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Crónicas de Amèlie

23 PASEOS

"23 paseos", una historia serena sobre el amor en la tercera edad

AMÈLIE

Amèlie nos recomienda esta semana "23 paseos", la historia dos desconocidos que han sufrido por circunstancias de la vida y que se conocen mientras sacan a sus perros

  • CRITICA. RESEÑA. CINE. 23 PASEOS. AMELIE. RADIO VITORIA

    23 paseos

    5:04 min
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Solemos considerar nuestra vida falta de emociones tendiendo a proyectar nuestros deseos frustrados en comparación con los demás. Y es comparar muy humano, sí. Y tan osado como dañino; tan simplista como cínico, acolchando con terciopelo y oropeles la poltrona del ombligo propio, siendo siempre los demás los que tienen suerte, los que viven mejor, los que gozan de salud, belleza y riqueza, los que -en definitiva- han sido tocados por la Gracia que a nosotros nos rehúye.

Y resulta curioso que nos creamos tan especiales como para denostar la magia que nos sucede a diario y ningunearla como si no fuese tal, asomados siempre por la ventana esperando a que nos llegue ese algo que admiramos cuando sucede al de enfrente, pero que no valoramos cuando se gesta en la vida propia. Desgraciadamente, un clásico de nuestra especie: anhelar en vez de amarrar y dejar escapar. El de caer en la cuenta cuando es demasiado tarde y la magia ya quedó atrás.

Hoy igual que ayer e igual que lo será mañana y pasado también, en casa de Fern manda Henry -un pequeño Yorkshire Terrier- y en la de Dave, Tili -toda una Pastor Alemán-. Así que a la hora que cada día dictan las necesidades caninas, enfilan el mismo camino que desemboca en el mismo parque donde sus perros corren mientras ellos dejan trocitos de vida pasar.  

Serán los primeros cruces en el camino desconfiados por miedo del pequeño Terrier a la gran Pastor Alemán y por desconfianza de esta recepcionista al borde de la jubilación hacia este ingeniero ya jubilado. Con un dubitativo sí ella accederá a que él le enseñe el bosque donde hay menos gente con la que tropezarse y mejores prados para correr. Y así, desde la posición incierta desde la que se accede a proposiciones sin la certeza de haber tomado en firme decisiones, cada día a la misma hora volverán a encontrarse para dar un nuevo paseo.

Hasta el noveno no conocerán sus respectivos nombres permaneciendo así en la seguridad de las situaciones de las que uno puede zafarse sin dar explicaciones tan pronto como se sienta incómodo. Una vez desvelados, seguirán paseando mientras él le enseña italiano para que se desenvuelva con la familia política de su hija cuando acuda a su boda en Catania, y ella le habla de sus tiempos como cantante y bailarina, y de sus malas experiencias con los hombres que, al final, siempre le han dejado sola.

Será el paseo decimotercero el que marque una diferencia significativa, y no solo porque les acompañarán sus dos nietos a pasear sino porque, después, Dave invitará a Fern a cenar a su casa en un ambiente cálido, quizá demasiado romántico, pero sin presiones. Con ganas, pero con la confusión de dos personas heridas que han olvidado cómo se desenvolvían al llegar a la cama, aunque sabiendo que añoran aquella compañía. Quizá solo sea necesario un paseo más para que todo avance.

Y lo hará, pero no como Fern había imaginado tras aquella noche. Armado con la seguridad que dota haber tomado una decisión desde la convicción, Dave la llevará a un lugar para que conozca a alguien muy importante para él, y así dejen de estar en duermevela y quede todo claro para poder comenzar la relación que desean.

Esa persona será su mujer, a la que Fern había dado por muerta por deducción; y ese lugar será una clínica en la que la ingresaron cuando su mente se apagó borrando recuerdos, emociones y sentimientos, y dejando un cuerpo inerte cuyos días pasan frente a una ventana recibiendo las visitas de un marido y una hija a los que ya no recuerda. Serán solitarios los cinco siguientes paseos, y no se verá capaz Fern hasta el décimo octavo de enfrentar a Dave y perdonar que le mintiera para asumir juntos esa cruel realidad, o guarecerse del dolor y decir adiós a su último amor.   

El paso del tiempo hará que la película británica 23 paseos quede olvidada, pero siempre que sea revisitada conservará la dignidad de su mensaje. Uno que reivindica en palabras de Paul Morrison, su director, "que los viejos también disfrutan y necesitan intimidad sexual".

Una historia pausada, simple pero compleja, agradable, aunque dolorosa, con momentos divertidos y, en ocasiones, incluso aburridos. Sencillamente, una historia como la que podría estar sucediendo en cualquier parque de cualquier ciudad en el que se crucen dos personas con la vida a cuestas, pero con ganas todavía de generar nuevos recuerdos cuya magia se cuele en el más anodino de los paseos.