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La trágica y mortífera galerna del 'Sábado de Gloria' de 1878

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Viajamos en el tiempo con el escritor Álvaro Arbina, quien nos sumerge en una de las mayores tragedias de la costa cántabra. Fallecieron 322 pescadores, 132 cántabros y 190 vascos.

  • Galerna con el ratón de Getaria al fondo. Foto: Antonio Dominguez. Flicker

    Galerna con el ratón de Getaria al fondo. Foto: Antonio Dominguez. Flicker

    11:19 min
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La galerna es uno de los fenómenos meteorológicos más espectaculares que tenemos en nuestro país y que consiste en un fortísimo temporal de viento que aparece sin avisar, muy traicionero y que siempre va precedido de un ambiente plácido, tranquilo e incluso caluroso que para nada hace pensar en la llegada de este súbito vendaval. En la actualidad aún se desconocen algunos aspectos que favorecen su formación, de ahí la dificultad para predecirlas. En líneas generales, el proceso se origina por la interacción de dos masas de aire de diferentes características. La primera llega desde el mar y es húmeda y fría y la segunda, es la que se encuentra sobre la meseta, mucho más cálida y seca.

Este choque produce, en apenas unos minutos, un brusco cambio en la dirección del viento de suroeste a oeste-noroeste y fuertes rachas que pueden alcanzar los 100km/h. La temperatura cae bruscamente unos diez grados en apenas quince minutos y el temporal marítimo que se origina puede generar olas de más de 8 metros de altura. Durara alrededor de una hora infernal. Después todo volverá a la normalidad. Es una avalancha marina. Una estampida. Siembra el terror y después se va.

Una de las más trágicas y mortíferas que se recuerda fue la del ‘Sábado de Gloria’ de 1878.

Se sabe que la navegación en el Cantábrico se remonta a hace más de 3.000 años. Y aunque con los siglos las embarcaciones crecieron en tamaño y resistencia, lo cierto es que hasta fechas recientes no han sido más que diminutas barquichuelas frente a la desproporcionada magnitud de una galerna del Cantábrico. Todos sin excepción temían en siglos pasados la llegada del frente: desde los grandes buques que trajeron a Carlos V a España en 1517 y a Felipe II en 1559, y que desaparecieron respectivamente en Santander y Laredo poco después de los reales desembarcos, hasta los numerosos y humildes barcos de pesca de las localidades costeras. Un dicho marinero rezaba que “barco sin cubierta, sepultura abierta”.

Pero, si nos referimos a número de víctimas y al salvajismo del temporal que quedó grabado en la memoria y las crónicas, los habitantes de estas costas guardan un especial recuerdo para la que probablemente es la más famosa de todas y que tristemente ha pasado a la historia como “La Galerna del Sábado de Gloria”.

Esa tarde toda la población pescadora se agolpaba en los puertos y en la costa viendo cómo sus familiares intentaban ganar la costa a bordo de las lanchas y traineras. Perderían la vida 322 pescadores ahogados en el Cantábrico (132 cántabros y 190 vascos) y la conmoción provocada en el país sería muy importante. A partir de este desastre se introducirían mejoras en la navegación (cubierta corrida, partes meteorológicos, salvamento de náufragos, etc.).

A las cinco de la mañana del sábado 20 de abril de 1878 zarpaban de las dársenas del cantábrico multitud de lanchas mayores, barcas y traineras. El día prometía y soplaba una brisa suave del nordeste, lo que hacía presagiar los mejores augurios para unos hombres habituados a mares más agitados que el que ahora se presentaba. Sin embargo a mediodía el viento ya había rolado al sur, y repuntaban rachas fuertes hacia el oeste. Algunos patrones sospecharon lo peor y arriaron las velas mayores emprendiendo de seguido la vuelta a puerto, aunque la mayoría siguió con el trabajo para no regresar de vacío. La mayor parte de las lanchas, abiertas y sin cubierta, faenaban a unas quince millas de la costa, de modo que cuando se desató la galerna no tuvieron ni la más mínima oportunidad de tocar puerto en busca de refugio. Todas fueron dispersadas con los primeros embates del temporal mientras las tripulaciones, izando la pequeña vela que llamaban “la unción”, en popa, procuraban alcanzar tierra en una desesperada carrera contra el desastre. Otras, sin embargo, decidieron dejarse llevar por el temporal sin vela alguna, paralelas al litoral y hasta donde la fuerza del viento tuviese a bien arrastrarlos.

Con el empeoramiento del tiempo familias y vecinos empezaron a congregarse en los muelles, o a subir a los altos acantilados totalmente aterradas. Ni siquiera los más viejos recordaban un mar tan embravecido. El agua y el cielo se confundían en una sola masa liquida, plomiza, salpicada de espuma. El oleaje rugía y saltaba hecho pedazos en las rocas del litoral. A las cuatro de la tarde comenzaron a llegar a algunos puertos algunas lanchas desarboladas y varias goletas mercantes que habían conseguido rescatar a los primeros náufragos. Llegó la noche y nada se sabía aún de la mayoría de embarcaciones. Durante aquella larga madrugada nadie pegó ojo. Mientras tanto, empezaron a llegar noticias de destrozos en la costa y de barcos perdidos en otros puertos.

Con la llegada del Domingo de Resurrección se confirmaron las peores sospechas y empezó el fatídico recuento de bajas. En Cantabria habían perecido ahogados ciento treinta y dos pescadores, mientras que entre Bizkaia y Gipuzkoa la cifra de desaparecidos sumaba otros ciento noventa. En total fueron más de trescientas las personas que sucumbieron en aquella tarde tragados por la galerna junto a sus embarcaciones. La impresión causada por aquella tragedia en el litoral cantábrico y en toda la nación fue desmedida. Se sucedieron multitud de gestos de solidaridad con las familias de los fallecidos. Se promovieron cambios en las embarcaciones de pesca, que desde entonces empezaron a incorporar cubiertas corridas. También comenzaron a establecerse mejoras en los servicios de predicción meteorológica y se empezó a desarrollar el servicio de Salvamento de Náufrago.