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Álvaro Arbina

Los cirujano-barberos, lo mismo sacaban muelas que practicaban sangrías

EITB Media

Viajamos al siglo XV para descubrir cómo fueron los primeros pasos de una ciencia que hoy permite que la medicina salve millones de vidas.

  • The Knick. YouTube

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    13:08 min
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En El Armario del Tiempo de "Boulevard Magazine" de Radio Euskadi rescatamos la figura de los cirujanos-barberos, figura que parece que estuvo muy extendida por toda Europa durante siglos junto con todo tipo de prácticos y sanadores. Los cirujanos-barberos que obtenían prestigio dejaban de ser ambulantes y se establecían en un local. En Vitoria, por ejemplo, fueron muy abundantes y prósperos, especialmente en la comunidad cristiana. 

Según la rudimentaria ley sanitaria de entonces estaban autorizados a realizar cirugías, sacar dientes y muelas, poner ventosas y sanguijuelas y sobre todo a hacer sangrados. El mayor de los remedios de la antigüedad, la especialidad de estas personas, esa especie de remedio vale-todo en tiempos pasados. Según la obra de Galeno, el gran médico del siglo II que estableció las bases teorías para los sangrados, él concebía la buena salud en base al flujo sanguíneo. De esta forma, se asentó la creencia de que la mayoría de las enfermedades estaban originadas por las «obstrucciones» de este flujo o por la presencia de humores venenosos. Así que este era el principal remedio para restablecer el equilibrio interno, y era tan habitual como hoy las aspirinas.

La forma de realizarse era sentar al paciente en un taburete de poca altura y meterle el brazo izquierdo en agua caliente para que se le ensancharan las venas. Después lo estiraba y cogía un recipiente en la otra mano para recoger la sangre, la cual se extraía mediante una incisión en una de esas venas en sentido longitudinal con una aguja en forma de gancho. En otras ocasiones preferían hacer el corte en una de las venas de la frente con el paciente cabeza abajo, después de haberle rasurado el pelo. Y existía una tercera opción más suave en la que se usaban las sanguijuelas.

Hoy en día ser sometido a un proceso quirúrgico de cierta envergadura sin la aplicación de anestesia es algo prácticamente inconcebible. Pero hay que recordar que la anestesia controlada es un invento muy reciente. Hasta mediados del siglo XIX, la cirugía sin anestesia tal y como la conocemos ahora era lo habitual. Pero eso no quiere decir que no se emplearan ciertas substancias. Hay documentos del uso de plantas psicoactivas como la adormidera, la mandrágora o el cannabis, empleadas en torno al año 3 000 A.C. en lugares como la India. También está documentado el uso de las esponjas somníferas entre los siglos VI y XI. Es decir, esponjas que se empapaban con jugos de plantas con propiedades hipnóticas como un método de anestesia ihalatoria. El opio, el alcohol. Pero el uso de estos métodos fue decreciendo con los años, sobre todo debido a que fueron perseguidos por la Inquisición.

En la Italia del siglo XVII, era frecuente la anestesia por hipoxia cerebral, que se lograba con la arriesgada práctica de apretar el cuello del pobre paciente hasta que perdía el sentido. O incluso también estuvo de moda golpear con fuerza en la cabeza para dejar noqueado a quien se iba a someter a la operación. A pesar de todos estos remedios, a comienzos del siglo XIX la gran mayoría de operaciones se practicaban con el paciente plenamente consciente y entre alaridos de dolor, sin mucho más alivio que un objeto para morder y un par de tragos de vino o whisky.

El ambiente en el que tenían lugar, además, tampoco se corresponde con los estándares que tenemos hoy en día. De hecho, muchas de las operaciones se practicaban con público, al que por cierto se permitía fumar durante el proceso. Las operaciones solían celebrarse en salas semicirculares con graderíos para el público, la mayoría cirujanos y estudiantes. 

En esta época, en ausencia de anestesia, el tiempo que se tardase en completar el procedimiento suponía una gran diferencia para el paciente y en la tasa de supervivencia, lo que llevó a una suerte de competición en la profesión por ver quién era capaz de operar más rápido. Esta peculiar metodología le valió gran fama al cirujano escocés Robert Liston, famoso en la prensa por ser "el cuchillo más rápido del West End". Se dice que podía amputar una pierna en apenas dos minutos y medio, y un brazo en la impresionante marca de 28 segundos. También hay que decir que esta espectacular premura causó algunos accidentes a lo largo de la carrera de Liston. En una ocasión, junto a la pierna que trataba de amputar le cortó un testículo a su paciente. En otra, le seccionó los dedos al asistente que sujetaba al paciente. Al contrario de lo que pudiera parecer, Liston tenía muy buena reputación. Gracias a su rapidez salvaba a cerca del 90% de sus pacientes, un porcentaje mucho mayor del común en su profesión.