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Onintze Salazar
Tras años sin apenas oír nombres propios asociados a borrascas europeas, los últimos meses vemos cómo Ana, Bruno o Félix son las encargadas de traernos temporales. ¿Qué hay detrás de estos bautizos?
Borrasca entrando en Arbizu (Navarra). Foto: Araceli Markotegi.
Ya estamos habituados a que los huracanes o tifones tengan nombre propio. Es difícil olvidarse de Mitch (1988, Honduras, Nicaragua, Guatemala y El Salvador: 9.000 víctimas mortales y 9.000 desaparecidos) o del más reciente Katrina (2005, Estados Unidos: 1.200 víctimas mortales). Esta última temporada de huracanes hemos conocido los efectos devastadores de Irma y Harvey.
El hecho de bautizar estos sistemas meteorológicos tan peligrosos, que se lleva haciendo desde 1953, tiene como fin principal facilitar su identificación por parte de los servicios meteorológicos a nivel internacional. Pero es, además, muy útil para los medios de comunicación y efectivo a la hora de poner sobre aviso a la población; ayuda a aumentar la concienciación sobre el riesgo y a la toma de medidas de autoprotección.
Es la Organización Meteorológica Mundial (OMM) la que se encarga de realizar una lista con nombres alfabéticamente ordenados, intercalando nombres de mujer y de hombre (aunque hasta 1978 sólo se utilizaban nombres de mujer). Son listas que se elaboran cada seis años y posteriormente se repiten, con una salvedad; si alguno de los huracanes ha sido muy destructivo se elimina de la lista y es reemplazado por otro nuevo. Como ejemplos más claros tenemos a los anteriormente citados Mitch y Katrina que no volverán a ser utilizados.
En nuestro entorno no se forman huracanes (aunque a veces llegan los restos de alguno de ellos), pero aún así quizás recordemos los nombres de Klaus (2009) y Xynthia (2010), dos profundas borrascas (formadas por el proceso de ciclogénesis explosiva) que originaron vientos muy fuertes y gran oleaje. Tras muchos años sin apenas oír otros nombres propios asociados a borrascas europeas, estos últimos meses vemos cómo depresiones llamadas Ana, Bruno o Félix son las encargadas de traernos temporales. ¿Qué hay detrás de estos nombres? ¿Quién y cuándo nombra borrascas?
El Instituto de Meteorología de la Universidad Libre de Berlín lleva muchos años poniendo nombres a todas las borrascas, independientemente de su peligrosidad, y a todos los anticiclones. Desde 2002, cualquier particular puede "comprar" un nombre que después aparecerá en los mapas del tiempo de este Instituto. Hasta hace poco, si una de esas borrascas se convertía en protagonista del panorama meteorológico, ese mismo nombre pasaba a ser utilizado por el resto de agencias europeas. Así ocurrió con Klaus y Xynthia.
Por otro lado, desde 2015, los servicios meteorológicos del Reino Unido e Irlanda (Met Office y Met Éireann) elaboran una lista propia para las depresiones que puedan ocasionar importantes consecuencias en las Islas Británicas.
A partir de ese momento, las borrascas que llegaban a Europa podían tener dos nombres, aunque sin generar especial confusión, al menos en nuestro entorno. Pero a partir de diciembre de 2017 los servicios meteorológicos de Portugal, España y Francia (IMPA, Aemet y MétéoFrance) acordaron elaborar una lista conjunta, por supuesto, diferente de la de los británicos. Cuando alguna de estas tres agencias lanza avisos naranjas o rojos debido, principalmente, al viento, es la encargada de nombrar a la borrasca responsable. La primera se llamó Ana. Después vinieron Bruno, Carmen, David, Emma, Felix y Gisele. La última, Hugo.
Entonces, ¿una borrasca que afecte a Europa puede recibir tres nombres distintos? En principio, no. Entre Reino Unido, Portugal, España y Francia llegaron a un acuerdo por el cual se respetaría el nombre otorgado por el primer país en hacerlo. A pesar de ello, este invierno hemos tenido casos en los que tres nombres han convivido, al menos, durante algunas horas.
Teniendo en cuenta que se trata de una iniciativa nueva a nivel europeo, es de esperar que se trabaje de manera más coordinada en adelante. Lo deseable sería contar con una única lista para todos los países europeos y quizás se podría conseguir con la coordinación de la OMM. Se trata de que la información relacionada a un evento potencialmente peligroso llegue de la forma más clara posible a la ciudadanía y la existencia de tres nombres para un mismo sistema, no ayuda damasiado.
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