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Análisis

La batalla de Tahrir

Mubarak quiere demostrar que controla el poder, para ahuyentar el fantasma de lo que le sucedió al expresidente tunecino Ben Alí.

Jesús Torquemada

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La estrategia del presidente de Egipto, Hosni Mubarak, es clara: recuperar como sea el control de la plaza Tahrir de El Cairo, convertida en el centro de la revuelta contra él.

No puede permitir que la oposición siga desafiándole en la calle durante más tiempo. Quiere demostrar que controla el poder, para ahuyentar el fantasma de lo que le sucedió al expresidente tunecino, Zine El Abidine El Ali, que también intentó resistir, pero no tuvo fuerza suficiente y tuvo que acabar escapando de Túnez.

Para ello, Mubarak ha movilizado a sus partidarios, reforzados con policías de paisano, y los ha lanzado contra sus contrarios atrincherados en Tahrir.

En última instancia, la gravedad de los enfrentamientos debería obligar al Ejército a intervenir desalojando de la plaza a partidarios y contrarios de Mubarak, con lo cual el presidente habría conseguido su objetivo de limpiar la plaza.

Hasta ahora, el Ejército ha mantenido una falsa neutralidad: no ha actuado contra los manifestantes contrarios a Mubarak, pero tampoco ha hecho nada para protegerlos de los ataques de los partidarios de Mubarak. Esa postura la han podido mantener los militares mientras la situación era pacífica, pero si los partidarios de Mubarak elevan aún más la tensión, los militares tendrán que acabar actuando.

Ayer el Ejército permitió una auténtica batalla campal, pero si los muertos se empiezan a contar por decenas, los militares tendrían que hacer algo para no ser testigos mudos de una matanza.

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