'Pintar es más que una necesidad, no puedo verlo como una profesión'

Autodidacta, con un proceso creativo impulsivo y una necesidad vital de dibujar: así se presenta el artista David Menéndez (Bilbao, 1981), cuyas obras sorprenden por el dibujo preciosista, el empleo del grafito o los vivos colores, la temática de mujeres idealizadas y monstruos ambientados en el cosmos o en entornos naturales. La producción artística de Menéndez atrapa aún más al conocer al autor, su proceso artístico, su aprendizaje al margen de las academias y los convencionalismos y, sobre todo, su huida del mercado artístico, y su negación a participar de los circuitos comerciales en pro de su libertad.

David Menéndez.

Eitb.eus ha querido entrevistar a este prolífico artista vasco, que comenzó a pintar siendo ya un adolescente, tras una depresión de años. Parte de su obra, relacionada en este caso con las relaciones afectivas, está expuesta hasta el próximo 21 de julio en el Café Bihotza de Bilbao.

Te defines como "fundamentalmente autodidacta", ya que nunca has recibido enseñanza reglada. ¿De qué fuentes artísticas beben tus obras?

-Estoy abierto a todo, me fijo en todo a mi alrededor. Nunca me ha dado por estudiar a otros artistas, ni Historia del Arte o Bellas Artes. A los 17 años, cuando comencé de nuevo a pintar, mi madre me apuntó a una academia de dibujo, pero allí no aprendí nada, así que seguí por mi cuenta. Respecto a mis referencias, de copiar como tal no tengo, pero sí influencias de HR Giger (creador de las figuras de Alien), Salvador Dalí y Gustave Klimt. Es con lo que más identificado me sentía cuando comencé a dibujar.

¿Cómo es tu proceso artístico? ¿Qué te inspira a la hora de crear?

- Cuando empecé a dibujar, fue como una explosión, se me empezaron a ocurrir ideas de forma enfermiza. Cerraba los ojos y veía ideas constantemente, me levantaba de la cama, las apuntaba... Me podía tirar hasta 12 horas dibujando, y había días que no podía ni dormir. Ahora ya lo controlo más. Cuando me siento a trabajar, abro el grifo de la ideas. Y luego termino y lo cierro, y a otra cosa. Muchas veces cojo cosas de sueños, otras veces de ideas que tengo, o veo una foto de una persona? Lo que no hago son bocetos. Tengo una idea en la cabeza y me pongo directamente a pintar.

'Cuando la Tierra me llame'.

Tu temática tiene elementos que se repiten y que remiten a Dalí, como comentabas. ¿Qué otros aspectos son reiterativos en tus obras?

-No tengo una temática consciente, sino lo que se me va ocurriendo. Lo que sí hay son ciertos elementos comunes: ojos, luna, cuerpos... Imagino que tendrá algún significado inconsciente, algo que me turbe la cabeza.

Durante años has expuesto tu obra en la Galería Uranga de Bilbao. ¿Qué papel ha tenido esta galería en tu carrera?

-A lo largo de estos años habré vendido unos 60 0 70 cuadros, el 85 % a través de la Galería Uranga. Siempre que me he movido, he vendido. Hubo una pareja de Brasil, y otro en concreto se llevó cinco cuadros a Los Ángeles, y luego anduvimos de negociaciones para que yo fuera allí, pero no llegamos a acuerdo. Llegó un momento que empezamos a vender mucho, tuvimos la oportunidad de ir a Madrid, había un pintor que me querían mandar con él para aprender unas técnicas, cuando tenía 19 años un tío me quiso llevar a Nueva York, un mexicano me ofreció ir a Monterrey... He tenido oportunidades, no sé si de haber vivido de esto, pero sí de haber indagado más. El problema es que cómo yo veo esto: si se mira como algo profesional, se pierde la esencia de lo que para mí es la pintura.

Así pues, tomaste la decisión de no intentar convertir tu talento en tu forma de vida.

-Cuando estuve en la Galería Uranga, me tiraba hasta seis meses pintando los mismos cuadros, que reportaban beneficios pero... Me acotaba, me limitaba. Decidí que prefería tener mi trabajo de repartidor y vivir de eso, y no necesitar vender para vivir.  Me parece ruin, no es el objetivo por el que yo hago las cosas. Yo creo que tomé la decisión correcta. He visto a otros amigos y artistas amateurs que intentan vivir de ello, y ves que no ya disfrutan, que están todo el día pensando en lo que va a vender, lo que es comercial... Al final, yo tengo esa libertad. Yo me siento, me relajo y pinto, me ayuda a equilibrar la cabeza. Para mí es algo muy prioritario, aunque no pueda pintar todo lo que me gustaría: ahora pinto 20-25 horas a la semana, antes 30-40. Es más que una necesidad, por eso nunca he podido ver la pintura como una profesión.

'Gargantúa'.

¿Ha evolucionado tu pintura?

-He notado una evolución brutal en mí. Con tres o cuatro años ya dibujaba bastante bien, pero por falta de motivación o por las críticas de mi padre, lo dejé. Cuando lo retomé a los 17 años, fue casi como volver a aprender. Desde aquel momento hasta ahora, el cambio es tan grande que yo ahora voy por la calle y mi cabeza automáticamente va pensando en cómo pintar cualquier cosa. Veo la cara de una persona y veo el color, la forma, las peculiaridades... Antes tenía que pensarlo, ahora me sale de forma automática. También en el tiempo invertido: cuando empecé, no podía dedicarle más de dos horas a un dibujo, ahora puedo estar cuatro meses con un dibujo.

El artista, ¿nace o se hace?

-El perfeccionamiento te lo da la práctica, cuando inviertes miles de horas. A base de trabajo, llegas. La diferencia entre un artista y otro es la cantidad de horas de trabajo. El trabajo es el 80 %, porque gente con talento hay a patadas. Hay tener disciplina para, en vez de ir a tomar unas cervezas, coger y pintar hora y media o dos horas todos los días, aunque esté reventado del trabajo. Eso es lo que da mejorar y perfeccionar. Como dice la frase, "casualidad que la inspiración siempre me pilla trabajando".

'Suzene'.

Hay creadores que, a la hora de crear, tienen a su cliente o a su potencial público en la cabeza, y otros que, sin embargo, quieren librarse de condicionamientos o prejuicios. ¿Cuál es tu caso?

-Yo personalmente no pienso para nada en la gente que va a verlo porque es un proceso muy personal para mí. Sería insincero si yo me sentara a trabajar pensando en si esto le va a gustar a alguien, o si le va a ofender. Yo me siento y hago algo que me apetezca a mí. Sólo aspiro a la gente perciba que es una obra sincera, no que sea una basura y yo le cuento un rollo. No tiene más pretensión, ni de adoctrinar  ni dejar a nadie obnubilado.