cultura
Festival de Biarritz
''La nostalgia de la luz'' de Guzmán, y todo se iluminó
Redacción
El público del Festival de Biarritz se ha emocionado profundamente al ver la nueva película de Patricio Guzmán, una magnífica reflexión sobre lo humano y el olvido desde el desierto de Atacama.
La emoción ha abrazado al público del Festival de cine latinoamericano de Biarritz durante la proyección de la nueva película de Patricio Guzmán, La nostalgia de la luz,El talento del cineasta, uno de los mejores de nuestros tiempos, sigue intacto.El autor del abrumador documental La Batalla de Chile, sobre el golpe de estado de Pinochet en 1973, habrá necesitado fuerza y determinación (por no decir fe) para reinventar un proceso de narración capaz de hacernos sentir tan fuertemente los paradojas de nuestra historia reciente, condenados a la opacidad, mientras que se ha descifrado la luz de las estrellas muertas para mostrar la verdad de nuestras origines.Fue en el desierto de Atacama, en el Norte de Chile, donde Patricio Guzmán grabó esas enormes instalaciones telescópicas que han permitido a la comunidad internacional resolver las preguntas sobre el Big Bang.Unos kilómetros más lejos, su cámara ofrece el retrato silencioso de esas mujeres que rascan el suelo lunar de la cordillera del Andes, en busca de un trozo de hueso, que les permite reencontrar un marido, un hermano, un amigo, un cuerpo enterrado entre otros miles de desaparecidos de la dictadura chilena.Ninguna rabia ni denuncia fuerza la percepción sensible de esta abisal puesta en paralelo, del cual Guzman filma tanto la respectiva belleza como la certeza de un presente descrito como el fugaz reflejo del pasado.En la pantalla desfilan imágenes de constelaciones de una belleza que deja boca abierta, alternadas con esos esfuerzos humanos increíbles, pero nunca desesperados.La palabra de las personas encontradas resuena entonces de forma insensata en aquella inmensidad barrida por el viento, cuando, cada una a su turno, se confrontan con su propia definición de lo "posible", cuando la tarea parece no obstante infinita.La voz de Patricio Guzmán acompaña de nuevo aquel viaje, sacando del olvido las fotos de un campo de concentración en el Altiplano, o presentándonos aquellos supervivientes que, todos, han visto en el cielo y su luz razones suficientes par seguir viviendo, resistir y no olvidar nada.El final de La nostalgia de la luz nos puede por lo tanto conmocionar con aquel testimonio de aquella joven mujer, privada durante toda su vida de sus padres desaparecidos, y hoy madre.Con su bebe apretado contra ella, levanta los ojos al cielo y no puede dejar de creer que la verdad surgirá un día en este lugar olvidado del mundo, donde los científicos americanos presentes miden el calcio de las estrellas muertas sin pensar de apuntar sus telescopios hacia esos miles de fragmentos de calcio de los huesos perdidos para siempre en aquellos montes desérticos.Patricio Guzmán lo planteó desde sus primeras películas sobre su país: sólo se recuerdo uno cuando los recuerdos pasan por el corazón.No se olvidará esta magnífica obra maestra. de la misma forma que se abraza a un amigo al que hemos perdido de vista, pero del que nunca hemos perdido el afecto. El talento del cineasta, uno de los mejores de nuestros tiempos, sigue intacto.
El autor del abrumador documental La Batalla de Chile, sobre el golpe de estado de Pinochet en 1973, habrá necesitado fuerza y determinación (por no decir fe) para reinventar un proceso de narración capaz de hacernos sentir tan fuertemente los paradojas de nuestra historia reciente, condenados a la opacidad, mientras que se ha descifrado la luz de las estrellas muertas para mostrar la verdad de nuestras origines.
Fue en el desierto de Atacama, en el Norte de Chile, donde Patricio Guzmán grabó esas enormes instalaciones telescópicas que han permitido a la comunidad internacional resolver las preguntas sobre el Big Bang.
Unos kilómetros más lejos, su cámara ofrece el retrato silencioso de esas mujeres que rascan el suelo lunar de la cordillera del Andes, en busca de un trozo de hueso, que les permite reencontrar un marido, un hermano, un amigo, un cuerpo enterrado entre otros miles de desaparecidos de la dictadura chilena.
Ninguna rabia ni denuncia fuerza la percepción sensible de esta abisal puesta en paralelo, del cual Guzman filma tanto la respectiva belleza como la certeza de un presente descrito como el fugaz reflejo del pasado.
En la pantalla desfilan imágenes de constelaciones de una belleza que deja boca abierta, alternadas con esos esfuerzos humanos increíbles, pero nunca desesperados.
La palabra de las personas encontradas resuena entonces de forma insensata en aquella inmensidad barrida por el viento, cuando, cada una a su turno, se confrontan con su propia definición de lo "posible", cuando la tarea parece no obstante infinita.
La voz de Patricio Guzmán acompaña de nuevo aquel viaje, sacando del olvido las fotos de un campo de concentración en el Altiplano, o presentándonos aquellos supervivientes que, todos, han visto en el cielo y su luz razones suficientes par seguir viviendo, resistir y no olvidar nada.
El final de La nostalgia de la luz nos puede por lo tanto conmocionar con aquel testimonio de aquella joven mujer, privada durante toda su vida de sus padres desaparecidos, y hoy madre.
Con su bebe apretado contra ella, levanta los ojos al cielo y no puede dejar de creer que la verdad surgirá un día en este lugar olvidado del mundo, donde los científicos americanos presentes miden el calcio de las estrellas muertas sin pensar de apuntar sus telescopios hacia esos miles de fragmentos de calcio de los huesos perdidos para siempre en aquellos montes desérticos.
Patricio Guzmán lo planteó desde sus primeras películas sobre su país: sólo se recuerdo uno cuando los recuerdos pasan por el corazón.
No se olvidará esta magnífica obra maestra.