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JOSÉ FÉLIX AZURMENDI
Crónica de Euskal Herria, 7 de noviembre
José Féliz Azurmendi analiza cada semana en Crónica de Euskal Herria la actualidad. En su sabatina, resume los acontecimientos que han marcado la semana.
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José Félix Azurmendi
8:23 min
Dos temas han copado la atención de los medios de comunicación en esta semana que concluye, asuntos que con seguridad seguirán siendo los protagonistas en las que siguen: pandemia y elecciones en los Estados Unidos de América. Uno y otro hace mucho tiempo que dejaron de ser de interés local para constituirse en transfronterizos y globales en un mundo achicado por la red de araña de la comunicación planetaria. Lo que suceda en las elecciones norteamericanas nos afecta a todos, pero no parece explicación suficiente para vivirlas con pasión, como si nos fuera en ello la vida, aunque solo fueran en realidad los apasionados los periodistas y analistas políticos y sus plataformas, y que hubieran acertado los que en los medios masivos de comunicación y entretenimiento optaron por no alterar su programación habitual, conscientes de que a las mayorías les quedaba lejos y confuso.
Unas mayorías, por cierto, que parecen resistirse a tomar conciencia de la gravedad de la pandemia y a actuar en consecuencia. No se me ocurre otra explicación a ciertas reacciones sobre las medidas adoptadas en todos los territorios vascos, como si se tratara de un atropello injustificado a nuestros intereses de ocio y negocio. En Nafarroa primero, en Iparralde después y en la Comunidad Autónoma Vasca ahora, se han adoptado unas medidas más severas, que tienen en el cierre de bares y restaurantes su plasmación más evidente, para tratar de poner freno a una pandemia desatada. No hay que descartar que sean seguidas por otras y que sean esas más rigurosas todavía, hasta que se dé con las vacunas, hasta que aprendamos a convivir sin infectarnos y sin infectar, porque tomamos las precauciones debidas.
Pandemia, y elecciones en unos Estados Unidos más desunidos que nunca
Con Berlusconi ya era obligada la pregunta de cómo era posible que en un Estado con la tradición y el peso cultural y político de Italia, con unos ciudadanos tan exquisitos como los italianos, pudiera mantenerse al frente del Gobierno un personaje tan impresentable como il cavaliere. Con Trump se imponía la misma pregunta, agravada por el hecho de que está al frente del Estado más poderoso del mundo. Algo debe tener que ver en uno y otro caso su hábil utilización de los medios de comunicación, la televisión, las redes sociales. Y algo debe tener que ver, seguramente, con lo que los viejos marxistas han venido sosteniendo de que el poder está en realidad en manos de transnacionales, de que los poderes fácticos son otros, y a ellos sirven los Berlusconi, Trump y Bolsonaro, y solo mientras así sea.
Ha dicho uno de los hijos de Trump que la suya no es una república bananera, a la hora de llamar a una guerra total contra los burócratas federales y sus artimañas. Ningún dictadorzuelo de república bananera alguna es comparable sin embargo con el actual presidente de los Estados Unidos, porque ninguno había caído en el dislate, desde la presidencia misma, de cuestionar el sistema que le permite su posición, que es lo que está haciendo Trump. Que buena parte de los medios de comunicación estadunidenses que lo habían tolerado, cuando no impulsado, se le hayan plantado, denota seguramente que Trump ya no les sirve, y también que hayan llegado a la conclusión de que se deben dar prisa a explicitarlo para disimular sus vergüenzas.
Los defensores más inteligentes de una sociedad que se tenía a sí misma por ser la referencia moral democrática y que se está mostrando tan caótica e injusta, sostienen ahora que en realidad el presidente manda poco en un sistema político en el que los contrapoderes funcionan bien, en el que el Capitolio es el que hace las leyes y los jueces las hacen cumplir. Y lo dicen al mismo tiempo que reconocen que el fenómeno del trumpismo se ha hecho con millones de seguidores por encima y al margen del partido republicano, y cuando acabamos de asistir a un nombramiento de jueza vitalicia en una adalid del mismo. Lo dicen, además, obviando el pequeño detalle de que es el presidente quien controla el botón rojo de la guerra nuclear.
Quien más quien menos todos conocemos y hasta podemos tener lazos familiares con descendientes de vascos que emigraron a los Estados Unidos como pastores y otros duros trabajos y que disfrutan hoy de una cómodo posición económica. Los de más edad de ellos votan republicano, y la mayoría de sus hijos vota demócrata, a decir de quienes los conocen bien. Que la primera generación de emigrantes sea conservadora, y hasta de extrema derecha, es un fenómeno muy generalizado, en todos los países y circunstancias; se trata de una reacción muy explicable en quienes tienen qué conservar, recuerdan que a sus mayores nadie les regaló nada y defienden que el sueño americano sirve a todos si se trabaja. Sucede con los vascos, y con todos los emigrantes en general.
No dejaba de pensar en esto cuando veía la importancia que adquirían los resultados en un modesto Estado como el de Nevada, apenas conocido salvo por sus casinos y otras excepciones ociosas, en el que echaron raíces buena parte de nuestros emigrantes. En ese Estado se encuentra el pequeño condado de Elko, destino de no pocos de ellos. En Elko acaban de sufrir un golpe que ha conmocionado a toda la comunidad, cuando un agresor de 24 años tiroteó a la joven estudiante de 16 años Kylee Leniz, nieta de Tony Leniz, un vizcaino de Gizaburuaga fallecido en 2005 que abrió en 1990 el restaurante Toki Ona, hija de Iñaki Leniz: le tirotearon, al parecer aleatoria e indiscriminadamente, mientras atendía en la taquilla de un McDonalds.
Para volverte loco y disparar tienes que tener con qué, y en los Estados Unidos eso no parece ser un problema: tampoco entre los vascos trumpistas.