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Cine

Análisis

Premios para un mundo que necesita cambiar

Begoña del Teso

Cannes

Este Cannes ha sido heraldo de un cambio de época, de un salto generacional y de la llegada de gente dispuesta a todo.

  • Xavier Dolan. Foto: EFE.

    Xavier Dolan. Foto: EFE.

Muchos abominarán (ya lo han hecho y lo están haciendo) de la Palma de Oro concedida a ese Winter Sleep turco y chejoviano a la vez. Pero este Cannes ha sido heraldo de un cambio de época, de un salto generacional y de la llegada de gente dispuesta a todo.

Nuri Bilge Ceylan es un bravísimo y a la vez muy íntimo director turco cuya obra conocimos aquí mismo, en el Grand Auditorium Lumière el año pasado cuando nos dimos de bruces con Il était une fois en Anatolie. En 2013 también ganó. Pero no el oro como esta vez, justo cuando el cine en su país, en Turquía cumple 100 años, Winter Sleep es larga, intensa, finísima, desesperada. Tiene aromas de Chejov, sucede en un país helado, dentro de un hotel que sin tener nada que ver con él, nos recuerda el de Wes Anderson, el Grand Budapest.

Sabíamos que ese jurado, ese jurado donde estaban Nicolas Winding Refn, autor de Drive, Sofia Coppola , Gael García Bernal y Willem Dafoe se iba a sobrar a lo grande, iba a romper toda costura y derribar cualquier muro. Así lo ha hecho. Como ejemplo, he ahí la brillante (e inmaculada) osadía de hacer compartir el premio que realmente le pertenece, el Prix du Jury, a Xavier Dolan, un  autor verdadero, rompedor, emocionante y apasionado de no más de 25 años con el maestro más áspero, agrio y más tecnológicamente avanzado de aquellos que fueron jóvenes en el 68: Jean Luc Godard. Dos filmes impresionantes los de Xavier y Jean Luc: Mommy y Adieu au langage. El primero, genial en sus opciones de formato, de encuadre, de banda sonora (¡esa guitarra acústica del Wonderwall de Oasis!). Y el segundo, obra cabrona de un canalla que sabe que los planos son  siempre una cuestión moral.

Pero hay más. El premio a Dolan implica que alguien ha entregado el testigo del Cine a otro alguien, que hay un traspaso generacional. Cuando recogió su premio, tembloroso , con lágrimas en los ojos y pendiente en el lóbulo de la oreja derecha, el autor, también, de Laurence Anyways, no solo insistió en que quienes hacen cine (y quienes lo vemos) pueden cambiar este mundo que necesita ser cambiado sino que confesó a la presidenta del jurado, Jane Campion, que la primera película que  había visto en su vida era aquella con la que ella ganó la Palma de Oro  ¡El Piano! De pronto nos dimos cuenta que el cineasta que nos hablaba había empezado a ver películas en ¡1993!

Y esa constatación de un cambio de era quedó refrendada hasta en el estilo, el look, la franqueza, la timidad de otros tantos ganadores. La muchacha que recibió el Grand Prix du Jury por su Le meraviglie, Alice Rohrwacher, es eso: una chica de 33 años, vestida, calzada, asombrada como las de su tiempo, este tiempo. Una muchacha hija de italiana y alemán capaz de hacer un cine puro, con imágenes, sensaciones y cuestiones destiladas en una cámara que no se arruga nunca.

Otro signo del cambio de los tiempos: tres jóvenes salieron al escenario a recibir el premio Cámara de Oro que recompensa  la mejor primera obra. Eran Marie Amachoukeli, Claire Burger y Samuel Thies. De nuevo entre el público la misma sensación: nada de vestidos o peinados a lo Thurman, la Loren o la Campion: pantalones estrechos, crestas de mohicano, chupas negros rotundamente fashion, casual y elegantes. ¿La película? Party Girl, fabulosa fábula sobre la madre de Samuel, que cuando él era niño, le llevaba a sus aventuras por discos y lounges…

El Cine de este XXI se vislumbra freak (en el más mitológico sentido de la palabra) y hermoso, joven, lúcido y fiero. Lo intuimos en la edición 67 de Cannes.

Ese último día, cuando el público se puso en pie tres veces: para festejar la entrada en palacio de Quentin Tarantino y Uma Thurman; para despedir a quien dirigiera el festival durante décadas: Gilles Jacob, y para rendir pleitesía a Sofia Loren.