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Álvaro Arbina

Lope García de Salazar, el gigante banderizo

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Nos remontamos hasta las guerras banderizas para conocer las hazañas de Lope García de Salazar, uno de los hombres más poderosos del Señorío de Bizkaia.

  • Estatua de Lope García de Salazar en Portugalete

    Estatua de Lope García de Salazar en Portugalete

    12:10 min
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En El Armario del Tiempo viajamos hasta la Edad Media de la mano de Álvaro Arbina. En 'Boulevard Magazine' de Radio Euskadi nos remontamos hasta esos años sangrientos de las guerras banderizas, entre los bandos ganboinos y oñacinos, que es una forma sencilla de simplificar una interminable serie de enfrentamientos a lo largo de las décadas, donde lucharon todos contra todos, nobleza contra campesinado, nobleza contra villas, y nobleza contra sí misma.

Una de las principales fuentes sobre las guerras banderizas es Las Bienandanzas e Fortunas de Lope García de Salazar, escrito hacia 1471. El libro que Lope escribió durante su cautiverio, está considerado por muchos como el primer libro de historia de Bizkaia y su autor como el primer historiador del Señorío.  

Lope de Salazar anduvo metido en batallas desde la temprana edad de 16 años. A los 18 mató a su primer enemigo, con el que inauguraría una triste lista de muertes violentas, que escandalizaron hasta al rey Enrique IV. Era uno de los hombres más poderosos del Señorío de Bizkaia.

Desde su castillo de San Martín de Muñatones, en Somorrostro, Lope García de Salazar lideraba un pequeño ejército de banderizos formado por parientes y escuderos, con los cuales luchaba en contra de otros bandos familiares rivales. Unos y otros llevaban más de un siglo matándose, robándose propiedades y mujeres, y haciéndose daño por todos los medios imaginables. Nacido en 1400, Lope era un hombre con un físico gigantesco; por el estudio que se ha hecho de un hueso fémur de su esqueleto se le calcula una altura de dos metros diez. 

La residencia de Lope, desde los cimientos al tejado, era inexpugnable. Esas fortalezas tenían un fin expresamente defensivo, la puerta, por ejemplo, no estaba a la altura del suelo, sino que se encontraba en el segundo piso. Se accedía, pues, por una escalera de madera, que se retiraba en caso de ataque enemigo.

Lope García de Salazar fue uno de los banderizos cuyos continuos excesos motivaron que en 1457 Enrique VI los desterrara a la frontera andaluza, castigo que Lope no llegó a cumplir, pues el banderizo hizo buena su reputación, fugándose al poco de llegar a la frontera andaluza.

De su matrimonio con Juana de Butrón, descendiente de una de las familias más poderosas del bando oñacino, Lope García de Salazar tuvo una veintena de hijos legítimos, de los que nueve llegaron a edad adulta. Su afición a las mujeres y su gran capacidad sexual, motivaron que mantuviera varias mancebas simultáneamente hasta entrados los setenta años, concibiendo muchas docenas de hijos bastardos que fueron incorporándose a su parentela y nutriendo su ejército.

Lope desarrolló una inteligente estrategia de acrecentamiento del poder de su familia, colocando a sus numerosísimos descendientes en casas fuertes de todo el territorio, fortificando su castillo, armándolos adecuadamente y fomentando toda clase de negocios que le convirtieron en un hombre extremadamente poderoso. Sin embargo, el destino jugó decisivamente en su contra cuando se encontraba en la cúspide del éxito. Sus hijos mayores fallecieron en distintos combates y su esposa se hartó de sus continuas infidelidades y humillaciones, y se le enfrentó con una virulencia inimaginable para una mujer de aquella época.

La decisión de Lope García de Salazar de mantener los derechos sucesorios de su nieto Otxoa, primogénito de su heredero, que había muerto en 1462 combatiendo al servicio del rey, exacerbó su enfrentamiento con su esposa. Juana defendía el derecho del primer vástago superviviente, Juan; éste consiguió llegar a acuerdos con el resto de hermanos, comenzando una inteligente labor de aislamiento del padre que acabó en su captura y encierro en su propia torre del castillo de Muñatones.

Durante los siguientes cinco años, Lope hizo toda clase de gestiones legales para tratar de ser liberado y recuperar sus derechos; pero sin éxito. Mantuvo continuos enfrentamientos con su hijo porque, aunque le permitía mantener un par de mancebas con las que distraerse y que a la vez le cuidaran, Juan a veces se acostaba con una de ellas para provocar a su padre. Es en esos día cuando el temido banderizo ocupó el abundante tiempo libre en escribir su libro Bienandanzas e fortunas en el que relató sus conocimientos de la historia del mundo, su linaje y su vida.

Una noche, a pesar de contar 76 años y de su enorme corpulencia y peso, Lope García de Salazar consiguió descolgarse de su encierro en lo alto de la torre empleando para ello unos diez metros de sábanas anudadas. Descalzo y con los pies y manos ensangrentados a causa de las heridas causadas en el descenso, recorrió los ocho kilómetros que le separaban de la torre de Atxuriaga en Galdames, que ya no existe, porque allí vivía una nieta del banderizo que solía visitarle en su encierro.

Al conocer Juan la noticia de la huida de su padre hizo repicar todas las campanas, reunió a su gente, y todos juntos salieron con los perros a rastrear el paradero del intrépido y anciano banderizo. Cuando lo encontraron, Lope García de Salazar negoció su entrega a cambio de que se le permitiera salir periódicamente y escoltado de su prisión para poder disfrutar de su dinero con sus muy diversas aficiones. El trato fue aceptado; a partir de entonces fue tratado con más respeto y disfrutó de sus salidas escoltado.

Durante uno de sus paseos por Portugalete el anciano banderizo se escabulló de su escolta y se encerró en la iglesia de Santa María. Al tratarse de un lugar sagrado e inviolable, sus guardianes no se atrevieron a franquear la puerta, rodeando el edificio para que no escapara. Lope quedó allí viviendo y se fue aprovisionando de comida y armas, traídas a escondidas por sus mancebas. Se instaló en el coro de la iglesia; desde allí, durante las misas, explicaba a voces los atropellos que había padecido a manos de su familia. En otros momentos se subía al campanario y tocaba las campanas para llamar la atención de los villanos, relatando a gritos los agravios padecidos.

Pasados unos días, preocupados por lo mucho que Lope llamaba la atención, los carceleros superaron sus escrúpulos religiosos y escalaron hasta el campanario; descendieron después hasta la iglesia y se acercaron al coro donde estaba atrincherado Lope; pero se encontraron con que este ya les esperaba, con sus dos metros diez y sus 76 años, armado de coraza y lanza, y dando grandes gritos.

Ante el riesgo que suponía acercársele, uno de ellos optó por lanzarle piedras con una honda hasta que logró herirle en una pierna. Así lograron desarmarle; entre grandes protestas lo llevaron de vuelta a rastras hasta la torre. Pocos días después Lope enfermó gravemente junto con la más joven de sus hijas bastardas, una niña que acostumbraba a comer con él.

Los síntomas, fuertes hinchazones de lengua, garganta, cara y vientre, vómitos y alucinaciones, apuntaban a que la comida, que preparaba personalmente la manceba madre de la niña, había sido envenenada. Durante varios días Lope acusó a gritos a su hermanastro bastardo Juan de Salazar “el de Barakaldo” de haber sido quien dio la orden de envenenarlo; esto parece probable, pues su hermanastro era el encargado de su guarda en ausencia del pariente mayor. Lope y su hija bastarda murieron entre grandes dolores y poco tiempo después Juan “el de Barakaldo” también falleció.