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Análisis

La difícil disyuntiva de los militares egipcios

A las Fuerzas Armadas les está llegando el momento de definirse: o reprimen al pueblo, cosa que han prometido reiteradamente no hacer, o echan ellos a Mubarak.

Jesús Torquemada

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La situación es extremadamente tensa y confusa en Egipto.

Mubarak se podría haber ahorrado el discurso de ayer, porque lo que ha dicho es casi lo mismo que ya dijo en el del 1 de febrero: que no se va a presentar a las elecciones de septiembre, que se irá tras entregar el poder a quien gane esas elecciones, pero no antes, que está muy orgulloso de toda su trayectoria, que entrega parte de sus poderes al vicepresidente Suleiman, sin precisar cuáles, y que la misión de Suleiman es poner en marcha la reforma de algunos artículos de la Constitución, en concreto los que regulan las elecciones.

No hay ninguna novedad; en todo caso, un tono más amenazante. Y a continuación sale en televisión Suleiman también amenazando: que ya es hora de que los manifestantes se vayan a casa y que no hagan caso a los medios de comunicación extranjeros, que les están engañando.

Y para aumentar la confusión, esa extraña reunión de los máximos jefes militares y su "comunicado número 1", en el que anuncian que siguen de cerca todo lo que sucede, que respaldan "las legítimas aspiraciones de los egipcios", pero cualquiera sabe qué entienden ellos por legítimas aspiraciones, y que protegerán la patria y las propiedades de la gente.

Una puesta en escena que recuerda demasiado a las juntas militares golpistas. Mubarak y los suyos están preparando el terreno para acabar por la fuerza con la protesta popular y a las Fuerzas Armadas les está llegando el momento de definirse: o reprimen al pueblo, cosa que han prometido reiteradamente no hacer, o echan ellos a Mubarak.

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