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Álvaro Arbina

Ramón Blanco, el donostiarra que llegó a Cuba tras las atrocidades de Weyler

EITB Media

Álvaro Arbina narra los hechos que llevaron al general donostiarra Ramón Blanco a convertirse en gobernador de Cuba.

  • Independencia de Cuba. Imagen: Wikimedia Commons

    Independencia de Cuba. Imagen: Wikimedia Commons

    12:10 min
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En El Armario del tiempo, Álvaro Arbina nos traslada hasta octubre de 1897, cuando la Guerra de Cuba llegaba a su fin. El general donostiarra Ramón Blanco Erengas fue nombrado gobernador de Cuba, como sustituto de un controvertido militar llamado Valeriano Weyler que pasaría a la historia por ser el precursor del primer campo de concentración de la era moderna. Cuando el general Blanco desembarcó en Cuba para tomar posesión del cargo, encontró una situación critica. La administración estaba al limite del desorden y la perturbación; el ejército atestaba los hospitales, miles de soldados agotados y anémicos, sin fuerzas para combatir ni apenas sostener sus armas. En la península las noticias tampoco eran buenas. El rechazo a enviar jóvenes inocentes y pobres, la mayoría sustitutos de los acaudalados que podían costearse la exención a la llamada a filas, cada vez estaba más extendido. Cada vez se daban más manifestaciones de madres que pedían que sus hijos no fueran enviados a morir de enfermedades y heridas de guerra a Cuba.

La guerra en Cuba fue muy larga y el general Valeriano Weyler, fue de alguna forma, el responsable de esa terrible situación. Pero ya cuando llegó Weyler al cargo a principios de 1896 la situación era muy crítica. Su nombramiento no fue casualidad: todo el mundo apuntaba a Weyler como el más capacitado para darle la vuelta. Y la verdad es que militarmente lo hizo, durante un tiempo. Se comprometió a ganar la guerra en dos años y estaba dispuesto a cualquier táctica para lograrlo. Nada más llegar a la isla declaró una de sus más famosas consignas: que la guerra no se hace con bombones. Y a ello se dedicó. El nuevo capitán general de la isla había llegado con un plan que representaba una enmienda a la totalidad del de su antecesor. Frente a la estrategia defensiva que se había seguido hasta entonces, optando por dispersar a las tropas para vigilar plantaciones y haciendas, Weyler apostaría por concentrar a su ejército para salir al encuentro de las partidas sublevadas, provincia a provincia, de oeste a este.

Y, a pesar de los retrasos a los que hubo de enfrentarse a causa de las inestables condiciones climáticas de la isla o de las masivas enfermedades que afectaban a su ejército, sus planes militares no tardarían en dar resultados, reflejados, de forma significativa en la muerte del líder rebelde Antonio Maceo, el 7 de diciembre de 1896.

Weyler estaba muy cerca de ganar la guerra en los campos de combate. Pero había un punto fundamental que lo destronaría: perder la batalla decisiva de la comunicación.

Mientras combatían en los campos al frente de sus hombres, Weyler adoptó una serie de decisiones mucho más controvertidas que acabarían por convertirle en uno de los archivillanos de la historia, como lo han llamado algunos periodistas e historiadores.

La más terrorífica fue la de crear lo que él denominó campos de reconcentración. La idea del general era concentrar a los campesinos en un lugar controlado por el ejército, con el fin de evitar que ayudaran e informaran al Ejército Libertador cubano. Lo cierto es que estaban encerrados en campos fortificados por alambradas. Esta política de reconcentración, con la que se decretaba el traslado obligatorio de las gentes del campo al interior de las ciudades controladas por las fuerzas españolas, serían las que le valdrían el epíteto de «la figura más siniestra del siglo XIX», según expresó el diario New York World del magnate de la prensa Joseph Pulitzer, que fue el precursor de la prensa amarilla y también el artífice de la primera gran campaña mediática de la Historia, en este caso contra la administración española en Cuba, porque los estadounidenses también tenían sus intereses en Cuba.

Entre 400 000 y 500 000 cubanos fueron arrancados de sus hogares y separados de sus tierras y sus ganados para ser conducidos hacia ciudades en las que se encontrarían unas situaciones penosas. Weyler había determinado que se reservaran para esos peregrinos forzosos, zonas de cultivo en el entorno de las ciudades con las que pudieran garantizar su propia subsistencia y que se habilitasen alojamientos para estas masas. La realidad no fue así, ni de lejos. Las enfermedades y el hambre se extendieron y las epidemias y la muerte no tardaron en multiplicarse por aquellas fortificaciones urbanas delimitadas por alambradas.

Desde España, el Gobierno conservador de Antonio Cánovas del Castillo intentaba acallar las críticas estadounidenses y también las interiores. Y en estas circunstancias tan inestables para el gobierno, un anarquista italiano que buscaba venganza por varios compañeros ejecutados en el Proceso de Montjuic, asesinó de un disparó al presidente del gobierno Cánovas del Castillo en el balneario de Santa Águeda. Así que con su muerte desaparecía del Gobierno el principal impulsor de la política de fuerza en Cuba y el principal apoyo del general Weyler. Esto llevó a que Weyler abandonara la isla, tras traspasar el poder al general donostiarra Ramón Blanco.