, y resulta sorprendente comprobar cómo todos los tópicos sobre este fenómeno que seguimos manejando en la actualidad salieron algún día de la mente retorcida de algún inquisidor.