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Zinemaldia

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Lejos de 'Lejos del mar'

Natxo Velez | eitb.eus

Imanol Uribe vuelve a "su festival", el Zinemaldia, con una película en la que retoma el tema de la violencia de ETA y sus consecuencias. El film abre puertas pero adolece de inverosimilitud.

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Un tanto apabullado y, por qué no decirlo, picado por la curiosidad ante las extremas reacciones de quienes asistieron al pase de prensa de la película de anoche (cuentan que hubo risas y aplausos cargados de ironía y otros han elogiado la cinta), me dispongo a ver ?Lejos del mar?, tercera y última película vasca tras "Mi gran noche" y "Amama" en la Sección Oficial del Zinemaldia aunque fuera de concurso.

Imanol Uribe vuelve a abordar la violencia de ETA y las secuelas de esta en su nueva película, en la que pone frente a frente al asesino de un militar y la hija de este, interpretados por dos muy buenos actores, Eduard Fernández y Elena Anaya; lo hace, además, en el festival que le ha visto llevarse dos Conchas de Oro por ?Días contados? (1993) y ?Bwana? (1996)

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El director donostiarra sitúa la historia en Almería, en el Cabo de Gata y su agreste, árida y áspera orografía, que magistralmente dibujó en su ?Campos de Níjar?, por cierto, el escritor Juan Goytisolo. Y el tono del film es acorde a ese paisaje: seco, minimalista y contenido, gracias, entre otras cosas, a la fotografía del donostiarra Kalo Berridi. Uribe se ha desprendido incluso de toda música en el montaje final, con ese fin.

La película trata un tema incómodo y, por ende, necesario (?Los sentimientos no se pueden enterrar, no desaparecen?, ha dicho Uribe en rueda de prensa) como son las consecuencias de la violencia: perdón, culpa, venganza? Es por ello que abre puertas muy interesantes de atravesar, resortes ineludibles, y eso es siempre de agradecer.

El pensamiento del espectador aborda reflexiones tejidas sobre los mimbres que aporta el guion, sí, pero esos razonamientos discurren, me temo, lejos del desarrollo de los acontecimientos contados, en una línea paralela a la propuesta en la pantalla durante los 105 minutos del metraje ya que es complicado entrar en la historia debido a algunos giros del guion poco creíbles y varios diálogos improbables.

Son quizás un par de diálogos entre los personajes de Anaya y Fernández, los más contextuales pero, a su vez, los más profundos, lo más rescatable de un film que naufraga en su apartado dramático aunque hace llegar, como mensajes en una botella, estímulos para la reflexión.