Cerrar

Historia de Álava

Historia de Álava

Historia de Álava

La peste en Alava

La peste del siglo XVI en Álava

La peste tuvo un primer brote en la villa de Agurain en 1564. La gran peste atlántica que asoló Europa a partir de 1596, llegó a Vitoria el 7 de agosto de 1598 y con especial virulencia en 1599.

  • Santa María

    Iglesia de Santa María de Agurain

    24:56 min
imagen player
imagen player
imagen player

Anécdota del incendio de Agurain

Nos trasladamos al 1 de agosto de 1564, a la villa de Salvatierra. Nos vamos a situar en una de las entradas de la ciudad, el portal de San Juan, sobre las diez de la mañana. En ese instante vemos cómo un pequeño fuego comienza a asomar por una de las viviendas. Poco a poco las llamas se contagian a la casa contigua, y de ahí a la siguiente, hasta volverse inmanejables. El fuego comienza a crecer, espoleado por el viento, que lo arrastra por todo el barrio. La altura de las llamas alcanza el tejado de la iglesia de San Juan, que comienza a arder, dejando las bóvedas al descubierto. Es tal la proporción del incendio que afecta a la estructura de la torre de la iglesia y sus campanas caen al suelo con gran estruendo, resonando por toda la llanada.

Doce horas después, el incendio había acabado con toda la villa medieval, a excepción de un horno, de las iglesias de Santa María y de San Martín, probablemente porque estaban construidas en piedra, y de la casa de un tal Pedro Díaz de Santa Cruz, cuyos restos aún quedan en pie en la calle de las Carnicerías. Se rumorea que este pavoroso incendio, que casi acaba para siempre con la villa y la dejó al borde de la destrucción total, no fue en absoluto casual. Algunas sospechas apuntan a que el fuego fue provocado para acabar de una vez por todas con un terrible episodio que sufrían los vecinos, y es que Salvatierra ya estaba sumida desde hace unos meses antes en el caos y el terror, porque se encontraba sometida al azote de la peste.

El día 4 de abril de 1564 el concejo de Salvatierra había recibido las primeras noticias de un brote de esta enfermedad en Zaragoza, por lo que inicia el protocolo sanitario en estos casos. Se cerraron las puertas de la ciudad a cal y canto, colocando guardias para evitar que entrase ningún extranjero en la villa y establecer así un cordón de seguridad en el interior de las murallas. Sin embargo, la medida no fue suficiente y la peste logró entrar con fuerza en la ciudad, llevándose por delante unas seiscientas personas. Los supervivientes enterraban a los difuntos en las iglesias, pero eran tantos que no daban abasto y el olor de la muerte recorría toda las calles, obligando a los vecinos a tapiar las puertas y ventanas de las iglesias para contener los hedores. Las murallas, que tantas veces habían servido como defensa, ahora se convertían en una trampa mortal para los habitantes.

PESTE HORRIBLE

El fuego, en contra de lo que se podría pensar, no contuvo la epidemia de peste, sino que incluso la acrecentó. Los vecinos de Salvatierra desbordaron las murallas y huyeron de la villa devastada hacia las aldeas, cuyos moradores rehusaron acogerlos, puesto que sólo traían consigo miseria y enfermedad. De hecho, al poco tiempo la peste se había cebado también en el mundo rural, llevando la muerte a los campos y sustituyendo la guadaña del campesino por la de la parca.

Los distintos brotes de peste en Álava

La peste no era nada nuevo en Álava. De hecho, podemos presuponer que siempre había estado ahí, a pesar de que no tengamos documentación que nos hable de ella. Además, muchas veces bajo el nombre de peste se engloban otro tipo de enfermedades que quizá no tenían que ver con la bacteria causante de este mal, la Yersinia Pestis, que no fue descubierta hasta el siglo XIX. Sin embargo, desde que esta enfermedad irrumpió con fuerza en Europa en 1346 bajo el nombre de Peste Negra, comenzamos a encontrar datos, aunque sea casi de forma anecdótica, que nos hablan del impacto de estas enfermedades en nuestro territorio. Especialmente conocidos son los brotes que se desarrollaron durante todo el siglo XVI y el XVII, contándose hasta cinco epidemias con diferentes incidencias y que afectaron a distintas zonas de Álava.

La medicina en el siglo XVI

Frente a este tipo de enfermedades y luchando contra ellas encontramos todo un amplio abanico de profesionales sanitarios que, con diferentes metodologías se ocupaban de los enfermos. A este respecto hay que tener en cuenta que los conocimientos médicos del siglo XVI distan mucho de los que tenemos en la actualidad y por lo tanto los y las trabajadoras de la salud no se van a parecer en muchas ocasiones a las que tenemos hoy en día. Además, estas profesiones van a tener diferentes rangos, salarios y estatus social según en qué grupo estén clasificadas. En lo más alto del escalafón tenemos a los médicos, todos ellos universitarios y hombres, debido a la prohibición de las mujeres de asistir a la universidad. Los médicos en esta época nunca tocaban el cuerpo de los pacientes, eran profundamente teóricos y se limitaban a hacer los diagnósticos de las enfermedades y las recetas de los medicamentos que se debían adquirir en la botica.

Por debajo de los médicos encontramos a los prácticos y los barberos-cirujanos. Como su propio nombre indica, este grupo de profesionales lo mismo te cortaban las barbas que te abrían en canal o te hacían pequeñas operaciones, por lo que estos sí que tocaban el cuerpo del paciente. Su conocimiento era práctico, se organizaban a modo de gremios y, por lo tanto, aprendían el oficio de otros maestros. Los gremios solían también marginar a las mujeres y dificultar que llegasen a maestras, pero en ocasiones, cuando se quedaban viudas, heredaban y dirigían el negocio de sus difuntos maridos de manera extraoficial, por lo que también nos podemos encontrar con mujeres que ejercían la medicina de forma práctica.

En la escala más baja de las profesiones relacionadas con la salud en el siglo XVI nos encontramos con los enfermeros y enfermeras, las personas que realizaban los cuidados básicos de los pacientes, que van desde cambiar las sábanas, limpiar y curar heridas, administrar medicinas, hasta en caso de fracaso del tratamiento, enterrar a los pacientes y deshacerse de sus bienes. Era el personal que generalmente se encontraba al cuidado de los enfermos en los hospitales y muchas veces nos encontramos con matrimonios de hospitaleros que viven en estos edificios y que se encargan de todas estas tareas.

Bueno, pues en caso de peste en la ciudad los primeros que desaparecían de allí eran los médicos, por lo que el cuidado de los contagiados, su curación y la contención de la enfermedad recaía casi exclusivamente en manos de los barberos-cirujanos y de las personas relacionadas con la enfermería.

Francisco de Herrera, barbero-cirujano

Uno de los protagonistas de las pestes del XVI, especialmente de la que se desató hacia finales de ese siglo, fue indiscutiblemente Francisco de Herrera, barbero-cirujano. El primer dato que conocemos de él es cuando en 1572 empieza a ejercer su saber en el hospital de Santiago de la Plaza de Vitoria, que se ubicaba donde hoy en día está el Memorial de las Víctimas del Terrorismo. Este puesto estaba pagado por el propio ayuntamiento, por lo que era una especie de funcionario de la época. Debido a este salario municipal debía atender de forma gratuita a los enfermos pobres, si bien eso no quitaba que también pudiese ejercer la cirugía o la barbería de forma privada y buscar pacientes fuera de sus obligaciones del hospital.

La peste de 1599 y sus primeros brotes

La valía de Francisco de Herrera se va a poner a prueba con la conocida como peste atlántica, un mal que afectó desde el mar del Norte hasta Marruecos hacia finales del siglo XVI. Las primeras noticias de la existencia de esta peste se recibieron en nuestra provincia en el verano de 1596, aunque tardó dos años en llegar hasta las murallas de Vitoria, registrándose los primeros datos sobre esta peste en nuestro territorio el 7 de agosto de 1598. En esa fecha ya se nos habla de un aislamiento de la ciudad de Vitoria debido a que en las aldeas de alrededor la enfermedad campa a sus anchas. Para luchar contra esta epidemia, el ayuntamiento de Vitoria contrató a dos mujeres y dos hombres de Lekeitio, responsables de cuidar a los enfermos de las aldeas y de enterrarlos en caso necesario, pero, además, el concejo también envió a Francisco de Herrera a primera línea de batalla para paliar esta enfermedad.

A modo de hospitales improvisados, los afectados o los sospechosos de haber establecido contacto con los enfermos, eran hacinados en las ermitas existentes alrededor de la ciudad. Además, allí eran clasificados según el grado de contagio, por lo que los más graves, por ejemplo, se destinaban a la ermita de Santa Marina, mientras que los que no estaban tan mal o habían mejorado, cumplían su cuarentena en la ermita de Santa Lucía, ubicada en el barrio que hoy recibe esta denominación. También sabemos que utilizaron otras iglesias y espacios para curar, y por supuesto aislar, a estos apestados, como la ermita de San Cristóbal, donde hoy está el barrio de igual nombre o la ermita y hospital de la dehesa de Olárizu.

Las condiciones inhumanas de Francisco Herrera

Al principio de la peste, mientras ésta se desarrollaba en el exterior de Vitoria, Francisco de Herrera fue obligado a vivir junto con los afectados en las ermitas, estableciendo su vivienda en la de Santa Lucía. Sus condiciones salariales mejoraron notablemente, pero a cambio no podía entrar bajo ningún concepto en la ciudad, debía verse expuesto a diario al contagio, y además estaba perdiendo a sus pacientes habituales, ya que no podía acudir a Vitoria a atenderles, por lo que su negocio se iba resintiendo poco a poco. Para colmo de males, según avanzaba la peste y se sucedían los nuevos rebrotes, su salario iba disminuyendo hasta el punto de que, en julio de 1599 nos lo encontramos reclamando al ayuntamiento los ochenta y cinco días de sueldo que se le debían y que estaban todavía sin cobrar. Debemos tener en cuenta que, en estos procesos de epidemia, el desorden que se genera, las muertes de decenas de personas y la autarquía para evitar el contagio hacen que suelan venir acompañados de crisis económicas y de falta de recursos básicos. De hecho, las medidas de aislamiento se estaban aplicando en Vitoria, lo que explicaría por qué al ayuntamiento se le hacía complicado aunar los recursos suficientes para pagar al barbero-cirujano.

Las ordenanzas municipales para contener la enfermedad

Mientras Francisco de Herrera salvaba las aldeas, en la ciudad se desplegaba todo el dispositivo de emergencia. Las murallas se cerraron a cal y canto, teniendo prohibidos los vecinos entrar o salir de la villa, ni siquiera para un abastecimiento básico. En todas las puertas de la ciudad se apostaban guardias encargados de que no entrase nadie o al menos de vigilar la procedencia de los viajeros. Si la epidemia se prolongaba mucho a lo largo del tiempo no faltaban vecinos que huían saltando las murallas, exponiéndose así a la enfermedad, pero evitando a cambio las hambrunas que a veces se desarrollaban por esta causa. Viendo que muchos trataban de eludir la prohibición de abandonar la villa o las aldeas, el ayuntamiento llegó a publicar una serie de ordenanzas en las que se imponían castigos para aquellos que lo intentasen, que iban desde los “doscientos azotes” hasta “so pena de la vida”, según se iba haciendo más peligrosa y mortífera la enfermedad.

La peste salta las murallas

Pero, pese a todos los intentos por parte del concejo para que la peste no entrase en Vitoria, ésta saltó las murallas el día 4 de noviembre de 1598. En un documento con esa fecha leemos sobre este caso: “en casa de María de Zárate, viuda vecina de esta ciudad, murió una mujer vieja, y por sospechar fuese de contagio, porque murió con mucha brevedad, se cerró el aposento donde se halló con su ropa y vestidos. Hasta que la dicha María de Zárate, temerariamente y de noche, ha hecho sacar la dicha ropa y vestidos y enterrarlos tras la iglesia de Santa María de esta ciudad, parte de ella, y parte ha hecho echar en un pozo que está fuera de la puerta de Arriaga”. Este hecho provocó un gran escándalo en la villa, la ropa fue recuperada y quemada de forma pública y la mujer fue castigada por su temeridad al exponer al contagio a toda la ciudad. No sabemos si se trató de un caso de peste auténtico o de una falsa alarma, lo mismo que desconocemos los detalles de otra muerte repentina registrada el 8 de febrero de 1559 en una casa de Vitoria. Este hecho asustó tanto a las autoridades que desalojaron a los habitantes de la casa y los trasladaron al hospital de la dehesa de Olárizu a pasar la cuarentena.

Sin embargo, ya sin ninguna duda, la peste hizo su aparición definitiva en Vitoria en el mes de mayo de ese mismo año. En junio se notificaron casos de peste en tres casas en el barrio de la calle nueva, en la zona este del casco histórico, por lo que una treintena de personas susceptibles de haber entrado en contacto con los enfermos fueron trasladados fuera de la villa, a Olárizu y a San Cristóbal. Pero, a pesar de la precaución, enseguida se fue extendiendo el mal, que comenzó a afectar al barrio de Santo Domingo y de allí entró a la calle Cuchillería.

El encarcelamiento de Francisco de Herrera

Tras el último brote de peste Francisco de Herrera no había quedado muy conforme. Su reclamación al ayuntamiento para que liquidase su deuda avanzaba muy lentamente. Por ello, en cuanto se desató la peste en Vitoria y fue requerido para atender de nuevo los improvisados hospitales extramuros de la ciudad, se negó a acudir. Para obligarle a cumplir con esta labor le encarcelaron y le ataron con grilletes y cadenas. En la prisión fue visitado por los regidores, quienes, “con mucha persuasión”, como dicen los documentos, consiguieron convencer a Francisco de Herrera para que aceptase el encargo. Todo ello con la promesa de una subida de sueldo, bastante más alto que el que había tenido hasta el momento, pero también con la amenaza de los grilletes y la cárcel a las espaldas. Herrera fue destinado en esta ocasión a la ermita de San Cristóbal, pero debido a la virulencia de este nuevo brote el concejo se vio en la obligación de contratar y buscar más barberos-cirujanos que pudiesen contener la enfermedad. Por ello tuvieron que llamar a expertos de otras zonas de la geografía española, presentándose incluso un cirujano-barbero de Murcia.

Acusación de mala praxis a Francisco de Herrera

En pleno auge de este episodio de peste Francisco de Herrera recibió una mala noticia. Había sido acusado de mala praxis y se enfrentaba no sólo a una destitución inmediata, sino incluso a una pena mayor. De él y de otros inculpados se decía que “había habido muchas quejas de ellos de rapiña que habían hecho en las casas de los enfermos y muertos donde habían entrado […], exigiendo dineros que habían llevado de curas y derechos y premios de entierros así a los vezinos de esta ciudad como a los lugares de su jurisdicción llevando como llevaban grandes exigidos salarios”. Es decir, se le acusaba no sólo de robar a los muertos y enfermos, sino también de cobrarles sobresueldos a pesar de que sus servicios los pagaba, y muy bien, el ayuntamiento. No sabemos cómo acabó la investigación sobre esta acusación que se vertió sobre Francisco de Herrera, si era culpable de haber robado a los pacientes, o bien se trataba de una estratagema del concejo para librarse de un personaje que se había vuelto incómodo al mismo tiempo que necesario. Lo que sí se puede deducir es que perdió su cargo público, puesto que, después de la epidemia, ya no nos lo encontramos ejerciendo como barbero-cirujano municipal en el hospital de Santiago.

El fin de la peste

Hacia finales del año 1559 ya parece que la epidemia había sido controlada en el interior de Vitoria, aunque siguió habiendo noticias de ella en las aldeas y, sobre todo, mucho miedo a su regreso. El 16 de agosto de 1600, seis meses más tarde, se obligaba por ley, so pena de una multa considerable, a que todos los vecinos y vecinas de Vitoria guardasen la fiesta de San Roque, santo antipestífero y protector ante las enfermedades, temiendo que, de no mostrar profunda y sincera devoción hacia este santo, la peste retornarse de nuevo a la villa. El azote de la epidemia, sin embargo, no cesaría hasta 1602, dejando a su paso un rastro de unos dos mil cadáveres por las ermitas de nuestro territorio.