Sociedad -
Veranos en la costa vasca
La Duquesa de Alba, más de 60 veranos enamorada de La Concha
Amante de la costa y la cocina vascas, Cayetana Fitz-James Stuart era la propietaria del donostiarra Palacio de Arbaizenea, al que acudió religiosamente durante los últimos 63 veranos.
I.G. / EITB.EUS
La Duquesa de Alba se enamoró de Donostia cuando apenas contaba con 25 años. La Concha, su lugar “favorito” de la ciudad, la gastronomía vasca y las tardes de compras por las mejores tiendas de Iparralde unieron a Cayetana Fitz-James Stuart con el País vasco hasta el final de sus días.
Heredó de su primer marido, Luis Fitz-James Stuart, el palacio de Arbaizenea, un edificio clásico ubicado en una pequeña colina en el corazón de la capital guipuzcoana. Hasta allí viajó cada verano durante los últimos 63, lo que la convirtió en una "veraneante más" a los ojos de los bañistas donostiarras.
El palacio fue la residencia familiar donde los duques pasaron parte de sus vacaciones de verano: el clima, la buena cocina y la práctica ausencia de paparazzis sedujeron la Cayetana durante más de 60 veranos.
A pesar de estar aquejada de severos problemas de salud, la Duquesa se empeñó en seguir pasando sus veranos en Donostia, algo que consiguió hasta este mismo mes de julio, cuando su familia la acompañó en su estancia en Arbaizenea.
“Me gusta mucho San Sebastián, llevo viniendo desde los 25 años”, dijo hace un par de veranos, frente a La Concha, “mi sitio favorito de la ciudad”.
Ese día, delante de las cámaras de EITB, la Duquesa de Alba se atrevió a cantar la Marcha de San Ignacio en euskera, sorprendiendo a propios y extraños.
Habitual en el balneario de La Perla y amante de los mejores restaurantes guipuzcoanos (le entusiasmaban los chipirones con cebolla de ‘Casa Nicolasa’), Cayetana también visitaba con frecuencia la costa vizcaína: hace dos años se dejó ver junto a su marido, Alfonso Díez, y varios amigos por Getxo. Se acercó a los acantilados y comió en el restaurante Cubita, junto al molino de Aixerrota.
Algo que tampoco fallaba durante sus veranos “vascos” era la visita a tiendas de antigüedades en Biarritz o San Juan de Luz donde, según ella misma contaba, se sentía más protegida de los fotógrafos y más anónima por la calle.