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Opinión

La Columna de José Félix Azurmendi (28.03.2015)

JFA

Referencia agligada al accidente de avión del martes pasado. Diferencia de discursos. Un libro de testimonios del timpo de guerra.

Aunque no sea el objeto de esta columna, una referencia al accidente de avión del martes parece obligada...

La noticia de que se había estrellado un avión alemán de pasajeros que hacía la ruta entre Barcelona y Düsseldorf sacó abruptamente al presidente Rajoy de la reunión en la que se estaba poniendo la primera placa al Memorial de Víctimas del Terrorismo en el viejo edificio del Banco de España de Vitoria. Y esto sí que atañe directamente a este repaso semanal. Sacó también de la escena pública a una iniciativa en la que el Gobierno central había puesto muchas esperanzas.

Sólo han pasado cuatro días y parece que fueran cuatro semanas. Nadie se acuerda ya, nadie lo menciona al menos, de la incomodidad del lehendakari con el enfoque oficial del acto, pero nadie ha tenido la indelicadeza de referirse en este ambiente de dolor compartido a las diferencias notables entre los discursos de Rajoy y Urkullu. No tocaba hablar de eso cuando la atención mundial estaba puesta en el que se ha venido calificando insistentemente de incomprensible accidente de avión en los Alpes franceses. Los asuntos de la memoria y el interés mediático son así de volátiles.

Dónde se ve esa diferencia entre discursos

Básicamente en que al terrorismo no se le puede poner la fecha de 1960 y en la obviada implicación de aparatos del Estado en el terrorismo. Un amigo me ha hecho llegar un libro impreso en 1966 en Toulouse por sacerdotes vascos con el título “El Pueblo Vasco frente a la Cruzada franquista”, con el que se ha topado en una librería especializada de Barcelona. Se introducen los testimonios, porque de testimonios trata, con una cita de Juan XXIII que reza: “Trabajando por la verdad, trabajáis también por la fraternidad humana. Porque son el error y la mentira quienes dividen a los hombres; la verdad junta”. El libro tiene el interés añadido de que está dedicado de puño y letra por el sacerdote Pío Montoya a José María de Izaurieta, exiliados ambos en ese tiempo, personalidades los dos que merecerían como otros muchos compañeros suyos  más atención por parte de la memoria de este pueblo, si se pretendiera de verdad un relato como el que Juan XXIII predica.

Un libro de testimonios del tiempo de guerra

Un libro de testimonios sobrecogedores, recogidos por sacerdotes para desmentir que la rebelión encabezada por Franco hubiera sido una Cruzada. Entre ellos y como un guiño a la memoria, el del gasteiztarra Javier Landaburu, que da cuenta de sus peripecias personales, pero que se refiere especialmente a la adoración de los rebeldes a un “dios monstruoso, cruel, ávido de sangre, sin que ni lazos familiares, ni amistades que se creyeron sinceras se hayan salvado”. Entre ellos, si no el más cruel sí otro muy significativo, el que recoge que un domingo de septiembre de 1937 hicieron desfilar por la calle Dato a catorce o quince mujeres con la cabeza rapada, a las que habían respetado un mechoncito para poder colocar un lazo con los colores monárquicos.

En otro guiño a la memoria, el libro recoge por ejemplo que a Antonio Buesa le obligaron a cerrar su farmacia, por desafecto. Recoge el fusilamiento de los 16 de Azáceta, a los que les preguntaron si querían confesarse, “y se confesaron todos menos uno”, dice el testimonio. Y como las confesiones se alargaban, urgieron a los curas a que lo hicieran de dos en dos. Entre los fusilados estaba Jesús Estrada Abalos. Su sobrino Jesús Estrada Arrondo ha dejado el testimonio escrito de que le oyó al comisario Bruno Ruiz de Apodaca reconocer que él era uno de los de la partida.

Son apenas apuntes de una historia pendiente que el Memorial anunciado para el año que viene no tiene  previsto abordar. No le falta razón a Juan XXIII cuando dice que la mentira divide y la verdad junta.