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Historia de Álava

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Historia de Álava

los judíos en Alava

Los judíos y sus aljamas en Alava

Historia de los judíos de Alava desde su instalación en el siglo X hasta su expulsión por los reyes católicos el 27 de junio de 1492.

  • muralla

    La muralla de Vitoria

    28:10 min
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El día de la expulsión

Para conocer esta triste historia nos vamos a trasladar a Vitoria al día 27 de junio de 1492. Frente a la puerta de la Judería, un pequeño grupo de hebreos, se despide para siempre del que había sido su hogar durante siglos. Con tristeza, abrazan a algunos vecinos cristianos que han acudido a la despedida, aunque pocos han sido los vitorianos que se han acercado hasta allí para darles el último adiós. Los últimos años habían sido duros y la convivencia entre los hijos de Moisés y los de Cristo se había resentido en varias ocasiones, incluyendo algunos episodios de violencia de carácter antijudío, que habían desembocado en su inevitable exilio.

Los hebreos de Vitoria habían recibido la noticia de su expulsión definitiva pocos días después del 30 de marzo de 1492, momento en el que los Reyes Católicos, desde Granada, habían firmado este edicto tan tajante que les concedía de plazo para abandonar sus reinos hasta finales del mes de julio. Apenas cuatro meses en los que debían reorganizar sus vidas, malvender sus bienes y marchar hacia un exilio incierto. O bien, renunciar para siempre a su fe, sus tradiciones y su modo de vida para tratar de sobrevivir en un lugar hostil donde siempre iban a estar bajo sospecha y marginados por el resto de los vecinos. Quedarse siendo judío no era una opción. Implicaba la confiscación de todos los bienes y la pena capital, por lo que había que tomar una difícil decisión que traería mucho trauma y dolor para miles de familias.

Los últimos en partir fueron los representantes de la aljama, que oficiaron un último acto antes de coger sus exiguas pertenencias y lanzarse a los caminos. Frente al Concejo vitoriano, en ese fatídico 27 de junio de 1942 le hicieron jurar a la villa de Vitoria que cumpliría una última promesa. Les pidieron que respetasen su cementerio, Judizmendi, y que no levantasen la tierra que cubría a sus muertos ni con el arado ni por otros medios. Así dejaron por escrito la cesión de Judizmendi: “considerando las buenas obras e vecindad que de esta ciudad ellos habían recebido, para que fuese para agora e para siempre jamás, e quedase por pasto e dehesa común del cuerpo mismo de la dicha ciudad. e juro juan martinez de olabe, procurador de la dicha ciudad que nunca se rompería ni araria el dicho termino, salvo que quedaría para provecho publico del cuerpo de dicha ciudad”.

Con este juramento bajo el brazo, los judíos vitorianos se despidieron para siempre de su hogar y emprendieron un viaje plagado de incógnitas hacia Francia y hacia Navarra, de donde serían expulsados también pocos años más tarde, en 1498. Desde Bayona, principal lugar de acogida de estos israelitas en el exilio, siguieron recordando su lugar de origen y jamás olvidaron la promesa que una vez hicieron, hacía ya tantos siglos, con sus antiguos vecinos.

La judería vitoriana

Hemos asistido a la dura marcha de los judíos de Vitoria, pero nos falta saber cuándo se instalaron en territorio alavés. Contamos con nombres de origen hebreo en documentos medievales desde el siglo X y aparecen de forma muy dispersa sobre todo a modo de firmas en documentos legales. Pero no es hasta el siglo XIII cuando entran en la historia alavesa con fuerza. En 1291 se elabora el padrón de Huete, un listado de aljamas o comunidades judías que mandó elaborar el rey Sancho IV para el cobro de impuestos en su reino. Y es allí donde encontramos la primera aljama de todo Euskadi, la de Vitoria. Pero, por fuerza tuvieron que asentarse con anterioridad. Un dato significativo de su presencia anterior es que, cuando en 1256, Alfonso X el Sabio realiza su ampliación de Vitoria, incluye entre las nuevas calles una denominada Judería.

La de Vitoria fue la aljama más poderosa de todo el norte de Castilla, alcanzando su máximo esplendor durante el siglo XV. La Judería se corresponde con nuestra actual Nueva Dentro, que pasó a denominarse calle Nueva en 1493, un año después del edicto de expulsión. En ese momento la calle llegaba más o menos hasta el cantón de San Francisco Javier, por lo que no tenía la misma longitud que la Cuchillería o la Pintorería, sino que estaba adaptada a la dimensión de la comunidad judía vitoriana. Dentro se encontraba la sinagoga, que debía contar con un rabino para atender las necesidades espirituales de la aljama.

En un primer momento la Judería no era un barrio apartado, sino que, cuando se fundó en 1256 era más bien una calle gremial, como el resto de las que encontramos en el casco histórico de Vitoria. Los judíos tenían libertad de movimiento y sabemos que algunos residían fuera de la ciudad, en zonas rurales o en otras villas. Sin embargo, a medida que se va enrareciendo el ambiente y los sentimientos antijudíos por parte de los cristianos comienzan a hacerse mas fuertes, la Judería se va transformando poco a poco en un gueto, llegando a ser una calle aislada y cerrada dentro de la villa. Uno de los momentos más elocuentes de esta segregación llegó en 1491, cuando el concejo vitoriano ordenó separar con un muro las fachadas traseras de las casas de la Judería y la Pintorería. A día de hoy, en ese caño o callejuela entre la Pinto y la Nueva Dentro todavía existe una separación en forma de muro, quizás heredero de aquél que dividió a ambas comunidades. De este modo, los hebreos, para entrar y salir de su barrio sólo lo podían hacer por la entrada principal, que da a la calle Portal del Rey.

La organización de la aljama vitoriana

Los judíos vitorianos tenían una organización interna bien marcada, con la que solucionaban los problemas de su comunidad sin tener que recurrir al concejo de Vitoria, por lo que en origen tenían una autonomía muy amplia que se fue reduciendo con el paso del tiempo. Los líderes se elegían dentro de una oligarquía, es decir, dentro de una minoría de hombres adinerados y con poder. Había tres cargos principales. Por una parte había un juez que dirimía los asuntos tanto civiles como criminales y tenía la capacidad de imponer penas. Este juez no sólo dirimía los pleitos entre judíos de la aljama, sino que incluso podía mediar en conflictos entre cristianos y hebreos. Además de eso, tenían un regidor, que funcionaba como si fuese un alcalde o un representante de la comunidad, y también un procurador, que se encarga de los asuntos económicos de la aljama, como por ejemplo, la recaudación de impuestos. Éstos órganos de gobierno internos eran los únicos a los que podían acceder los judíos, porque nunca los vemos participar en el concejo vitoriano. Por ello los cristianos lo tuvieron fácil para ir poco a poco implementando leyes y medidas racistas en contra de este colectivo.

Otras aljamas alavesas

La aljama vitoriana no fue la única que existió en nuestro territorio, aunque muchas de las secundarias dependían de las decisiones y la administración de la judería de Vitoria. De hecho, muchos investigadores sostienen que el resto de juderías alavesas podrían haber surgido de los hebreos que, por distintos motivos, habían abandonado la comunidad vitoriana para asentarse en otras zonas. Durante el siglo XIV el número de aljamas de las que tenemos noticia aumenta de forma significativa. A la de Vitoria tenemos que añadir también las de Salvatierra/Agurain, la de Salinas de Añana y la de Laguardia, aunque tenemos que tener en cuenta que esta última tiene un funcionamiento un poco diferente y un contexto alejado de las demás, porque Rioja Alavesa en esos momentos era parte del reino de Navarra, donde la hostilidad hacia los judíos fue mayor que en Castilla, incluyendo asesinatos, asaltos a juderías y linchamientos colectivos.

El siglo XV, sin embargo, conoce la mayor expansión de hebreos en Álava. Se especula que quizá fueron los ataques a juderías que comenzaban a darse en el sur de Castilla los que motivaron que algunas poblaciones de judíos llegasen huyendo hasta el Norte y se instalasen en Álava, una zona relativamente pacífica en la que no había en ese momento una especial animadversión hacia este pueblo. Por ello, en este siglo, a las que ya conocíamos, se suman las aljamas de Labastida, Salinillas de Buradón, Santa Cruz de Campezo y Treviño. Pero, además de este panorama de juderías organizadas, también encontramos núcleos de población en zonas rurales, como Mendoza, Morillas, Tuyo, Berantevilla, Ocio, Antoñana, Peñacerrada, Fontecha, Caicedo, Samaniego o Elvillar.

Profesiones de los judíos alaveses

Los judíos alaveses se dedicaban a todo tipo de oficios, del mismo modo que lo hacían los cristianos, pero tenían fama de ser buenos especialmente en dos materias: la medicina y las finanzas. Conocemos al menos dos médicos (o físicos, que es como se denominaban en aquella época) de origen hebreo, ambos contratados por el concejo vitoriano. En 1428 Vitoria contrató al médico David porque, según los documentos de la época era “cirujano de ventaja e cumplía mucha para esta villa”, además de que debía estar muy cotizado, puesto que también se nos dice de él que “era rogado por otras villas para que fuese a vivir allá”. De la misma manera, nos ha llegado el nombre de Antonio Tornay, un médico judío que hoy en día tiene una calle en la ciudad y que estuvo contratado en dos ocasiones por el ayuntamiento: en 1483 y en 1492, año de la expulsión de los judíos. Este segundo contrato se formalizó en octubre, cuatro meses después de que los últimos judíos hubiesen abandonado la ciudad, por lo que Antonio Tornay probablemente se encontrase en el exilio. El concejo le rogó que permaneciese en Vitoria un año más por “las necesidades en que la ciudad e su tierra e comarca estaban de físicos por la ida e ausencia de los judíos”. Su salario fue de diez mil maravedíes, una cifra más de tres veces mayor de la que habían tenido hasta entonces los médicos en Vitoria. A cambio, tuvo que hacerse converso y convertirse al cristianismo.

Otra de las profesiones que solía ejercer este colectivo era el préstamo y sobre todo la recaudación de impuestos. La corona castellana solía contratar judíos para llevar sus cuentas y recaudar en su nombre, por lo que formaban parte del aparato de la burocracia real. Pero también las grandes familias nobiliarias, como los Velasco, los Ayala o los Guevara contrataron judíos con este propósito y los colocaron bajo su protección en los territorios que gestionaban. En Salinas de Añana, por ejemplo, se ocupaban de recoger los beneficios de la sal para la corona, aunque también conocemos casos de judíos alaveses que se dedicaron a recaudar los impuestos de las villas guipuzcoanas, como Mondragón. Los mismos recaudadores judíos ejercían al mismo tiempo de prestamistas, por lo que, muchas villas que no podían afrontar un pago, recurrían al propio recaudador para que les concediese un préstamo. Esto generó el endeudamiento casi constante de algunas ciudades que comenzaron a mirar con malos ojos a los judíos por considerarlos la causa de su empobrecimiento. Una muestra de esta tensión entre las villas y los recaudadores la encontramos en el asesinato de Jacob Gaon, recaudador vitoriano que perdió la vida en Tolosa en 1463 al ir a cobrar ciertos impuestos.

La hostilidad hacia los judíos

Sea por estar detrás del cobro de impuestos o bien sea por cuestiones de fe, el odio hacia los judíos comenzó a hacerse manifiesto hacia la primera mitad del siglo XIV. En esta época empezaron a crecer los prejuicios y estereotipos hacia el pueblo de Israel, considerándolos usureros que se enriquecían a su costa e incluso acusándolos de haber matado a Cristo al haberlo entregado a la justicia romana para su ejecución. De esta época datan las curiosas pinturas murales de la iglesia de Gazeo, donde vemos precisamente a dos judíos vestidos con ropas que los identifican como tales, como verdugos de Cristo durante su crucifixión, transmitiendo así de forma pictórica un mensaje antijudío que debía ser común en aquel tiempo.

En 1320 ya tenemos noticia de uno de los primeros ataques a judíos en nuestro territorio, que coincidió además con una oleada de pogromos o linchamientos generalizados que recorrió toda Navarra por aquellas fechas. Tuvo lugar en Laguardia, villa perteneciente al reino de Navarra por aquel entonces. Allí se presentaron dos personajes con sus escuderos que se hacían llamar “fijos del rey de Aragon” y que hostigaron de tal manera a los judíos de la villa que finalmente la justicia, debido a presiones, ahorcó a varios de ellos.

Sin embargo, en la parte castellana de Álava los conflictos no llegarían hasta cien años más tarde. En 1428 encontramos las primeras leyes racistas en Vitoria, que obligaban a los judíos y judías a llevar prendas o señales de color rojo en sus vestimentas, para ser reconocidos de un simple golpe de vista. También les obligaban a arrodillarse cada vez que vieran en procesión una cruz o el cuerpo de Cristo. Se les prohibió trabajar los domingos y los días de las grandes festividades cristianas e impidieron que las mujeres mayores de diez años entrasen en la judería. Estas leyes se recrudecieron en 1487, fecha en la que se publicaron unas ordenanzas municipales según las cuales no podían estar dentro ni en el pórtico del convento de San Francisco cuando se hiciese misa, y a los cristianos se les vedó cualquier tipo de contacto con los judíos, por lo que no podían trabajar juntos, no se les podía vender verduras o bienes en la judería, y menos aún podían ir a encenderles el fuego y ayudarles en las tareas cotidianas en el Sabbath, el día de descanso para los hebreos.

Tenemos también casos de abusos de poder por parte del propio alcalde del momento, Juan Fernández de Paternina, que por motivos de venganza personal apresó a un judío vitoriano, Jacob Tello, al que le hizo lo siguiente: “sin aver acusador le puso a tormento hasta que le hizo confesar que había renegado de nuestro señor dios, e el dicho alcalde dio sentencia en que le diesen cincuenta azotes e le cortasen la lengua e perdimiento de sus bienes, todo lo qual dice que se hizo en un día, e que como apelo, que fue azotado públicamente por esta ciudad e enclavada su lengua, lo qual dice que hizo el dicho alcalde por su enemistad”.

Una vez que se había dado rienda suelta a la violencia institucional, enseguida comenzó también la violencia popular. En los primeros meses de 1488 tenemos noticia de ataques a judíos en Vitoria, los cuales nos refieren en un documento que “eran muy maltratados por los vecinos e moradores de dicha ciudad de vitoria, apedreándolos e descalabrándolos por las calles donde andaban injusta e no debidamente e deziendoles muchas menguas e deshonras sin ninguna causa, e aun yendo de noche a la judería después que los judíos son encerrados en sus casas quebrantandoles las ventanas a pedradas. E que lo peor era que estando los judíos en su sinagoga faziendo oración entraron los cristianos arrebocados donde estaban las judías a escupirlas e darles de puñadas e coces de tal manera que los dichos judíos e judías non osavan estar en su judería ni vivían seguros.”

Tras el decreto de expulsión

Indudablemente, esta escalada de violencia condujo a la drástica expulsión de los judíos, que se materializó en 1492. Tras su exilio, vemos además cómo los cristianos se aprovecharon de la situación y se disputaron todo aquello que este pueblo había dejado atrás. La sinagoga fue reclamada por varias instancias, como la iglesia de santa María, el particular Juan Martínez de Ulíbarri y el propio concejo de Vitoria, erigiéndose finalmente un hospicio en lo que había sido su solar.

En cuanto al cementerio de Judizmendi, a pesar de la promesa que había hecho el ayuntamiento con los líderes de la comunidad judía, fue expoliado apenas estos se marcharon de la ciudad. Muchos vecinos fueron sorprendidos tratando de vender las piedras y losas que conformaban este camposanto, por lo que el concejo impuso fuertes multas para los infractores. Después de estos desmanes iniciales, durante varios siglos se respetó como se pudo la promesa de mantener Judizmendi libre de excavaciones y del arado, hasta que en 1851, durante unas obras de acondicionamiento de caminos, aparecieron en la zona varios esqueletos. Emile Silva, vecino de San Sebastián que era representante de los judíos de Bayona, mandó una carta al ayuntamiento recordando la promesa de 1492, por lo que se volvieron a inhumar los restos y se habilitó el campo de Judizmendi para usos recreativos de la ciudad. En esa fecha se creó un primer parque público donde se hacían espectáculos de todo tipo, como hípica, partidos de fútbol, fuegos artificiales e incluso ejecuciones de presos.

A pesar de ello, a los dos años, se construyó el polvorín viejo donde hoy en día está la iglesia de San Juan del barrio de Judizmendi, probablemente destruyendo gran parte del cementerio que había debajo. Y ya en 1952, viendo que la expansión de Vitoria era inevitable y había llegado finalmente hasta aquel camposanto judío, Benjamín Gómez, representante del consistorio israelita de Bayona, decidió anular las condiciones del acuerdo de 1492, a cambio de que se instalase una sencilla estela funeraria y que si aparecía algún resto humano, se enterrase debajo de ella. Aquella promesa, único vínculo que quedaba de la convivencia que en algún momento tuvieron en Vitoria las comunidades judía y cristiana se mantuvo, con sus más y sus menos, durante 460 años, convirtiéndose en la memoria de aquel pueblo y en un poderoso recordatorio para nuestro presente de aquella tragedia humana motivada por el racismo.