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JOSÉ FÉLIX AZURMENDI

Crónica de Euskal Herria, 12 de diciembre

José Félix Azurmendi analiza cada semana en Crónica de Euskal Herria la actualidad. En su sabatina, resume los acontecimientos que han marcado la semana.

  • ACTUALIDAD. ANALISIS. EUSKAL HERRIA. JOSE FELIX AZURMENDI.

    José Félix Azurmendi

    9:57 min
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Conocí a un director de periódico que defendía que las noticias delicadas había que tratarlas al segundo bote: su verdadera pasión era el frontón, y sus imágenes y ejemplos lo reflejaban a menudo. Pero el periodismo, la noticia, exige responder a botepronto si es preciso para que no te la roben, y en el frontón, el segundo bote es falta: también yo soy aficionado a la pelota.  Y, a botepronto, porque hablo de oídas e impresiones, se me ocurre que lo que más preocupa en este momento a la mayoría es cómo celebrarán las Navidades, y lo que más ocupa, las vacunas. 

 

La pandemia es percibida de manera muy diferente si ha afectado a alguien de casa, y no digamos si el afectado eres tú mismo. No es lo peor del coronavirus que no se note, pero sí es lo que explica la frivolidad con la que se convive con él hasta que ya es demasiado tarde. Los administradores de la cosa pública están obligados a dar instrucciones y consejos, y seguro que lo hacen lo mejor posible, buscando el mejor equilibrio entre derechos en colisión, pero no parece que les ocupe y preocupe en exceso que un territorio bastante reducido como nuestra Euskal Herria tenga recomendaciones e instrucciones diferentes y en ocasiones contradictorias, dependiendo de quién gobierne en cada una de sus Administraciones. 

Y en estas andábamos, cuando nos llega la esperpéntica noticia de esa grotesca mini-orgía de nivel local -nada que ver con las orgías belgas de los europarlamentarios-, que unas docenas de jóvenes y “jóvenas” montaron en un convento de monjas. Escribes en el buscador de Internet Derio-fiesta-convento y te salen un rosario de informaciones encabezadas por un sugerente y tentador titular que te lleva a imaginar una juerga con religiosas y faunos de por medio, cuando la realidad era menos espectacular: sesenta y ocho irresponsables convocados para beber y bailar -sin máscara por supuesto, que no es carnaval- en una hostería alquilada, eso sí, a las monjas clarisas, las mismas que rezan para que gane tu equipo de fútbol, docena de huevos mediante. Una vez más se cumple el cínico eslogan profesional de que la realidad no te estropee un buen titular. 

 

Cuando veo y oigo las protestas de esos militares españoles preocupados por lo que consideran deriva social-comunista-secesionista del Gobierno español; cuando oigo las protestas y denuncias de los dirigentes de Vox y de no pocos de los del PP porque ven peligrar su idea de España, y también sus intereses, me acuerdo de un libro que escribió la editora Esther Tusquet que tituló “Habíamos ganado la guerra”, un relato en primera persona de la infancia y adolescencia de una hija de la burguesía catalana en el privilegiado ambiente de los vencedores de la guerra civil. La escritora y editora desnuda en el libro a los suyos, desnuda a los que sostienen que “en la guerra perdimos todos”: no todos perdieron, algunos ganaron y mucho; y no solo la familia Franco, y no solo en España, también en Euskadi, y nunca se les pidieron ni rindieron cuentas por ello. Mayor Oreja lo explicó bien en su día cuando sugirió que le parecía razonable que durante unos años, de transición, se atendiera a las reclamaciones de los perdedores, que se les permitiera alguna forma de resarcimiento, pero que eso debía estar acotado, darle un tiempo, que entendía cumplido cuando lo expresó así. 

 

Han resucitado algunos estos días el concepto de las dos Españas, la republicana se supone, y la monárquico-franquista. Parece más correcto hablar de la España de los privilegiados, a los que se han incorporado algunos de los que venían de la perdedora y ven también ellos sus prerrogativas amenazadas, y la España de los de abajo, de los que perdieron lo que la República y los movimientos populares parecían prometer. El General de División de Infantería de Marina en la Reserva Juan Chicharro Ortega y presidente de la Fundación Francisco Franco no es un enloquecido general, tiene un discurso elaborado sobre lo que es democracia y no, y lazos incluso familiares con Vox. Dice él que España se encuentra inmersa en un caos de escándalos políticos y que el sistema autonómico hace aguas; dice que el señor Sánchez -así le llama al presidente- empatiza con los representantes políticos de ETA, que Cataluña sigue secesionista y desafiante, y se acuerda también de que las colas del hambre y el paro crecen, y de que mientras el Gobierno sigue sin percibir responsabilidades por la incompetente gestión de la pandemia y sus 50 mil muertos, aparece el “Gobierno socialista/comunista/secesionista, o sea el Gobierno del Frente Popular”, con su Ley de Memoria Democrática, “remate de la Ley de Memoria histórica”. A Chicharro, y a otros muchos con él, les parece o les conviene creer que este Gobierno pide cuentas a los ganadores de la guerra, y se olvida de pedirlas a los asesinos comunistas, anarquistas, etarras, frapistas y graperos. ¡Como si ellos hubieran ganado la guerra!, le falta decir. 

 

Termino con una obligada referencia al rey que lleva el inmerecido título de emérito, en boca de todos esta semana por su intento de saldar las deudas con Hacienda como si fuera un acto voluntario, como si nada tuviera que ver con que se hubieran hecho públicas sus trampas. Nadie se lo ha creído, pero todos, amigos y adversarios, dan por supuesto que se librará así de ser tenido como delincuente fiscal y podrá regresar a palacio libre de polvo y paja. Son muchos ahora, incluso los que nunca se interesaron por los navideños mensajes reales, los que se disponen a escuchar el de este año en boca del Rey, su hijo, para ver cómo torea la situación, por si repite aquello de su padre de que todos los españoles son iguales ante la ley y demás.

 

También en Euskadi , hay monárquicos viejos y notables, no solo en Getxo y San Sebastián, no solo entre los aristócratas que deben a la monarquía estatus y honores: también entre los banqueros, empresarios y políticos. Son parte del tinglado, si cae la cabeza cae todo. En los últimos años, las visitas reales han sido frecuentes entre nosotros: han sido muchos los que se sentían honrados con ellas, y no solo entre los de siempre. No será fácil que eso cambie, aunque el emérito haya hecho tantos méritos.