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Álvaro Arbina

La primera conferencia sobre el cinematógrafo se dio en Murgia en 1892

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El sacerdote burgalés Mariano Díez Tobar fue un adelantado a su tiempo e inventó varios aparatos, como un reloj de pared que obedecía a la voz humana.

  • Cinematógrafo. Wikimedia Commons

    Cinematógrafo. Wikimedia Commons

    12:46 min
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La primera conferencia sobre cine se dio en Murgia en el año 1892, concretamente en el Colegio del Sagrado Corazón de los Padres Paules. Su éxito fue tal que le solicitaron repetirla en Bilbao, ese mismo año. El ponente era un jovencísimo sacerdote de veinticuatro años, perteneciente a la congregación de los Paules, un desconocido para muchos entonces y aún hoy, el padre Mariano Díez Tobar. El tema de la conferencia tenía un título larguísimo, y hablaba de un aparato inédito hasta entonces, y que sin embargo hoy nos puede resultar familiar: el cinematógrafo

Una charla sobre el funcionamiento del cinematógrafo puede no tener demasiado sentido hoy en día, pero las personas que tuvieron la suerte de asistir a ese encuentro científico fueron testigos de un momento clave para la historia contemporánea. Estaban asistiendo al descubrimiento de uno de los inventos más notables y transformadores de nuestro tiempo. Es cierto que para entonces existía ya un carrera técnica en todo el mundo en busca de un sistema que permitiera, a partir de imágenes fijas, crear la sensación de movimiento. Inmersos en esta carrera tenemos a los hermanos Skladanowski en Alemania, a los Lumiere en Francia y al propio Edison en Estados Unidos, que inventó el kinetoscopio y los teatros de sombras.

Mariano Díez Tobar fue un hombre adelantado a su época, capaz de compaginar su vocación científica con su condición de sacerdote y profesor y, mientras tanto, encontrar tiempo para sacarse de la manga varios inventos, algunos más impresionantes incluso que el cinematógrafo. 

Mariano Díez Tobar nació en Tardajos, a diez kilómetros de Burgos, el 21 de mayo de 1868. Aprendió a leer y a contar muy pronto, mientras sus padres cosechaban. «No tengo más que enseñarte», le dijo el maestro un día, alabándolo por un lado y confesando por otro que hasta ahí sabía él; así que Mariano siguió estudiando a diez kilómetros, veinte kilómetros entre ida y vuelta que recorría caminando. De allí pasó al colegio seminario de Sigüenza, en el que ingresó en 1882, con solo catorce años. Después fue a Madrid, donde desarrolló una inclinación por las ciencias físicas y las matemáticas que en los estudios eclesiales de la época no acababan de caber, y finalmente fue trasladado al nuevo colegio de Murguía con veintidós años recién cumplidos. Un colegio que, por cierto, era casi universidad, y donde aún siendo estudiante empezó a impartir clases, y donde también comenzaron algunos problemas que le acompañarían toda la vida. Porque hay que tener en cuenta que él era sacerdote y al mismo tiempo un apasionado y pionero investigador científico, y esto no era visto con buenos ojos por la comunidad católica. 

El padre Mariano no llegó a patentar nunca sus inventos y por eso es una figura desconocida hoy en día.

Estando todavía en el colegio de Murgía inventó varios artilugios más. Uno de los más llamativos quizá fue el icocinéfono, que consistía en una ampliación de su descubrimiento del cinematógrafo. Una vez que había conseguido generar la ilusión del movimiento de las imágenes, quiso también dotarlas de sonido, por lo que su icocinéfono lo que hacía era aplicar el fonógrafo al cine. Como vemos, casi inventa del tirón el cine sonoro, que tuvo que esperar unas cuantas décadas para ser resuelto. 

En Murguía también dejó un curioso artilugio que estuvo en funcionamiento en su etapa de profesor en una de las aulas. Inventó un reloj de pared que obedecía a la voz humana, y que estuvo funcionando en el colegio durante diez años seguidos. Pero no todo queda ahí, Mariano también dejó los diseños del logautógrafo: una máquina diseñada para recoger la voz humana y convertirla en escritura. O el iconoscopio: un aparato capaz de transmitir las imágenes de un lugar a otro. Es decir, una televisión. 

Las conferencias de 1892. Fueron tres años antes de la presentación, por parte de los hermanos Lumiere, del aparato del cinematógrafo.

Mientras Mariano Díez Tobar hablaba sobre estas ideas en Murgia y en Bilbao, los hermanos Lumiere todavía se dedicaban al negocio de la fotografía. Tenían una próspera empresa que dirigían desde Francia y enviaban representantes a otros países para expandir sus ventas. En España, como representante de los Lumiere, encontramos a un ingeniero de origen francés apellidado Flamereau, y hay constancia de que asistió a las conferencias de Mariano y que se reunió con él. Aquí es donde el representante de los Lumiere escuchó la solución al problema que sus jefes llevaban años tratando de resolver. De hecho, no existe en todo esto ninguna adquisición ilícita de patentes y derechos, porque en cada una de sus conferencias, Mariano mostraba un desinterés total en patentar sus inventos. Y es más, animaba a todas aquellas personas que lo deseasen a experimentar y construir el aparato que él presentaba.

Mariano falleció en 1926, tras una vida de malabares entre la vida religiosa y la científica. Su orden religiosa, la de Paúles, lo llegó a investigar por herejía. Tras su fallecimiento quemaron y dispersaron sus documentos.